Cultura/Educación

De cómo la literatura convirtió el amor en soledad

Por Carlos Manuel Estefanía.

Hay una verdad silenciosa que muchos intuyen, pero pocos se atreven a decir: la cultura que nos rodea lleva siglos minando los cimientos de la pareja humana estable y con ello de la familia. No con decretos ni leyes, sino con algo más poderoso y sutil: las historias que consumimos. Las novelas que leemos, las películas que vemos, las series que nos atrapan, e incluso los memes que compartimos nos enseñan —sin que lo notemos— qué y cuánto tiempo amar, a quién admirar, qué desear y qué despreciar.

En este gran relato colectivo, el matrimonio, ha pasado de ser el corazón palpitante de la civilización a convertirse en un escenario de frustraciones, traiciones y escapatorias. Mientras tanto, la soledad, el divorcio, la independencia afectiva e incluso la muerte autoinfligida se han revestido de una extraña nobleza literaria.

Lo que parecía entretenimiento ha sido, en realidad, un largo proceso de erosión cultural. Si miramos a nuestro alrededor —hogares vacíos, natalidad en caída, generaciones aisladas— no podemos negar que el ataque ha sido efectivo.

 

Un Precedente alarmante: El Peligroso Romanticismo del Joven Werther

En 1774, Johann Wolfgang von Goethe publicó Las penas del joven Werther, una novela que no solo definió el movimiento literario Sturm und Drang[i], sino que también encendió una llama emocional entre los jóvenes europeos que traspasó las páginas de la literatura y se convirtió en una tragedia social.

Werther se enamora profundamente de Lotte, una mujer comprometida con otro hombre. Esta historia, narrada a través de cartas, presenta el amor como algo absoluto, apasionado e innegociable. Werther no lucha por olvidarla, no redirige su vida: se consume en su dolor. La obra pinta el sufrimiento como una consecuencia noble del amor verdadero, donde la intensidad de la emoción se equipara con la pureza del sentimiento.

  • Lotte es presentada como el objeto perfecto de deseo romántico, y Werther como el mártir de un amor puro.
  • Se celebra la sensibilidad extrema del protagonista masculino como una cualidad admirable.
  • El dolor emocional no solo se valida, sino que se glorifica.

El desenlace, en el que Werther se quita la vida tras su amor no correspondido, no se retrata como una tragedia evitable, sino como el gesto definitivo y romántico. Este enfoque fue tan poderoso que generó consecuencias reales:

  • Jóvenes europeos comenzaron a identificarse con Werther.
  • Algunos replicaron su estilo de vestir (frac azul, chaleco amarillo).
  • Más inquietante aún: se produjo una ola de suicidios por imitación, fenómeno psicológico hoy conocido como el efecto Werther.

La novela fue prohibida en países como Alemania, Dinamarca e Italia por su supuesta influencia negativa. Evidentemente no todo acto de censura es malo. Aunque Goethe luego expresó preocupación por el efecto que causó, la obra ya había sembrado una forma de pensar donde el suicidio por amor podía verse como una salida estética o poética.

 

Un nuevo abordaje al acto de quitarse la vida

Si como ya vimos con Las penas del joven Werther, romantizar el suicidio ya era un peligro, no menos lo ha sido el caso opuesto. El ataque literario a la pareja humana alcanzó su máxima expresión en la transformación del suicidio femenino, de una expresión de amor absoluto a un acto de rebeldía.

Al principio, como en el mito shakesperiano de Ofelia, era un acto de amor total. La joven moría porque su corazón no podía soportar la traición o la pérdida. Era trágico, sí, pero también profundamente humano: el amor era tan grande que superaba el instinto de vivir[ii].

Con la modernidad, este gesto se medicalizó. La sociedad, temerosa del amor apasionado y de su poder disruptivo, lo convirtió en enfermedad. Juan Pedro Martín Villarreal, en “Ni locas de amor ni enfermas suicidas: las escritoras contra el mito de Ofelia” (The Conversation, 26 noviembre 2024), muestra cómo, entre los siglos XVIII y XIX, el suicidio femenino pasó a verse como síntoma clínico: la mujer no moría de amor, sino por neurosis, por histeria, por fragilidad biológica.

Finalmente, las escritoras feministas dieron un paso más: politizaron el suicidio. Las heroínas de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro, Mary Ann Evans (George Eliot), Kate Chopin o Marie d’Agoult ya no mueren por amor ni por enfermedad; mueren como protesta. La muerte voluntaria se convierte, gracias a esta literatura intencionada, en la única decisión libre en una vida de opresiones sociales y matrimoniales.

