Por Lilliam Moro/Revista Conexos.
Aunque nos conocimos hace ya mucho tiempo, es ahora cuando acabo de descubrirte como poeta.
He leído obras tuyas de narrativa y teatro, pero lo que realmente te ha descubierto ante mis ojos es tu poesía, la que aparece en tus dos últimos libros: De vuelta y El tiempo a la mitad. Según los datos publicados en cada uno de ellos, el primero recoge 42 poemas escritos entre mayo de 1999 a febrero de 2012. El segundo, 31 poemas creados entre enero y diciembre del 2014, o sea, tus últimas composiciones poéticas.
El que te hayas expresado literariamente en varios géneros me hace suponer que has incursionado en ellos en busca de la vía que más se adecuara a tus necesidades, o quizás la poesía siempre haya estado dentro de ti, esperando el momento apropiado para convertirse en palabras, en tus palabras, apareciendo de vez en cuando como opción alternativa.
LM: ¿Qué es, pues, la poesía para ti?
JAF: Cantaba León Felipe: “Deshaced ese verso, / quitadle los caireles de la rima, / el metro, la cadencia / y hasta la idea misma. / Aventad las palabras, / y si después queda algo todavía, / eso / será la poesía”. Es decir, que él tampoco sabía lo que era la poesía. Digo tampoco porque yo no lo sé. Nunca he escrito mi Arte Poética. No me atrevería a definirla. Me conformo con sentir su presencia cuando ocurre y prestarle toda la atención de que soy capaz. Y si se digna llamarme, humildemente acudir.
LM: De vuelta me parece una obra escrita desde la memoria de la pérdida, como dando fe de ella, mientras El tiempo a la mitad (escrito posteriormente) es la consumación de esa pérdida, la aceptación de lo inevitable. ¿Por qué esos títulos?
JAF: Viviendo en Madrid publiqué dos libros de poesía, Orestes de noche (1985) y Cantos y elegías (1992). Ambos, al igual que Destrucciones, que permanece inédito, escritos en Cuba en la década del 70 del siglo pasado. Son los únicos que pude salvar. Escribí otros que se perdieron o yo mismo destruí antes de partir al exilio en 1983. En todos ellos, al igual que en otros posteriores como El tiempo afuera, que fue Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero en el 2000, la idea del paso del tiempo está presente como una obsesión. Incluso la palabra “tiempo” aparece en algunos títulos. En cuanto a De vuelta, me parece que he vivido los años suficientes como para sentirme un poco “de vuelta” de casi todos los desastres. Al igual me ocurre con “la pérdida”, es un tema recurrente en toda mi poesía. La vida como una suma de pérdidas. Yo creo que se intenta aceptar lo inevitable, pero no se consigue.
LM: Después de leer tanta poesía llena de imágenes y metáforas que no nos transmiten nada que haga temblar nuestra emoción, es refrescante encontrar una obra hecha desde la observación de la realidad mundana, una poesía que le da voz a las cosas porque sus referentes son los objetos que pueblan nuestra memoria, convertidos en depositarios del dolor, como “el cenicero atestado de frustraciones”.
Y aquí tengo que mencionar un poema tuyo que me parece antológico, el ejemplo idóneo de esta forma personal de expresión: “La motera”, que nos habla, que se queja. No son cosas detenidas en el tiempo del recuerdo, sino objetos comunicativos: “De las redondas manos de mi madre, / todavía conserva el tacto y el olor”. Esos versos finales del poema me hacen recordar estos de Juan Ramón Jiménez: “¡Sólo queda en mi mano / la forma de su huida!” ¿Crees que darle vida a las referencias guardadas en la memoria es un recurso para que no sean tragadas por el olvido?
