Por Padre Alberto Reyes Pías.
A propósito del VI Domingo de Pascua.
Evangelio: Juan 14, 23-29.
Cuando el libro del Apocalipsis habla de la “nueva Jerusalén”, que es su modo de nombrar a la Iglesia, la describe como una ciudad cuyas puertas se abren a los cuatro puntos cardinales.
En la Biblia, el número cuatro significa universalidad, y esas cuatro puertas abiertas hacia los cuatro puntos cardinales indican una Iglesia que no sólo se extiende por todo el mundo sino que acoge a todas las personas.
Todo el mundo es bienvenido dentro de la Iglesia pero la Iglesia no es un parque de recreo sino la invitación a un encuentro con la persona y la palabra de Jesucristo, y al establecimiento de una comunión de vida y de amor con él y con el Padre, bajo la guía del Espíritu Santo.
Por eso dice el Señor que “el que me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. Por eso no basta con saber que somos acogidos dentro de la Iglesia, hay que preguntarse si queremos entrar en la dinámica de la Iglesia, en su misterio, en la vida que ella, desde el Evangelio, nos propone.
No basta con saber que podemos ir a un hospital, hay que preguntarse si queremos ser sanados.
No basta con saber que podemos ir a una escuela, hay que preguntarse si queremos aprender.
No basta con saber que nuestra pareja nos ama, hay que preguntarse si estamos dispuestos a asumir los
compromisos de unirnos en matrimonio con nuestra pareja.
Llama la atención la libertad que tenemos de pertenecer o no a la Iglesia y, al mismo tiempo, lo frecuente que es encontrar personas que claman por cambiar la esencia de la Iglesia, personas que piden que la Iglesia asuma posturas que son incluso contrarias al mensaje del Evangelio.
El camino cristiano es exigente. La paz que Cristo provoca en el alma humana no es la mera tranquilidad de la ausencia de problemas, sino la serenidad profunda que nace de la fidelidad al amor, a la verdad, a la justicia, al perdón, a la solidaridad…
Comprometerse con el camino del Evangelio lleva esfuerzo,
implica donación continua, y siempre tiene precios. Si el encuentro con Cristo no reta, no empuja a superar los propios miedos, no asume los precios del compromiso profundo con el bien, con el amor, con la vedad, con la justicia… entonces significa que hemos creado una caricatura, fácil, cómoda y, en el fondo, alienante.
Vivir es entrar en la apuesta de permitirle a Dios hacer morada en nosotros, para existir desde él, libres de las expectativas del mundo, libres de lo “políticamente correcto”, libres incluso de nuestros propios deseos de un mundo a nuestra imagen y semejanza. Libres, realmente libres.
En su voz:
Padre Alberto Reyes Pías nació en Florida, Camagüey. Estudió Psicología Pura en España, antes de entrar al Seminario estudió 3 años de Medicina (en Cuba), lo dejó para entrar en el Seminario. Párroco en Esmeralda, Camagüey.