Así, el suicidio femenino recorrió un camino revelador: del gesto apasionado al síntoma clínico y finalmente al manifiesto ideológico. En cada etapa, el vínculo entre amor y familia se fue borrando, hasta desaparecer.

 

La Semilla de la Insatisfacción: El Bovarismo

Digamos convencionalmente que todo comenzó con un libro. O, más bien, con una mujer imaginaria.

Emma Bovary, la heroína de Flaubert, se asomó al mundo en 1857 para decirle a toda una generación de lectoras que el matrimonio era un aburrido encierro. Embriagada por novelas románticas, soñaba con pasiones y lujos imposibles. Su marido, bueno y gris, representaba la realidad; sus amantes y fantasías, la vida que creía merecer.

Lo interesante no es solo que Emma terminara en la ruina y la muerte —una aparente lección moral—, sino que millones de lectoras se enamoraron de su insatisfacción. De ese malestar dulce que lleva a soñar con lo que no se tiene.

Sandrine Aragon lo llama «bovarismo» en su ensayo “¿Existe una cura para el bovarismo del siglo XXI?” (The Conversation, 22 noviembre 2021). Ella lo analiza como un fenómeno literario y psicológico; pero, mirado críticamente, es la primera gran grieta reconocible en el edificio de la familia. Sin duda un estudio detallado de la historia de la literatura encontraría otros casos menos afamados en obras que le preceden. Y es que cuando una mujer —o un hombre— empieza a ver su hogar como un obstáculo a la felicidad, ya se ha plantado la semilla cultural del divorcio.

La literatura del XIX perfeccionó este arte de sembrar insatisfacción. Tolstói, con Anna Karénina, nos invitó a sufrir con la heroína que traiciona a su esposo para vivir un amor ilícito. La muerte final de Anna parece castigo, la hojita de parra moralizante todavía al uso, pero el lector ya ha sido seducido por su desafío. El adulterio, hasta entonces pecado y ruina, se volvió relato estético, heroísmo emocional.

 

Infidelidad como Espectáculo: La Intimidad en Venta

El siglo XX no solo heredó este relato: lo convirtió en espectáculo. Nora Ephron, con Se acabó el pastel, y Jenny Offill, con Departamento de especulaciones, retratan la vida conyugal como un camino inevitable hacia la ruptura. Pero lo hacen con humor, con inteligencia, y con un estilo que convierte la confesión íntima en entretenimiento. El dolor privado se vuelve público, y el fracaso matrimonial se transforma en material literario, en consumo emocional. ¿Cuántas películas y series en línea que reproducen el mismo esquema no habremos visto, sin percatarnos de que nos cuentan una y otra vez la misma historia?

Jason Wang, en “Qué pistas ofrece la literatura sobre la infidelidad y el revuelo que provoca” (The Conversation, 26 julio 2025), explica cómo la traición, antes tragedia moral, es ahora un «teatro digital de vergüenza». Se narra, se expone, se comparte. Y aunque Wang lo describe con cierta neutralidad, el efecto cultural es evidente: cada historia que ridiculiza la fidelidad o glorifica la ruptura erosiona un poco más la idea de que la pareja estable es deseable, posible o valiosa.

 

Cuando la Soledad Se Volvió Moda

Si el matrimonio es rutina y la infidelidad es aventura, ¿qué lugar queda para la soledad? La literatura y la industria cultural respondieron pronto: la soledad es libertad.

Carmen Gómez Galisteo lo analiza en “Mujeres en la literatura: ¿ser o no ser (soltera)?” (The Conversation, 20 mayo 2025). Desde las novelas decimonónicas hasta los fenómenos de TikTok, la narrativa contemporánea ha convertido la independencia afectiva en un ideal aspiracional. Las heroínas modernas no sueñan con formar un hogar, sino con tener una vida propia, sin ataduras.

El mensaje cala hondo en sociedades donde uno de cada cuatro hogares ya es unipersonal. La soledad, antes signo de vulnerabilidad, hoy se viste de virtud. Pero detrás de la retórica de libertad hay un vacío: individuos sin raíces, sin continuidad generacional, sin la red afectiva que siempre fue la familia.

 

El Manifiesto del Divorcio: Ursula Parrott

Este proceso cultural tuvo hitos tan claros como silenciosos. Uno de ellos fue La divorciada (1929), de Ursula Parrott.

Patricia, su protagonista, es una joven de 24 años abandonada por su marido. Sobrevive en Manhattan trabajando en publicidad, bebiendo cócteles, teniendo relaciones efímeras y asumiendo que la vida es precaria. Su conclusión es lapidaria: «La libertad de las mujeres resultó ser el mayor regalo para los hombres».

