Por Ray Luna.
El castigo reeducativo implica un insulto al hombre mismo. (Es la premisa de una película menor, si se quiere, pero requetenecesaria.) El reeducador es tenido como alguien que sabe mejor lo que nos conviene, porque uno mismo no lo sabe. Este es el principio moral —y legal— detrás de los prisioneros de conciencia, quienes son tratados como niños o enfermos.
El paternalismo, la generosidad del Estado, tal vez sea una de las formas de tiranía más horrendas. En cambio, la indiferencia e, incluso, la hostilidad reconoce la igualdad ante la ley de la persona hacia quien uno es hostil o indiferente mucho más que el intento de moldearla.
El despotismo de los expertos, la tiranía de la benevolencia, implica lo siguiente: uno no sabe lo que le conviene a uno mismo, uno no comprende lo que le sucede. Pero ellos sí. Lo saben porque son los expertos y, como expertos que son, se entienden a sí mismos y lo entienden a uno.
El déspota razona más o menos así: “Eres un cretino, te me resistes, luchas, porque no me entiendes a mí ni te entiendes a ti mismo. Por lo tanto, tengo que aniquilar tu resistencia, ora amablemente, ora brutalmente. Yo, como experto que soy, sé lo que te conviene y tú no, por eso es mi deber hacerte feliz. Incluso si no quieres serlo en el único modo en que se puede ser feliz, que yo lo sé porque lo aprendí en un libro.” (Probablemente, un libro de marxismo-leninismo.)
¡Ah, la insidiosa falacia del gobierno científico! (Nadie recuerda ya el lysenkoismo).
El gobierno no puede ser ciencia; sería muy poco práctico construir experimentos controlados para gobernar. Y, un experimento no controlado no puede ser ciencia. Cualquier proceso político que clame para sí estatus de ciencia, o que sus resultados exhiben la robusta objetividad que atribuimos a los procesos científicos, con toda seguridad se habrá ganado el mote de pseudociencia. Las “políticas públicas”, que se enseñan en las universidades, son una pseudociencia.
Encima, hay que agregarle la intensificación mitológica de lo que los regímenes democráticos (socialistas) actuales llaman soberanía popular. Cuando un cubano —llano— se resiste al ordenamiento o al reordenamiento, entonces, lo que se necesita es más reeducación. A esto los miembros del Partido le llaman guiar la soberanía del pueblo.
Por fortuna, los fines de los hombres, sus metas en la vida, no pueden ser dictados por la ciencia. El hombre no es un reloj, determinado por un mecanismo. El hombre es un fin en sí mismo, según dicen.
¿Qué otra cosa puede ser si no un fin?, reclaman por ahí. ¿Qué hace hombre al hombre? “La voluntad de elegir entre el bien y el mal, la fuerza de voluntad para escoger lo erróneo o lo correcto”, se ha respondido. Ahora bien, supongamos que sea cierto, que esta fuerza congénita distingue la naturaleza humana. Entonces, se sigue que elegir lo que está bien y es correcto carece de mérito a menos que exista la posibilidad de elegir lo que está mal y no es correcto. Pues, en tal caso, seríamos meros autómatas. Asumamos que no se puede condenar ni congratular a un hombre por sus acciones cuando no tiene esa libertad de elección.
La libertad de elegir —libre arbitrio, un invento de los estoicos— es el más poderoso atributo del ser humano. (Aunque, de ordinario, elijamos el mal, como el poeta Marcial.) Ahora bien, la clave de la elección es la alternativa, la opción.
Por otro lado, considerar algo como un valor moral superior, llámese libertad o lo que sea, es como afirmar que se está dispuesto a vivir para morir por él. Los valores no son estrellas en el firmamento, son parte de nuestra interioridad. Los valores son valores gracias a —y a pesar de— nuestra elección, no lo son intrínsecamente.
Se ha dicho también que la lucha del individuo contra las vastas fuerzas impersonales (sociológicas, económicas, etc.) ha sido un problema que conflictúa el pensamiento occidental, por lo menos, más intensamente, desde el romanticismo europeo; que dos clases de obstáculos estorban el paso a la libertad de un hombre: las cosas y los otros hombres.
Justicia distributiva versus justicia retributiva; a lo que creo, este es el meollo del asunto.
La teoría política historicista moderna y los historiadores marxistas plantean que el hombre está determinado por su posición en una estructura, digamos, de clase. (Hay otros, en cambio, que creen que el hombre no está determinado por nada.) Ello trajo como consecuencia la teoría legal de que el crimen es una especie de enfermedad mental que puede curarse. De modo que se soslaya casi toda responsabilidad.
