Texto y foto por Carlos Manuel Estefanía.
Desde el tren que me trae de la Estación central de Estocolmoa por estos lares, Botkyrka parece un municipio dormido en la periferia. Pero quien vive aquí sabe que es un corazón que late con tantas culturas como idiomas y una sociedad civil palpitante como desearía que volviera a ser la del lugar donde nací. Yo, cubano disidente por vocación y docente por oficio, lo observo cada semana para contárselo a mis compatriotas, cual, si fuesen alumnos míos, de los que, por supuesto tanto tengo que aprender, como ha de hacer en el aula todo maestro que se precie de serlo de manera verdadera: cuando Cuba sea democrática, necesitaremos la experiencia de esta diáspora tan extensa y sobre todo ejemplos de convivencia, pero también nos harán falta espejos de lo que hay que evitar.
Esta semana, las parroquias se llenaron de vida: misas, conciertos de adviento, talleres para niños y espacios abiertos para rezar o simplemente tomar un café. Aquí la espiritualidad no es propaganda, es servicio. Mientras tanto, Tumba cambia su silueta con nuevos edificios que buscan traer seguridad y movimiento. Pienso en La Habana Vieja, donde las casas se derrumban y la vida se apaga.
La política local se agitó con cambios de liderazgo y nuevas coaliciones, pero la democracia resistió. Los vecinos siguen dialogando con sus representantes, algo impensable en mi tierra. La seguridad, en cambio, mostró contrastes: robos frustrados, violencia en barrios, accidentes de tránsito. La justicia sueca respondió con firmeza, sin mirar edades ni títulos, solo daños.
A nivel nacional, Suecia enfrenta debates cruciales. El gobierno reafirmó sus prioridades de política exterior: apoyo a Ucrania, cooperación en seguridad con la UE y la OTAN, y defensa de la igualdad de género. En paralelo, se discuten reformas migratorias que buscan equilibrar la necesidad de mano de obra cualificada con un mayor control de la inmigración. Esto marca un giro respecto al histórico modelo sueco de puertas abiertas, que incluso podría modificarse constitucionalmente para permitir la revocación de ciudadanía en casos de crímenes graves o amenazas a la seguridad nacionalelEconomista.es.
La sociedad sueca también se vio sacudida por hechos dolorosos: en Estocolmo, un autobús fuera de servicio se estrelló contra una parada, dejando tres muertos y varios heridos. En Malmö se confirmó la condena por homicidio de un joven de 17 años, y en Katrineholm otro adolescente fue sentenciado por detonar una granada. La justicia sueca mostró que no distingue entre edades ni estatus: juzga hechos y daños.Me pregunto dada la experiencia cubana, hasta donde aguantará la democracia, una violencia que cada día recuerda más al gansterismo de la Habana de principios de los cincuenta. Ese que llenó de pasividad a la ciudadanía cuando el ejercito se hizo del control de la República para meterla en cintura, cosa que por desgracia nunca ocurrió.

En el terreno político, más de 40 representantes de distintos partidos firmaron un manifiesto denunciando el aumento de amenazas y discursos de odio contra figuras públicas. Algunos recibieron amenazas de muerte o violación. La frase que resonó fue: “Basta ya, no permitamos que la democracia retroceda por miedo”. En un país donde la convivencia es valor central, este llamado refleja la tensión entre libertad de expresión y protección de la vida democrática.
En el ámbito social, se alzaron voces contra el aumento de los precios en los cuidados veterinarios. Muchos dueños de animales denuncian que no pueden costear tratamientos básicos. En Suecia preocupa que un perro o un caballo no reciba atención médica; en Cuba, un ser humano enfermo muchas veces espera un milagro… o un paquete desde Miami.
La cultura se prepara para la Navidad con mercados en distintos barrios, música, teatro y actividades intergeneracionales. El medio ambiente recordó su fuerza con tormentas que derribaron árboles y accidentes con renos en el norte del país. Los noticieros suecos informan sobre rescates de animales y daños forestales; en Cuba, los meteorólogos fueron durante años portavoces del régimen.
El caso más estremecedor de la semana fue el procesamiento de un hombre por más de doscientas violaciones contra su hijastra desde la niñez. Sus declaraciones, frías y cínicas, helaron la sangre de la prensa. Aquí hubo justicia. En Cuba, habría silencio.
Escribo estas líneas desde la zona norte de Botkyrka, mirando los altos edificios rojos y semi piramidales, de original arquitectura, que se levantan, sobre cerros, al otro lado delencantador lago Alby, cuyas aguas comienzan a congelarse. Me pregunto hacia dónde volarán las aves que alimento con el pan que me sobra, y si seguirán la misma dirección que mis compatriotas que dejan su tierra, no por frio sino porque les falta ese ese pan que un gobierno indolente no les permite ganar.
Pienso en Cuba. Aquí las paredes se levantan para que entre más luz. En mi patria, durante décadas, se levantaron para que entrara menos verdad.
Ojalá algún día nuestras plazas no necesiten vigilancia para asegurar la convivencia, sino árboles para compartir sombra.
Hasta la próxima semana.
Carlos Manuel Estefanía.
Botkyrka, Estocolmo, Suecia.