Marsha Gordon, en “¿Por qué hemos leído ‘El gran Gatsby’ y no sabemos qué es ‘La divorciada’, de Ursula Parrott?” (The Conversation, 27 agosto 2023), explica que la novela vendió cuatro veces más que Gatsby en su momento. Fue un fenómeno de masas, traducido, reimpreso, convertido en bandera de una nueva narrativa femenina: la emancipación a través de la ruptura conyugal.

La literatura ya no solo insinuaba la insatisfacción; ahora la celebraba. Convertía el fracaso matrimonial en estilo de vida, en relato atractivo, en promesa de autenticidad.

 

El Precio del Desarraigo

Hoy, las estadísticas son la prueba de este relato cultural. Europa es un continente de hogares vacíos; España, un país de solitarios. La natalidad se hunde, la soledad se normaliza, y las generaciones jóvenes se crían sin la experiencia cotidiana de la familia estable.

No ha sido un accidente. Ha sido un proceso de erosión simbólica, una batalla ganada en el terreno de la imaginación. Cada novela que glorificó la infidelidad, cada película que celebró el divorcio, cada serie que convirtió la soledad en libertad, preparó el mundo en el que vivimos: un mundo lleno de individuos que confunden la independencia con plenitud, mientras el tejido social se deshilacha.

 

Recuperar el Relato del Amor que Sostiene la Vida

No basta con lamentarlo: hay que recuperar el relato perdido. Necesitamos historias que vuelvan a mostrar que el amor conyugal, lejos de ser una cárcel, es una aventura que da sentido, raíz y futuro. Que la pareja humana no es un invento cultural opresivo, sino el lugar donde florecen la vida, la lealtad y la verdadera libertad.

Hoy hemos llegado a extremos impensables en los que fueron las industrias culturales de los siglos XIX y XX. Del socavamiento del matrimonio heterosexual se pasó mediáticamente a la exaltación e idealización del homosexual y de aquello al morbo de su ruptura, como ya se ha visto en el mundo hispano parlante (hoy devenido en triste mimesis de anglo) con los casos respectivos, con niños de por medio, de dos ídolos musicales, el puertorriqueño Ricky Martin y el español Miguel Bosé. Y es que para los que controlan e instrumentalizan estas industrias, el objetivo va más allá del lucro, es acabar con toda relación humana permanente que genera algún tipo de complicidad entre seres humanos, incluidas aquellas que un día fueron calificadas con el término, hoy políticamente incorrecto de “contra natura”.

Mientras la literatura, el resto de las expresiones narrativas del arte, siga celebrando la fuga y la soledad, la civilización seguirá debilitándose. Pero si logramos devolver a las historias su poder de construir, de enaltecer y de inspirar, quizá podamos salvar lo que realmente nos sostiene: la familia, sobre todo en su variante tradicional, la única fecunda y reproductiva.

 

Fuentes utilizadas críticamente:

  • Carmen Gómez Galisteo, Mujeres en la literatura: ¿ser o no ser (soltera)?, The Conversation, 20 mayo 2025.
  • Sandrine Aragon, ¿Existe una cura para el bovarismo del siglo XXI?, The Conversation, 22 noviembre 2021.
  • Jason Wang, Qué pistas ofrece la literatura sobre la infidelidad y el revuelo que provoca, The Conversation, 26 julio 2025.
  • Marsha Gordon, ¿Por qué hemos leído ‘El gran Gatsby’ y no sabemos qué es ‘La divorciada’, de Ursula Parrott?, The Conversation, 27 agosto 2023.
  • Juan Pedro Martín Villarreal, Ni locas de amor ni enfermas suicidas: las escritoras contra el mito de Ofelia, The Conversation, 26 noviembre 2024.

Notas:

[i] El Sturm und Drang (en español ‘tormenta e ímpetu’) fue un movimiento literario, que también tuvo sus manifestaciones en la música y las artes visuales, desarrollado en Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIII. En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión, a la subjetividad individual y, en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración y los movimientos asociados a la estética. Así pues, se opuso a la Ilustración alemana o Aufklärung y se constituyó en precursor del romanticismo alemán.

[ii] Ofelia, personaje central de Hamlet de William Shakespeare, es la hija de Polonio y el amor de Hamlet. Su locura, desencadenada por la muerte de su padre y el rechazo de Hamlet, simboliza la pérdida de identidad y el dolor. La escena en la que reparte flores refleja su estado mental, y su trágica muerte ahogada ha sido interpretada como un símbolo de resistencia ante la opresión femenina. Sin embargo, su amor tanto por Hamlet como por su padre no encaja en los cánones feministas actuales, que abogan por la “autonomía” y un “empoderamiento” de las mujeres, en contraste con la dependencia emocional que Ofelia representa.

 

Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.

”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”

Redacción de Cuba Nuestra
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