Sin descartar el hecho de que quien sucumbe a una pasión confiesa una suerte de esclavitud, debemos admitir que el criminal puede elegir qué hacer y, por ende, reeducarlo, curarlo o procurarle algún tipo de tratamiento médico es baldonar su innata dignidad humana. La justicia retributiva, que hoy es tenida como un punto de vista retrógrado, sugiere que un hombre digno prefiere mejor ir a prisión que a un manicomio. Pues si un hombre hiciera algo de lo que fuese severamente culpado y castigado, ello presupone un cierto poder de elección. Incluso si lo elegido es malévolo. Pero tratarlo como si existieran ciertas condiciones —o fuerzas— sobre las que él no tiene ningún control, digamos, el ambiente social, el inconsciente, el maltrato que recibió de su familia, la ignorancia, alguna incapacidad física u otras miles de circunstancias concomitantes que lo incapacitarían para actuar de otro modo; hubiera sido tan oprobioso como tratarlo cual una bestia o un objeto, en vez de un ser humano.
Mi abuelo materno fue un comunista sincero —si los hubiere—. Ni siquiera con un pie en la fosa mostróse arrepentido. Él hubiera odiado mi piedad y mi compasión, porque implicarían un tipo de superioridad moral de mi parte. (No soy tan arrogante.) Hubiera sido un insulto a su dignidad humana, a su moral. (Toda acción humana esa acción moral.)
Ser libres, en cierto sentido, es comprometerse —libremente— con algún tipo de valor moral; porque es el acto de comprometerse lo que nos hace libres y no la naturaleza de esos valores morales.
Prohibir una ideología, a estas alturas, sería como querer curar la homosexualidad. Prohibir es como doblar la rama de un arbusto, si la doblas mucho te devuelve un latigazo. Se puede prohibir la homosexualidad, pero no se puede curar.
Aunque comunista, mi abuelo entendía las razones por las que otros se alzaron en el Escambray y pelearon en Bahía de Cochinos. Para él eran el enemigo, no unos locos. Siempre supo que no se debe humillar al vencido, que no hay que crear resentimientos que conduzcan a una nueva confrontación.
Claro está, el PCC no se halla en la posición de dejarse prohibir. Además, ¿ya saben lo que dice Alonzo, no? ¡Ajá! “Para atrapar a un lobo hace falta otro lobo”. Con todo, hay quienes fantasean con la idea de prohibir —algún día— el comunismo en Cuba. Pura gimnasia mental. Porque ¿qué sentido tendría prohibir el comunismo en un país donde ya nadie quiere ser comunista? Ni siquiera la élite corrupta que acapara para sí el poder.
La afirmación de arriba supone dos preguntas: 1) cómo alcanzar la libertad y salir de la tiranía tomando como punto de partida el socialismo y 2) cómo conservarla.
Naturalmente, no pretendo llevar a cabo una revolución desde un sillón en Miami. (¿Ya dije que no soy tan arrogante?) Pero sabe que para alcanzar la libertad todo lo que se necesita es un poco de sentido común. Solamente hay que encontrar los obstáculos.
Ya he hecho antes una identificación y diagnóstico de las patologías sociales que afectan a la “oposición”:
Por un lado, nuestros intelectuales y políticos de oposición tienen casi todos una mentalidad tercermundista [igualitarista]. Por el otro, los medios “independientes” se inclinan más y más a la izquierda. Estos dos elementos juntos son la fórmula de la desgracia, puesto que, ambos grupos tienden a identificar —injustificadamente— la democracia con la libertad.
Son los rasgos perfectos de una oposición perfectamente controlada. (Justo la oposición que pretenden CNN y el Partido Demócrata en la figura de Liz Cheney, guardando las proporciones, claro está.)
El socialismo cubano es un régimen en el que existe solamente un relato (o “narrativa”), el del PCC. Por lo tanto, la gente tiende a preguntarse si ese relato es verdadero o falso. En democracia, o sea, bajo la tiranía de las mayorías, existen dos o más “narrativas” gracias a la supuesta inexistencia de un monopolio del mercado de la política. En una democracia equis convive una cantidad equis de corporaciones políticas (tal vez tú las conozcas por el nombre de partidos). Esta multiplicidad da la impresión de que se comparte el poder. Sugiere que existe un espectro político, como en apariencia sucede, por ejemplo, en Madrid. (Sin embargo, España toda sigue moviéndose más y más hacia la izquierda. Ni el general Franco, ni mi abuelo comunista, hubieran tolerado el matrimonio homosexual ni el multiculturalismo, pongo por caso. Mi abuelo comunista era de derechas en muchos sentidos.)
