Por Padre Alberto Reyes.
Han pasado siglos desde la primera Navidad, y a través del tiempo, personas y naciones han celebrado el acontecimiento que vino a dar un sentido nuevo a la existencia, un sentido y una esperanza. Porque el Dios-con-nosotros no vino a hacer de esta tierra un paraíso sin penas; vino para enseñarnos a levantar la cabeza, a aplastar a la serpiente y a luchar por lo mejor de nuestra alma.
Hoy, más que nunca, esta Cuba nuestra necesita escuchar el mensaje del ángel a los pastores: “No teman, traigo una buena noticia, una noticia que será causa de alegría, porque llega la salvación”. Y es que tal vez nunca antes la realidad de esta tierra fue tan parecida a la de la primera Navidad.
Como aquel pueblo donde Dios se hizo carne, recibimos la Navidad sumergidos en tiranía y esclavitud, sometidos por un poder arbitrario, sin justicia, sin otras reglas que la imposición de la obediencia a través del miedo y la represión; maniatados, impotentes antes un poder omnipresente y controlador, vigilados por centuriones oficiales y extra oficiales.
Recibimos la Navidad como un pueblo que añora la libertad pero que olvida con facilidad a los que han sido encarcelados por defender el derecho a esa libertad; un pueblo que apoya en silencio al oprimido y reverencia en público al opresor; un pueblo sin pan pero ávido de circo, y que a la primera oportunidad huye hacia donde no escasea el pan y no es necesario el circo.
Un pueblo que, al igual que el antiguo Israel, cuando escucha hablar de libertad piensa en la destrucción de los poderosos de turno y el establecimiento de un reino próspero y terrenal, echo de posibilidades materiales, viajes y supermercados, y que parece no ser capaz de mirar ni entender las profundas esclavitudes de su alma.
Recibimos la Navidad en una isla cerrada sobre sí misma, con gobernantes soberbios e idólatras, que adoran el poder y desprecian a los que afirman servir, y un pueblo que sigue olvidando a su Dios, incapaz de decir, como reza una antigua plegaria hebrea: “Hemos pecado, somos de verdad culpables, hemos sido rebeldes a tu voluntad, hemos cometido abusos de confianza, hemos blasfemado, hemos incitado al mal, hemos condenado al inocente, hemos sido orgullosos, hemos actuado con violencia, hemos afirmado cosas falsas, hemos engañado, hemos despreciado cosas respetables, hemos despreciado tus leyes, hemos sido perversos, hemos cometido injusticias, hemos oprimido al prójimo, hemos endurecido nuestro corazón, nos hemos entregado a la corrupción, hemos cometido acciones vergonzosas, hemos seguido malos caminos, hemos rechazado a nuestro prójimo, hemos abandonado tus mandamientos”.
Sí, hoy más que nunca necesitamos la Navidad, la experiencia del Dios fiel que no ha dejado de acompañarnos y que nos dice “levántate y anda”, “no tengas miedo”, “yo estoy contigo”. Necesitamos acoger al Dios que nos devuelve la vista, que nos limpia de la lepra, que nos levanta de nuestras parálisis; al Dios que perdona y detiene las piedras, que nos abraza cuando volvemos rotos a casa, que deja a las noventa y nueve y nos busca, y nos llama por nuestro nombre.
Y necesitamos también al Dios que multiplica los panes y los peces, pero no para hacer ostentación de estómagos llenos, sino para decirnos que, cuando abrimos la vida al bien, a la justicia, a la verdad…, se reconstruye la armonía del origen, y la salvación se hace capaz de permear, no sólo el espíritu, sino toda la existencia.
Padre Alberto Reyes Pías nació en Florida, Camagüey. Estudió Psicología Pura en España, antes de entrar al Seminario estudió 3 años de Medicina (en Cuba), lo dejó para entrar en el Seminario. Párroco en Esmeralda, Camagüey.
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