Por Carlos M. Estefanía.
Existen películas que se limitan a retratar la historia. Otras, más ambiciosas, intentan interpretarla. Y unas pocas, privilegiadas, logran revivirla para denunciar también los horrores del presente. Tal es el caso de Danton (1983), del prestigioso cineasta polaco Andrzej Wajda. A través de un episodio crucial de la Revolución Francesa, el director traza una crítica velada pero feroz al totalitarismo ideológico que asfixiaba a su Polonia natal bajo el régimen comunista, impuesto a sangre y fuego por los “libertadores” del ejército rojo y sus cipayos locales. El evento nos recuerda sobre todo los procesos moscovitas de los años treintas con los que Stalin se cargó a sus contrincantes dentro de la vieja guardia bolchevique, aunque también lo que pasó en Cuba cada vez que un revolucionario caía en desgracia.
Una amistad rota por la razón de Estado
Ambientada en el París de 1794, la cinta recrea el enfrentamiento entre Georges Danton —interpretado con visceral intensidad por Gérard Depardieu— y Maximilien Robespierre —en la piel del gran actor polaco Wojciech Pszoniak— en los días más oscuros del Terror revolucionario. Robespierre, al mando del Comité de Salvación Pública, cree que la virtud necesita del terror para sobrevivir. Danton, una figura clave del alzamiento popular, vuelve del retiro para exigir el fin de las ejecuciones, el retorno a la legalidad y el respeto a los derechos humanos.
Lo que podría parecer una disputa política más, se convierte en el filme en un duelo filosófico, ético, casi espiritual. Danton encarna la carne viva del pueblo, la risa, la calle, la pasión. Robespierre representa el ideal abstracto, la idea que, en nombre de sí misma, exige sacrificios ilimitados. En el fondo, lo que se pone en juego no es solo una revolución, sino el alma misma de la justicia.
Teatro de la justicia, farsa del poder
El clímax de Danton es su juicio. Un espectáculo infame donde las formas legales apenas disimulan el propósito: eliminar al disidente. Wajda convierte ese tribunal en un espejo de los procesos estalinistas, de cualquier régimen que maquille su violencia con discursos de legalidad. Su cámara se posa en los rostros, en los silencios, en la palabra interrumpida. Danton grita, se defiende, interpela… pero ya nadie escucha. El terror ha hecho su trabajo.
Cuando Robespierre declara que “la virtud sin el terror es impotente”, no hace sino justificar el horror con el lenguaje de la ética. Pero Danton replica con una frase que debería figurar entre los grandes lemas del pensamiento democrático: “No se puede fundar la libertad en la sangre.”
Una película sobre Francia, pero escrita desde Polonia
Wajda no filmó Danton como historiador, sino como testigo. En 1981, con el ascenso del sindicato Solidarność y la declaración del estado de sitio en Polonia, el director se exilia temporalmente en Francia, donde rueda esta obra. Así, la historia del revolucionario guillotinado por la revolución se transforma en una parábola sobre su país. Robespierre es el burócrata comunista. Danton, el disidente idealista. Y el pueblo, silenciado por el miedo.
La producción franco-polaca fue recibida con hostilidad por las autoridades del bloque soviético y con entusiasmo por la crítica occidental. Ganó el César al mejor diseño artístico y fue ovacionada en Cannes y Berlín. Para muchos, se trató de una obra de resistencia cultural, tan valiosa como un libro prohibido o una canción de protesta.
Pensamiento político y dilemas morales
Desde el prisma filosófico, Danton nos confronta con una pregunta incómoda: ¿Puede una revolución justificar la violencia indiscriminada en nombre de un ideal futuro?
Robespierre encarna al ideólogo puro, al justiciero de laboratorio que, embriagado de razón, pierde toda compasión. Danton, en cambio, es el revolucionario que ha aprendido el límite. El que descubre que, sin humanidad, toda causa se convierte en tiranía.
Este conflicto no es historia muerta. Ha sido y sigue siendo el núcleo de múltiples tragedias: la URSS de Stalin, la China de Mao, la Cuba de Fidel, la Venezuela de Chávez. Cada vez que la lealtad al dogma se impone sobre la conciencia, cada vez que la crítica es sacrificada en nombre de una verdad única, renace el dilema de Danton. Algo que, si es importante destacar, es que Dantón, como el personaje mismo lo reconoce, fue el creador de los tribunales y procedimientos que luego se utilizan contra él, dibujados en términos positivos el personaje puede hacernos olvidar el dicho de que el que a hierro mata (en este caso el de la cuchilla de la guillotina) a hierro muere. Es su caso el karma se justicia, pues nadie pensará que el suyo fue el primer caso de injusticia en una revolución tan cruenta como aquella.
Albert Camus, otro revolucionario traicionado por sus propios camaradas, fallecido en un accidente similar al del disidente cubano Oswaldo Paya atinó al advertirnos: “Toda forma de poder sin control, incluso en nombre del pueblo, tiende al crimen.”
Vigencia para Cuba y América Latina
Lo que Danton denuncia con fuerza clásica es la maquinaria del poder absoluto, capaz de devorar incluso a sus propios padres fundadores. ¿No hemos visto en Cuba cómo antiguos guerrilleros se convirtieron en enemigos públicos? ¿No se ha perseguido a poetas, se ha expulsado a científicos, se ha desterrado a disidentes, todo en nombre de la revolución?
El filme interpela también a América Latina, donde las revoluciones —reales o soñadas— siguen generando mesianismos, caudillos y dogmas. La película de Wajda nos exhorta a desconfiar de todo aquello que exija obediencia sin preguntas, sacrificio sin justicia, unanimidad sin alma.
Podríamos decir que Fidel Castro se inspiró en esta película si no fuera porque ella se hizo décadas después de haberse puesto en marcha en Cuba, el mismo mecanismo represivo que retrata. No, no parece que fuera el cine el que inspiró a los tiranos del siglo pasado. Fue la historia y dentro de ella, en particular, la de Revolución Francesa, tan desconocida en su verdad trágica, y tan magistralmente revelada aquí por el arte cinematográfico de Andrzej Wajda.
Ficha técnica:
Título original: Danton
Director: Andrzej Wajda
Guion: Jean-Claude Carrière y Andrzej Wajda, basado en textos de Stanisława Przybyszewska
Reparto: Gérard Depardieu (Danton), Wojciech Pszoniak (Robespierre), Patrice Chéreau, Angela Winkler
Fotografía: Igor Luther
Producción: Francia–Polonia, 1983
Duración: 136 minutos
Idioma original: Francés
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Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.
”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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