EDITO

A propósito del XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Por Padre Alberto Reyes Pías.

Evangelio: Mateo 22, 34 – 40

Una de las cosas que más valoro de la religión cristiana es su libertad. Cristo no obliga, no amenaza, no atemoriza. Cristo invita.

Ante la pregunta del doctor de la ley sobre el mandamiento principal, se podría suponer que Jesús introduciría su respuesta con un: “Lo que debes o tienes que hacer es…” Sin embargo, Jesús responde con una invitación: “Ama”. Es como si Jesús dijese: “Si quieres vivir el mandamiento principal de la ley, amarás a Dios y amarás al prójimo”.

Es muy común en nuestro lenguaje el “tengo que…”: tengo que visitar a un enfermo, tengo que ayudar a alguien, tengo que cumplir los mandamientos… Y no es así. No “tenemos” que hacer nada, porque Dios no nos fuerza a hacer el bien. Elegimos, optamos, decidimos amar. Amar no es una obligación, ni respecto a Dios ni respecto al prójimo. Amar es una opción.

Y como es una opción, está por encima de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y de nuestras experiencias pasadas.
Podemos pensar que amar no vale la pena, que el destinatario no se lo merece, que no va a servir de nada… y aún así, podemos elegir mantenernos fieles a lo que Dios nos pide y hacer el bien.

Podemos sentir que nuestros deseos de bondad se desvanecen, es más, podemos sentir un deseo muy fuerte de hacer daño, de vengarnos del mal recibido, de “pagar con la misma moneda” al que no fue bueno con nosotros… y aún así, podemos elegir buscar la voluntad de Dios y hacer el bien.

Podemos recordar vívidamente lo desagradecidos que fueron con nosotros, cómo tiraron a basura nuestro esfuerzo, nuestra dedicación, nuestros sacrificios… y aún así, podemos elegir confiar en la fuerza del amor y hacer el bien.

El amor puede ir rodeado de sentimiento, de esa emoción bienhechora y energizante de querer y disfrutar hacer el bien, pero el amor es mucho más que una emoción, es la decisión de pasar por esta vida eligiendo el bien.

Por eso el amor logra superar la decepción, la tristeza, el dolor, la traición… porque es una apuesta que puede renovarse una y otra vez, retomando lo mejor del alma humana.

Los ejemplos son infinitos, pero nunca mejor ocasión para recordar la plegaria encontrada en la camisa de una mujer muerta en Ravensbrück, el campo de concentración para mujeres y niños donde murieron más de 92000 personas, y que dice así:

“Señor, acuérdate no sólo de los hombres y mujeres de buena voluntad, sino también de aquellos
de mala voluntad. Pero no sólo te acuerdes del sufrimiento que nos han infligido; acuérdate
de los frutos que hemos dado gracias a este sufrimiento – nuestra camaradería, nuestra lealtad, nuestra humildad, el valor, la generosidad, la grandeza de corazón que ha salido de todo esto –
y cuando estas personas lleguen al juicio, permite que todos los frutos que nosotros hemos dado sean su perdón”.

En su voz:

 

Padre Alberto Reyes Pías nació en Florida, Camagüey. Estudió Psicología Pura en España, antes de entrar al Seminario estudió 3 años de Medicina (en Cuba), lo dejó para entrar en el Seminario. Párroco en Esmeralda, Camagüey.

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