Por Manuel C. Díaz.
¿Cuándo estalló -nunca mejor usado ese onomatopéyico verbo- el boom de la narrativa latinoamericana? No creo que haya una respuesta definitiva a esa pregunta. Ni siquiera los académicos la tienen. ¿Cómo iban a tenerla si nunca se han puesto de acuerdo? Entonces: ¿cuándo comenzó todo? Y lo más importante: ¿dónde nació? ¿quiénes fueron los escritores y cuáles las novelas?
Algunos críticos coinciden en afirmar que fue entre 1962 y 1963 cuando se publicaron, una casi detrás de la otra, las novelas La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, Rayuela, de Julio Cortazar, y La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, y un poco después, en 1967, Cien años de soledad, de García Márquez.
Otros, como el uruguayo Ángel Rama, uno de los más importantes ensayistas latinoamericanos, concuerda en la fecha en que comenzó, pero sostiene que hubo autores, como Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Jorge Luis Borges, José Donoso y Juan Carlos Onetti, que no debieron haber sido excluidos de la lista por “criterios únicamente cuantitativos, discriminando así entre los más vendidos y los menos vendidos”.
Como quiera que haya sido, lo cierto es que el boom realmente despegó cuando las novelas de esos cuatro escritores fueron publicadas por los editores barceloneses Carlos Barral y Carmen Balcells quienes, reconociendo no solo su excepcional calidad literaria sino también sus novedosos estilos, las dieron a conocer en España.
Lo demás es, como se dice, historia: las obras del boom, traducidas a decenas de idiomas, llegaron a todos los rincones del mundo. Y sus escritores alcanzaron fama, prestigio y fortuna.
Algunos de ellos, por recomendación de sus editores y también para estar cerca de los paraninfos europeos donde eran premiados, se fueron a vivir a Barcelona. Vargas Llosa, por ejemplo, recordaría esos años como “los más felices de mi vida”, mientras que García Márquez, que vivió ocho años en ella, solía decir que era la ciudad “a la que siempre se volvía”.
Por eso Barcelona fue bautizada como la cuna del boom. Sin embargo, la primera vez que la visité no encontré en ella nada que lo recordara. Es verdad que ya habían pasado veinte años, pero, aun así, me pareció extraño. Al fin y al cabo, aunque ya Cortázar había muerto, Vargas Llosa y Carlos Fuentes todavía estaban en la cúspide de sus carreras y García Márquez había ganado el Nobel.
El único recuerdo del boom que encontré en Barcelona en aquella ocasión fue en las librerías, donde las hermosas carátulas originales de sus libros resplandecían en sus vidrieras.
Cuando regresé años más tarde, me sorprendió descubrir que el boom parecía haber vuelto a la ciudad. No porque los míticos escritores de aquella época estuviesen residiendo otra vez en el barrio de Sarría o cenando en el Amaya de Las Ramblas con sus amigos, sino porque sus antiguas presencias en Barcelona estaban siendo rescatadas a través de excursiones literarias.
Las hallé en un folleto turístico que me entregaron en el hotel. Una de ellas se llamaba Ruta del Boom Latinoamericano; otra, La Ruta del Gabo. Solo por curiosidad leí los detalles. De la primera se decía que era “una experiencia que invita a conocer los escenarios, personajes y conceptos de uno de los mayores movimientos literarios del siglo XX”.
La segunda prometía un recorrido a pie por los lugares que García Márquez había frecuentado, entre ellos su restaurante favorito y la pastelería donde solía comprar dulces todas las tardes.
Cuando mi esposa me vio leyendo el folleto, temió lo peor. Es decir, que mi amor a la literatura terminaría arrastrándola esa tarde por toda la ciudad en busca de las huellas del boom. Como no le pareció una buena idea se acercó hasta donde yo estaba y me dijo: “¿por qué mejor no chequeas las excursiones a la Sagrada Familia?”
La verdad es que no pude negarme. Así que le hice caso y allí mismo, en la carpeta del hotel, compré los boletos de admisión. Después de todo, me dije, los recuerdos del boom eran solo eso: recuerdos.
Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.
Delicioso artículo, como siempre. Gracias al autor por compartirlo.
Muchas gracias