Sociedad

Cuba y Libertad: Virgen de la Caridad

Por Dámaso Barraza.                                                         

damaso.barraza@gmx.com

Todos los que están atentos a lo que se dice en Cuba, sobre todo cuando proviene de la Iglesia, encuentran siempre, no solo las luces espirituales, sino también las sombras de la política. En este caso, lo dicho por Monseñor Dionisio García Ibáñez el pasado 30 de agosto en el inicio de la novena a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, no solo se escucha como un mensaje pastoral, sino también como muchas otras cosas más. Sin más, está evidenciando, bastante abiertamente, lo que ya todos saben.

Lo novedoso es el pedido a Latinoamérica para que se una en oración con el pueblo cubano, en «tiempos de dificultades» que resuena con la experiencia diaria, durante décadas, de millones de seres humanos en la Isla: escasez, represión, falta de libertades y gran desesperanza.

Y en medio de la gran desesperanza, la luz esperanzadora que puede significar la fe y la oración, que se materializa en la devoción a la Virgen de la Caridad. Como Monseñor Dionisio la llama: «símbolo de cubanía», lo cual contrasta con las tantas narrativas de la identidad cubana, entre ellas las del Partido y la Revolución, que anulan la trascendencia de los seres humanos. Un materialismo degradante, contrario a la imagen del hombre trascendente en Dios, y de una cultura arraigada a la fe, que, a pesar de la colonización de una ideología extraña a la identidad cubana, se ha sabido mantener por más de 400 años.

¿Qué puede anhelar más el pueblo cubano: vivir en la mentira alienante de ser compañeros, o la verdad que trasciende en el amor, la fraternidad, la justicia y la paz que vienen de Dios? Esto es, con justas palabras, lo que delinea el arzobispo de Santiago de Cuba: la trascendencia que viene de Dios como la esperanza, la identidad y el camino para reconocer la difícil realidad que enfrenta el pueblo cubano.

 

Obra: Edmundo


Un mundo como el nuestro hoy, profundamente secularizado y empobrecido espiritualmente, tiene mucha dificultad para apreciar este tipo de mensaje, porque no logra reconocer que la espiritualidad abre la puerta a Dios y que Dios, vivido en plenitud, es vivir en plena libertad. Así ven a la espiritualidad de la Iglesia con distancia crítica, muchas veces percibiéndola como un ámbito privado, subjetivo o separado de la vida pública y social. La secularidad implica que la religión ha sido desplazada del centro de la vida social y política, y la fe es vista como una opción más entre muchas, no como una verdad incuestionable ni un núcleo de sentido predominante. Por ello, la espiritualidad eclesial puede ser vista como una realidad ajena o separada de las preocupaciones y valores predominantes en la sociedad secular, que tiende a enfatizar valores autónomos, racionalistas o pragmáticos. En ese sentido, la espiritualidad de la Iglesia puede parecer al secularizado algo conservador, tradicional y poco conectado con las transformaciones culturales que él experimenta. Y muchas veces, ¿por qué no?, como colaboradora del sistema totalitario que la combate y la reprime. Por eso, la espiritualidad, al menos en Cuba, podría percibirse como una expresión particular de la espiritualidad humana, con una carga histórica específica, valorada o no según la conexión que establezca con la experiencia y los valores del sujeto secularizado.

La vida en Cuba, marcada por «tiempos muy difíciles y muy serios» (como mencionó el Arzobispo Dionisio), encuentra en la espiritualidad y la oración una vía de escape y un medio de resiliencia. Un ejemplo de ello es la oración, tal como la describe Santa Teresa de Ávila, que libera al alma de las ataduras de la desesperanza y la frustración que pueden generar las carencias y la falta de libertades. No es una evasión de la realidad, sino un anclaje en una verdad más profunda: la de la libertad interior. La Virgen de la Caridad, como «símbolo de cubanía y esperanza», se convierte en el vehículo a través del cual el pueblo cubano canaliza su fe y encuentra la fuerza para enfrentar los desafíos cotidianos. A través de la oración, el cubano se libera de la impotencia, reconociendo que la verdadera libertad es un don de Dios que trasciende cualquier situación material o política.

Para los cubanos, Santa Teresa de Ávila es una buena maestra, pues enseña que la oración es la «puerta por donde Dios se comunica y otorga todas sus mercedes«. Esta conexión con lo divino es el camino del cubano hacia la trascendencia. Al igual que el alma teresiana, que se libera de sus «afectos desordenados», el pueblo cubano puede liberarse a través de la oración de los sentimientos de miedo y desesperanza, permitiendo que la fe lo transforme y lo eleve. La espiritualidad se convierte en el medio para alcanzar una plenitud que no está limitada por las circunstancias terrenales, sino que se encuentra en la unión con Dios.

La tradición de llevar flores, encender velas y orar a la Virgen del Cobre, como describe el mensaje del Arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Dionisio García Ibáñez, son manifestaciones de una profunda espiritualidad que ha sostenido a la nación por más de cuatro siglos. Estos gestos simbólicos son actos de fe que refuerzan la convicción de que la fortaleza espiritual es la base de la unidad y la esperanza, y que a través de ella se puede alcanzar la verdadera libertad y la «posesión del bien supremo, que es Dios mismo». En este sentido, la espiritualidad no es solo un refugio, sino una fuerza activa y transformadora que guía al pueblo cubano hacia su plenitud en Dios.

 

Dámaso Barraza es opositor cubano radicado en Suecia.

 

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