Sumergida dentro de esta multiplicidad de corporaciones políticas la gente tiende a preguntarse cuál de todos esos “diferentes” relatos es el verdadero. A esto le llaman pluralismo. Pero sabe que la democracia es sólo otra forma de socialismo. No te dejes engañar por analistas de cuarta, los Estados Unidos son, digamos, desde 1913, un país socialista. En California y en Nueva York, el Partido Demócrata es partido único.
En realidad, el mundo está lleno de democracias de partido único. Vargas Llosa dijo en 1990 que el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), dueño y señor por más de 80 años, era una dictadura perfecta, pero Enrique Krauze agregó “una dictablanda”. Y es que, a pesar de que el Partido Acción Nacional ocupó, después de su legalización, algunos escaños en el Congreso de la Unión, no contaba como fuerza política para nada. El novocastrismo es en sí la PRIización del PCC. (Por cierto, que ambos partidos, el PRI y el PCC, tienen una muy buena y muy vieja amistad). El castrismo es un régimen de un solo relato. El novocastrismo será de doble relato.
Ahora bien, a la tendencia —de las democracias liberales occidentales— a moverse hacia a la izquierda se le conoce como incrementalismo gramsciano (o marxismo cultural, aunque no son exactamente lo mismo). Quiero decir que existe un ataque sistemático dirigido a destruir los valores y los lazos sociales naturales orgánicos —las familias y las comunidades—. La idea es atomizar a la población de tal suerte que únicamente se compartan rasgos relacionados con la dependencia del Estado. Se trata de crear una subclase.
¿Y cómo se logra esto? Pues defendiendo la existencia de supuestos derechos humanos y no los derechos de propiedad (los únicos derechos reales); defendiendo los derechos de las mujeres (feminismo de ¿cuarta? ola), los gays y los trans, las minorías (negros y musulmanes), a no ser discriminado, a la libre e irrestricta inmigración, al salario mínimo, a servicios de salud “gratuitos”, a la corrección política (es decir, a permanecer libre de todo discurso que me sea desagradable), a la educación pública (adoctrinamiento estatal), etc.
En pocas palabras, el castrismo está construyéndose una “oposición” a la medida. Una oposición de izquierda. O sea, socialista. De tal manera que se pueda desarrollar un doble relato y hacer que la gente se pregunte cuál de los bandos dice la verdad. ¿El chiste se cuenta sólo, o no?
Esta “oposición” tiene sus orígenes en la Nueva Izquierda Cubana, una corriente política que nació con la revista Pensamiento crítico en 1967. (Como diría Bacon, “el nombre es nuevo pero la cosa es vieja”.) Por ende, no sería injusto ni desproporcionado que comenzáramos a llamarla por su verdadero nombre.
Bien, supongamos que Cuba fuera gobernada por una partidocracia ¿significa esto que ya se ha alcanzado la libertad? En absoluto. ¿Por qué? Muy simple, porque el castrismo necesita con urgencia moverse más hacia la izquierda. Necesita salir de la inmovilidad ideológica para relegitimarse. Para continuar moviéndose hacia la izquierda el PCC necesita instaurar un sistema de doble relato, no ceder cotos de poder.
Entonces, no te diré cómo capturar el poder, como hacerte con tu libertad, pero sí cómo pudieras conservarla.
a) Cuba necesita una derecha reaccionaria, no una derecha à la madrileña, sino tal vez à la Falange.
b) Las élites en control del aparato del Estado, el ejército, el Banco Central, el sistema de justicia y la academia cubanos siempre promovieron la degeneración social y el igualitarismo. Aunque mucho más discretamente en la era republicana que hoy.
Una nueva élite disfrazada de cambio no dejará de hacerlo. Al contrario, sus adalides se alistan ya a promover leyes de cuotas, el multiculturalismo y la inmigración masiva.
c) Sabe que la igualdad es mierda, la jerarquía es esencial, las razas son diferentes, los sexos son diferentes, la moralidad es importante, todas las culturas no son igualmente civilizadas y no estamos obligados a pensar que lo son, el hombre es un ser depravado y hay más cosas en la vida que el capitalismo o libre mercado —es decir, materialismo hueco—.
La desigualdad de los individuos y de las diferentes culturas constituyen un datum de la naturaleza de la existencia humana. No intentes, so pretexto de nada, erradicarlo.
d) La Nueva Izquierda Cubana u “oposición” es ignorante y tiene metas diferentes a la libertad que buscamos tú y yo; odian la libertad como nosotros la entendemos.
Debemos tenerlos por enemigos nuestros. ¿Por qué no odiarlos? ¿Por qué no ser beligerantes vis-à-vis con nuestros enemigos?
e) Sin embargo (o tal vez con embargo), sabe que el grupo más numeroso de enemigos lo constituyen los intelectuales y los burócratas de la educación en los más altos niveles de la academia. Un grupo que recibe siempre —directa o indirectamente— financiamiento del Estado. Las universidades son su refugio natural y estratégico. Allí envenenan las almas de la flor de la juventud con sus ideas de poder absoluto y control total.
f) Los periodistas son también el producto de la educación pública. Por eso no se puede confiar en ellos, puesto que son quienes moldean la opinión de las masas.