JAF: Es muy posible. Varios amigos que han leído ese libro me han señalado ese poema como uno de sus preferidos. Eso me llena de una extraña alegría, porque lo único que intenté fue detener en el tiempo ese objeto. Durante años, todos los días, camino del trabajo, pasaba por casa de mi madre. Me sentaba en el borde de la cama, frente a la coqueta, a esperar el café que ya tenía listo sobre la hornilla. Me entretenía mirando las fotos bajo el cristal y los curiosos objetos que la adornaban. Siempre terminaba en la motera, llena de maravillas menudas. Yo la conservo. El siguiente poema en el libro, “Inventario”, describe, aunque no lo aclaro, el interior o contenido de la motera. Termina diciendo que yo agregué algo, un pedazo de la pulsera roja que llevaba mi madre el día de su muerte. Se rompió contra el asfalto al caer.
LM: Objetos, sí, pero también instantáneas en movimiento, como esa madre que está barriendo la casa de siempre (el 302 de la calle Cuarta), eternamente móvil en su rutina. Esa casa que conviertes en mito como la lezamiana de Trocadero. Cuéntame de esa casa.
JAF: De niño, recuerdo, que siempre nos estábamos mudando. La Lisa, después Jesús del Monte, una casa justo al lado de la loma de la iglesia, Mantilla. Pero al final recalamos en el Reparto Poey, tendría yo unos 8 o 9 años. Primero vivimos en una casita de madera pintada de verde, que era de mi abuela materna. Después nos pasamos para su casa y allí crecí al igual que mis hermanos. Era una casa de mampostería con techo de tejas españolas. Tenía bastante espacio por los lados y al frente junto al portal, un jardín con una mata de diamelas que crecía junto a la ventana y la perfumaba toda. Los mosaicos eran blancos y negros y se nos antojaban escaques de un inmenso tablero de ajedrez. Mi abuela paterna sembró al frente una mata de almendra que con el tiempo dio fresco y sombra… y trabajo a mi madre barriendo hojas. Después de mi partida, demolieron la casa, según me han dicho a pedido de un militar que quería construir allí su búnker, cosa que hizo. La portada de El tiempo a la mitad, la ilustra un pedazo de la pared de la sala de mi casa, que un amigo recogió y me hizo llegar. Es lo único que me queda de ella.
LM: Pero para mí la característica esencial de tu poesía es una profunda orfandad, casi primigenia. (“Porque todo se nubla, / todo se pudre / y tengo mucho miedo”). Te imagino como ese personaje de la pintura de Edvard Munch, El grito, un niño que lanza un alarido de dolor no desde un puente, como el de la pintura, sino desde el fondo de un pasillo, siempre un pasillo, mención recurrente en tu poesía. ¿Es un grito de dolor, de miedo, o un alarido ante lo insoportable de la vida?
JAF: Creo que lo peor de la vida es que a todos nos convierte en huérfanos. Y ver, en orfandad, cómo el tiempo nos transforma en la sombra de lo que alguna vez fuimos puede resumirse en ese grito, que para más desgracia, no se escucha. Y sí hubo muchos “pasillos” en mi infancia, claro, vivíamos en lo que se conocía como cuarterías, solares, pasajes, siempre con un pasillo central que conducía al baño colectivo… A veces, el amor suaviza la suma de pérdidas, la orfandad, pero la tragedia del amor, es que hacen falta dos. Y mantenerlo durante mucho tiempo es muy difícil.
LM: Según mi percepción, tus poemas me parecen perfectamente circulares, quiero decir, que los versos iniciales sirven de introducción al tema central, y al final suele haber una metáfora conmovedora que sintetiza el conjunto. Y una metáfora final no es un recurso fácil, y menos porque hay que saber cuándo debe terminar un poema. Creo que se te dan mejor los poemas breves; recordando a Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. ¿Cuándo sabes que el poema está terminado?
JAF: Debe ser porque se me acaba la cuerda. No podría explicarlo, pero yo me doy cuenta de que acaba “ahí” y no “allá”.
