Por Padre Alberto Reyes Pías.
Evangelio: Lucas 10, 25-37
La vida se construye a base de prioridades, porque no podemos tenerlo todo a la vez. Se impone elegir, y una de las elecciones más frecuentes y, a la vez, más necesarias, es aquella entre lo que me hace sentir cómodo, lo que me gustaría, lo que desearía, y lo que, en este momento, da sentido a mi vida.
La parábola del buen samaritano es un ejemplo perfecto de esta postura existencial. Dice la parábola que el samaritano iba de viaje, es decir, tenía un plan, un plan que es pospuesto inmediatamente cuando se encuentra con aquel hombre herido.
¿Era agradable interrumpir el viaje, limpiar sangre, vendar heridas, cargar con un cuerpo inerte, cuidar al herido toda la noche, gastar el propio dinero en un extraño? No, ni lo era ni lo es. ¿Por qué, entonces, somos capaces los seres humanos de hacer algo así? Porque hacer el bien da sentido a nuestra vida, y el sentido es lo que nos produce la experiencia profunda de que nuestro paso por este mundo vale la pena.
Elegir lo que da sentido no sólo nos capacita para amar y nos convierte en bendición, sino que, a la vez, permite la realización de nuestra propia vida.
Elegir lo que da sentido es lo que nos permite construir un matrimonio, ser los padres que nuestros hijos necesitan y ser los hijos que nuestros padres necesitan.
Elegir lo que da sentido es el único modo de ser amigo, de ser buen vecino, de llevar adelante un proyecto de trabajo o estudio.
Elegir lo que da sentido es el único modo de vivir la fe, de tratar al otro como a un hermano y de afrontar cualquier dificultad que surja por ser fieles al Evangelio.
Fácil no es. Lo fácil es rendirse al gusto, al «tengo o no tengo deseos», a la satisfacción inmediata del momento presente. Por eso es tan necesario cuidarse de los «espiritualismos románticos», de esa visión tan idílica como falsa de que, venga lo que venga, estaremos siempre dispuestos a ser los mejores esposos, los mejores padres, los mejores hijos, los mejores cristianos.
Asumir las exigencias del amor concreto, de ese amor que te reclama en el camino diario de la existencia, de ese amor que, como en el caso del samaritano, nos sorprende y nos exige un cambio inmediato de planes, una entrega inesperada, un sacrificio no previsto no es fácil y, muchas veces, no será ni siquiera agradable.
Pero nada se compara con el gozo profundo de haber sabido elegir el bien necesario, nada se compara con la certeza de haber hecho lo correcto, con la experiencia profunda de sentir que nuestra elección ha valido la pena, y que nuestro día ha tenido eso que, en el fondo, es lo que nos mantiene realmente vivos: sentido.
En su Voz:
Padre Alberto Reyes Pías nació en Florida, Camagüey. Estudió Psicología Pura en España, antes de entrar al Seminario estudió 3 años de Medicina (en Cuba), lo dejó para entrar en el Seminario. Párroco en Esmeralda, Camagüey.