Ambos grupos, los intelectuales y los periodistas, financiados por el estado, están inevitablemente atados al sistema dominante. Estos grupos son clave a la hora de promover el incrementalismo gramsciano y el marxismo cultural.
g) Para evitar que la sociedad cubana, in genere, continúe moviéndose hacia la izquierda hace falta hacer un cortocircuito en el sistema. Hay que desfinanciar todos los departamentos de ciencias políticas y sociales, y de filosofía y letras. Por ser foco de infección comunista. Hay que cerrar todas las dependencias y facultades que se dediquen al estudio de los géneros, de África y Asia, por ser incompatibles con la ciencia.
Hay que acabar con las estrellas académicas todos financiados con dinero de los impuestos.
Hay que poner de patitas en la calle a estos impostores intelectuales, a ver si son capaces de ganarse la vida decentemente. Hay que forzarlos a ganarse la vida mediante un trabajo verdaderamente útil a la sociedad. (Se antoja ponerlos a hacer tuercas.)
Sabe que los intelectuales son los guardaespaldas de las élites, de las oligarquías, y por eso hay que desfinanciarlos totalmente. Hay que exponer al público cuánto ganan y de cuantas prestaciones gozan; y hasta el dinero sucio que reciben de las élites, de la burocracia gubernamental, de las corporaciones, de los bancos y de los partidos políticos.
Desfinanciar no es prohibir. Una cosa es apartar sus manos del tesoro público y otra muy distinta prohibir que funden sus propias escuelas con ayuda del sector privado.
Vivimos en el absurdo, en un mundo repleto de prohibiciones estúpidas. Se prohíbe el aborto y, sin embargo, se aborta. Mas cuando se lo quiere dejar de prohibir, no sólo no se lo condena moralmente, sino que el propio estado y otros grupos, tras quienes se esconden terribles intereses creados, lo promueven financiándolo con los dineros públicos. Y por si fuera poco, obliga a los médicos, que en muchos casos condenan esta medida eugenésica, a llevar a cabo su praxis.
No, la solución no es prohibir. Así no se conserva nada. La mejor manera de combatir el incrementalismo gramsciano es cortar de un solo tajo los lazos entre los intelectuales y tu bolsillo.
Ray Luna es bloguero reaccionario.
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Magnifico articulo, pienso exactamente asi, el partido comunista o sus pensadores tipo Gramsci si se vetan a ellos no les importa porque saben muy bien como reciclarse y ese reciclo lo hacen financiandose con el dinero de los contribuyentes de buenos ladrones cuales son y poniendose etiquetas de buenos sentimientos, de pluralidad, de derechos humanos etc etc. por eso entre otras cosas no creo en la oposicion de Cuba me tengo siempre un paso atras para observar por donde vienen los tiros, y si vienen por la izquierda edulcorada hasta ahi llegue . Gracias Ray por tan iluminado articulo
El Partido Comunista, como el Partido Nacional Socialista Alemán debería ser prohibido, no solo en Cuba, en todo el mundo. La ideología comunista, mucho más sanguinaria y perniciosa que su primahermana que asoló Europa, la Nazi, debería ser prohibida, llevada ante la Justicia, y proscrita, además de perseguida y erradicada. Dado que “El socialismo es la antesala del comunismo”, según la propia ideología marxista-leninista, los partidos Socialistas, que no aquellos que se dediquen a causas sociales que no es lo mismo ni se escribe igual, deberían tener igual suerte.
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Yoani Sánchez y Macho
Rico fueron los precursores… después se sumó la comparsa nacional y las entidades de la ANAP.
Excelente artículo…. L🇨🇺L
Me encantan los articulos de Ray Luna, tan certero y tan genial
Ovacion sostenida y de pie. Llevo hablando de a PRIizacion del castrismo desde 2011, asi es que me complace ver que por lo menos 1 piensa lo mismo acerca de cual es el destino del cambio fraude. Pone la lupa en financistas, financiados, caminos a ninguna parte, izquierdas, oposiciones (en plural) e intelectuales. Bravo.
Gracias a todos.
Justo Ruiz, sobre priización del PCC oí hablar a muchos, incluso marxistas https://elsoca.org/index.php/america-latina/cuba/1838-cuba-la-priizacion-del-partico-comunista-de-cuba-pcc
Creo, Montaner retomó la idea que Vargas Llosa dejó en el aire.
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