LM: Tu poema “Nostalgias” me resulta muy afín, porque todos los que vivimos en Madrid sabemos que adonde vayamos después, la única manera de no sucumbir es evitando las comparaciones. Además, yo también viví en esa buhardilla de la calle León, 3 y anduvimos el mismo camino para llegar al mismo trabajo. Para mí, abandonar España después de 43 años allí ha sido un segundo exilio. Tienes un verso que vale un poema: “ahítos de exilios”. ¿Y para ti? ¿Fue algo más que una transición antes de llegar a Miami?
JAF: Ya lo he dicho muchas veces: Nunca he sentido nostalgia por Cuba. No tengo un recuerdo cubano que no esté asociado al dolor, a la incertidumbre, al miedo. Siempre Miami fue la meta porque aquí estaba mi familia, todo lo que he amado. Pero ya viviendo en Miami supe lo que era la nostalgia, la sentía por Madrid. Yo amo mucho esa ciudad por bastantes razones que sería largo enumerar aquí. Quizás pueda resumirlo diciendo que allí me sentí libre por primera vez.
LM: Recuerdo ahora la conocida frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. ¿Cuál es tu circunstancia vital?
JAF: La fuga. Siempre he tenido la sensación de estar huyendo de algo.
LM: ¿Hemos perdido un país? ¿O hemos perdido el paraíso?
JAF: No lo creo. Lo que significó Cuba para mí, es decir, una calle, una casa, un árbol, el mar a lo lejos con un muro, vivirá conmigo hasta que muera. Y si consigo con lo que hago, con lo que escribo, que algo, un pedazo de eso, quede en el papel –o en la memoria de la computadora–, no habré muerto, no habremos muerto, del todo. Y ¿paraíso no es otro de los nombres del infierno?
José Abreu Felippe (La Habana, 19 de marzo de 1947) es un poeta, narrador y dramaturgo de Cuba. Se exilió en 1983, y desde entonces ha vivido en Madrid y en Miami. Ha publicado cuatro volúmenes de poesía, Orestes de noche (Playor, 1985), Cantos y elegías (Verbum, 1992) y El tiempo afuera (Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2000), De vuelta (Linkgua, 2012) y El tiempo a la mitad (Alexandria Library, 2015). Como dramaturgo, ha dado a conocer Amar así (Ediciones Universal, 1988), Teatro (Verbum, 1998) que reúne cinco piezas, Rehenes (Ollantay, 2003), Tres Piezas (Editorial Silueta, 2010) y Árido (obra integrada al libro Tres dramaturgos, tres generaciones), publicado por la Editorial Silueta, en el 2012.
Ha publicado dos volúmenes de relatos, Cuentos mortales (Ediciones Universal, 2003) y Yo no soy vegetariano (Editorial El Almendro, 2006). Además, ha publicado las novelas Siempre la lluvia (finalista en el concurso Letras de Oro, 1993), Sabanalamar (Ediciones Universal, 2002), Dile adiós a la Virgen (Poliedro, 2003), Barrio Azul (Editorial Silueta, 2008) y El instante (Editorial Silueta, 2011), que conforman la pentalogía El olvido y la calma.
Su libro 121 lecturas (New Club Press, 2014), reúne una selección de las reseñas de libros publicadas mayoritariamente en el periódico En Nuevo Herald de Miami.
En unión de sus hermanos, los también escritores Nicolás Abreu Felippe y Juan Abreu, escribió ese homenaje a su madre, fallecida en accidente de tráfico, titulado Habanera fue (1999)…
Lilliam Moro (La Habana, 1946 – Miami, 2020) salió de Cuba en 1970 y vivió en España durante más de cuatro décadas. Ha publicado en Madrid los poemarios: La cara de la guerra (1972), Poemas del 42 (1989) y Cuaderno de La Habana (2005), y en Miami Obra poética casi completa (2013). En la boca del lobo fue Premio de Novela en Madrid en 2004… Residió en Miami hasta su fallecimiento.