Por Ulises F. Prieto.
Hay una novela de Paul Auster que se titula “El País de las Últimas Cosas“. Las cosas van desapareciendo y la gente se va adaptando a tener cada vez menos. Un observador ajeno llega a aquel país por alguna razón que ahora no recuerdo. La prosa es fluida pero la narración es áspera. Lees mezquindades en todas partes. En algún momento de la lectura, tú junto al testigo ajeno, te das cuenta de que ya no ven a los personajes como a humanos. ¿Cómo evitar verlos como animales cuando viven como animales? Cierto, hablan, los entiendes, pero ya son inferiores.
Ignoro si esa novela estaba escrita a finales de los noventas, cuando nuestro personaje recién había llegado a Madrid para vivir desde La Habana. A menudo escuchaba a personas narrar sus aventuras desvergonzadas en la isla de Cuba. Sin reparo, como si por haberlas cometido en otra ciudad la responsabilidad no contara. Hablaban con total desprecio de los cubanos. Sin embargo a nuestro personaje lo trataban como a un igual. Nunca supo si alguna vez ellos se percataron que él hacía unos meses podría haber sido uno de aquellos subhumanos.
Con la ayuda de un par de amigos pudo empezar a arreglar sus papeles, pero debía solicitar la entrada en alguna embajada española, como si ya no estuviese en España. Ese tipo de orden absurdo que se conforma dentro de la burocracia. No podía salir en avión porque no tenía documentos. Era imposible ir a Francia debido a los fuertes controles en la frontera por causa del terrorismo vasco. Así fue cómo conoció la hermosa ciudad de Lisboa. Tuvo que ir varias veces, y siempre de madrugada para que los guardias de la frontera estuvieran bien cansados. Alguna vez se hizo el dormido y así evitar que la policía lo escogiera para pedirle los documentos.
En su segundo viaje conoció a una joven española que iba a trabajar de azafata en la Exposición Universal, aquella vez en Lisboa. Era la primera vez que ella visitaba Portugal. Ya él empezaba a conocer adultos con menos experiencias que las suyas. El viaje fue suficientemente largo y los asientos eran suficientemente incómodos como para que no quedara secreto alguno entre ellos. Es fácil tolerar a una joven bella en un viaje aburrido.
Después de varios años en Madrid, Lisboa era como una especie de regreso a La Habana. Era húmeda, llena de ruinas. Edificios maravillosos, con pequeñas estatuas, rejas torneadas. Toda una maravilla que dejaban ver un pasado glorioso, pero abandonada o mal habitada. Estaba en el justo momento en que la decadencia es aún elegante. Había negros y mulatos caminando por sus calles. Pisaban con seguridad como si fuese su propia ciudad. Es que era su propia ciudad.
-Te va a encantar Lisboa – dijo él-. Es una ciudad cosmopolita. Todavía se ve ese recuerdo Imperial.
Era agradable la sensación de saber sobre el Mundo. ¡Ser extranjero después de estar 24 años viviendo en la misma ciudad, La Habana!
– Sí, me han contado – dijo ella automáticamente -. Soy de Cartagena. También se ha llenado de moros y chinos. Ya no es la ciudad tranquila de siempre. Los inmigrantes vienen con sus costumbres. No se adaptan. Mi hermana tuvo un rollete con un chico de Marruecos. Aquello fue un infierno. Era muy celoso. Se metía hasta en cómo ella se tenía que vestir. Luego cuando cortaron tuvimos que llamar a la policía porque no la dejaba tranquila. La esperaba en todas partes. A la salida del trabajo, en el portal de casa. Al final él se volvió a Tetuán. Me dio un poco de lástima. Nos mandó por correo un paquete con una tarta árabe que había hecho su madre. Obviamente aquello llegó hecho arena y oliendo a muerto. Es que ellos viven en la edad media. No entienden nada.
El autobús por fin llegó. Él la ayudó con sus maletas. Se escuchó a una abuela recibir a su nieta: “Minha Princesa”. La brisa era cariñosa como el acento portugués. Algo familiar le iba relajando los músculos.
– No me gusta la luz fría de las estaciones – dijo él-. Prefiero la penumbra del viaje. Me encanta esta brisa fresca y húmeda de la madrugada en Lisboa.
– Sí, es como un beso.
Tal vez se hubieran besado, pero mi personaje no conocía ninguna receta de dulces. Sólo arroz con leche.
Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.
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