Por Gloria Chávez Vásquez.
Había transcurrido un tiempo desde la noche aquella, en que los vecinos de La Cejita escucharon el batacazo que hizo temblar la tierra por varias cuadras a la redonda. Recordaban, con lujo de detalles, la historia de la fachada, que había causado conmoción en el barrio, y al dueño, que había planeado la reconstrucción, aún inexistente.
El problema había comenzado después de que las autoridades del municipio dieran orden a los propietarios, de renovar las fachadas de sus casas para hacer honor al recién pavimentado boulevard o avenida, (léase carrera) y que era la más larga de toda la ciudad. Para cuando estuviera terminada, la hilera de viviendas, de por lo menos un kilómetro de distancia, luciría como una graciosa réplica, en pequeña escala. de las coloridas fachadas italianas y al tiempo que haría más amable, visualmente, el paso de los transeúntes.
Los habitantes afectados, habían aprovechado los pedregones del pavimento viejo, usándolos como gradas en los patios, o diseñando grutas, a lo largo de todo el terreno en declive que daba al rio y que tenía como telón de fondo las montañas.
Lo cierto es que don Bonifacio Parra aseguró sus pedregones, le pidió a su vecina, el favor de guardárselos en el patio y allí se quedaron porque él nunca los enfiló ni les puso oficio, como le relató a manera de testimonio, Misiá Lola, al inspector de policía, que había venido a investigar el desastre.
–Él, que si mañana, que si el fin de semana, que si la otra, porque estaba más preocupado con lo de reconstruir, que con recoger las piedras abandonadas en nuestro patio. Que primero iba a dejar que los vecinos arreglaran sus fachadas para ver como quedaban y entonces él haría la suya, más bonita –añadió Misiá Lola.
–Bonifacio le pidió dinero prestado a don Pedro, el de la tienda, para comprar los materiales –le informó Matilde, la señora de Parra, al funcionario–, y habló con ese albañil que le prometió villas y castillas. El tal Toño le dijo que él se la construiría más barata. Que no necesitaba trabajar con arquitectos ni ingenieros porque esa gente era muy aprovechada. Que le iba a levantar una pieza de arte, un mural que fuera la envidia de todo el barrio. Que la tendría lista en menos de tres días. Bonifacio confió en su palabra y esperó a que las demás fachadas estuvieran acabadas para empezar a levantar la suya.
Y así fue. El albañil y su ayudante tumbaron la original que era de bareque y esterilla y la reemplazaron con ladrillo y cemento. Luego puso los marcos en los dos huecos de las ventanas y los pintó con la misma cal conque pintó el muro. Le pidió el resto de la plata a Bonifacio para comprar la pintura y la cerámica en la capital, porque dizque era donde se podía conseguir de la más fina. Y todavía lo estaban esperando. De eso hacía ya tres semanas.
–¡Y en tres semanas no se dieron cuenta de que bastaba un fuerte viento para tumbar la fachada? –Preguntó asombrado Flores, el jefe de bomberos, que escuchaba a la sombra del inspector, mientras sus subalternos recogían los escombros y revisaban las corrientes de energía.
–Bueno –dijo Matilde–. Nosotros notábamos que se balanceaba y se inclinaba. Pero pensábamos que eso era natural. Hasta creímos que podía ser un temblorcito, pero no más.
–¿No más? –exclamó el inspector Sánchez–. ¿No le pareció raro?
–Pues sí, pero no me atreví a pensar que… –contestó Bonifacio, cada vez más avergonzado.
–¿Y ese Toño? ¿De dónde salió? –preguntó intrigado el inspector.
–Vino diciendo que estaba certificado por la alcaldía, pero no nos mostró ningún papel –contestó la mujer–, pero como nos dijo que nos iba a cobrar más barato… y que ya les había terminado el trabajo a otros, nosotros le creímos, –contestó Bonifacio.
–Pero, ¿saben el nombre completo del albañil? –Inquirió el inspector.
–Dijo que el apellido era Arroyo o algo así, pero que le decían “Borrón”.
–¡¿Borrón?! Un tipo bajito, barrigón, ¿de color amarilloso-pálido?
–Algo así –dijo Matilde y añadió al recordar: –Le falta un dedo de la mano izquierda. El meñique.
–¡Qué belleza! –comentó irónico el inspector, y tomó nota–. Tenemos una lista de víctimas de ese “Borrón” –les informó–. Y como él, muchos otros que llegaron en bandada de otros departamentos para aprovechar la bonanza de la reconstrucción. Un proyecto grande y costoso. Algunos hicieron bien su trabajo, pero otros estafaron a sus clientes. Este de las fachadas falsas fue invento de Borrón. El truco era construirlas sin las bases y así se ahorraba la mitad de los materiales.
–¡Peor fue los que le hicieron caso! –exclamó el capitán Flores.
–¿Y en que estaba pensando usted, Sr. Parra? –preguntó Sánchez.
Rodeado de sus dos hijos y su mujer que cargaba al más pequeño, el hombre miró al suelo a través de los lagrimones:
–Yo pensé que, con la ayuda de Dios, el muro resistiría.
–¿¡Pero ¡¿cómo se le ocurre!? –exclamó el capitán–. ¿No ve las casas de todos sus vecinos? Ud. cree que, si hubieran hecho lo mismo que usted, ¿habría alguna en pie?
–Yo se lo dije –intervino la mujer– pero es que ¡Bonifacio es tan cabeciduro! –dijo mirando a su marido de soslayo–. ¡Ahora verá! Vamos a tener que dormir al aire libre.
–No se preocupen. Les voy a prestar una lona para que tapen el frente mientras tanto, – ofreció el capitán.
–¿Y eso si protege de los ladrones? –preguntó alarmada, Matilde.
–Parece una carpa de circo? – dijo Bonifacio, despectivo, viendo desenrollar el material.
–¡Eso es! –contestó el inspector Sánchez, mirando a los pequeños y añadiendo: pero “a caballo regalado…” Por lo menos no se mojan. Si la cuelgan bien, no pasaran frio y mantendrán su privacidad.
–¿Sin ventanas? – exclamó la mujer, mirando desilusionada a su marido.
–No se preocupe mija, yo hablo con Toño y arreglo todo.
–¡¿Con Toño?! ¿Pero es que usté no oyó que el tipo es un estafador?
Cinco años pasaron durante los cuales Bonifacio Parra pudo reconstruir una fachada como Dios manda, con sus bases fuertes y sólidas. Aun no acababa de pagar el préstamo a don Pedro, que a propósito había fallecido de un infarto y su viuda era ahora la encargada de la tienda y de las deudas.
–¿Ya recibió la carta? –le preguntó Misia Amelia.
–¿Qué carta? Inquirió Bonifacio.
– Ya aprobaron el proyecto de construcción del mirador. Van a demoler todas las casas que bordean la meseta con vista al rio. Los propietarios seremos compensados, pero tenemos que desalojar en el plazo de un año.
De la serie La Costra Nostra (2023)
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos. Es autora de El libro de Yodin y Mariposa Mentalis (novelas) y varias colecciones de cuentos. Próximo a publicarse: Crónicas de Newton High.