Por Sor Nadieska Almeida H. C.
Nunca antes había experimentado de cerca la sequía natural, ver cómo los árboles se van secando, pierden las hojas, -al menos así lo veo en mi hoy-, son portadores de una tristeza que a su vez contagia a quien se detiene a mirarlos. La resequedad de la tierra, que se va agrietando y el polvo que se va levantando, sacudido por los aires cuaresmales, que en verdad no ayudan a dejar una floración de algún frutal…
Si sigo centrada en lo que se va haciendo cotidianidad, voy teniendo la dolorosa experiencia de la cercanía del fuego, pequeñas montañas y valles, terrenos cultivados, que van siendo presas de ese fenómeno que se da por la misma sequía y que va dañando la tierra cada vez más. Junto con ese daño también está el miedo de las gentes que viven en ella; puedo decir que vivimos con el susto de perder no solamente los bienes materiales, sino la propia vida.
Es tan triste cuando ves a alguien llorar y decirte: He tenido que tirar todo a la calle rápidamente para salvar algo… porque además no pensemos en el agua que no tenemos a veces ni para lo más imprescindible y si acontece el fuego tienes que derramarla a cubos incluso con mucha impotencia, porque es la que estabas ahorrando para lo que crees es más necesario, pero tratar de apagar el fuego antes de que coja fuerza es tan vital como tener agua.
Junto a eso que ya se vuelve casi normal, es desolador el panorama cuando vas atravesando la carretera y lo que encuentras a tu paso es lo mismo: fuego, sequía, animales muertos de hambre y gente profundamente triste ante tanta pérdida visible, tangible, que sigue empobreciendo y hundiéndonos en la desesperanza que parece haber llegado para quedarse como un huésped permanente que hace sombra en los rostros de tantos.
Como tantas veces mi reflexión parte desde lo que es crucial para nosotros, albergo dolorosamente en mi alma y sigo contemplando una nación que se seca, más allá de los fuegos forestales que se van extendiendo por toda la isla y cuando crees que ya llego el final, surge con un golpe de brisa o la oleada de hojas secas… de igual manera a Cuba se le está secando el corazón, se le ha secado la alegría y también la esperanza… Me pregunto una y otra vez cómo haremos para recuperar el verdor interior, la frescura del alma, la sonrisa genuina, la confianza entre nosotros; me pregunto a la par que me confronto al rezar el cántico del profeta Isaías 45,15ss que nos trae sabiamente la liturgia: Así dice el Señor, creador del cielo, Él es Dios, el modeló la tierra, la fabricó y la afianzó, no la creó vacía, sino que la formó habitable.
Y esta certeza de esa mano creadora es la que me devuelve un poco de fuerza y aprendizaje, descubrir que es sabia la naturaleza en toda su pérdida, es un ciclo que trae consigo la posibilidad de renacer con más fuerza y vitalidad, me adentro con respeto y admiración y por qué no, también con deseos de ver cada brote, de seguir muy de cerca su proceso de vida… de esa misma manera me siento invitada a creer en la esperanza que debe llegarle a nuestro pueblo, la alegría que le será devuelta en algún momento no lejano, sigo apostando porque todos hagamos lo posible porque eso sea real, que a tanto quejido por tanta desesperación sin vislumbrar horizonte, le pueda surgir como bendición algún brote de vida, alguna buena noticia, un rayo de luz que nos permita creer que todo vuelve a comenzar, que podremos contemplar con nuestros propios ojos lo que Dios soñó para nosotros… la mayor de las Antillas bella y grácil como diría nuestra Loynaz, esbelta y liberada de toda opresión, orgullosa por su belleza natural y bendecida como la “novia de Colón, la benjamina bien amada, el paraíso encontrado ”… (Dulce M. Loynaz. Poema CXXIV) eso que sabemos por historia a través de nuestros padres, abuelos y que no dista tan lejos en el tiempo, lo que para muchos turistas se reduce a unas playas y hoteles, para el resto se queda en recuerdos que siguen siendo nostalgia y también en deseos de una verdadera prosperidad, que es legítima cuando podemos ver los frutos de nuestro trabajo.
Que no pedimos nada que no nos merezcamos, que lo que pedimos es incluso la libertad de crear, de pensar, de prosperar por nuestras propias manos, que deje de existir la experiencia de sentirnos mendigos, con el eterno modo de decir: Nos dan, NO, nos venden y sabemos que ni alcanza, ya basta, ya es suficiente, si en algún momento había que pagar una cuota de dolor, si este pueblo debía algo, lo cual no creo; pero si lo debía ya lo ha pagado con creces, ya es suficiente; es muy doloroso escuchar tanto llanto, sostener tantas soledades, ver derramar lágrimas de desesperación y ayudar a encontrar sentido para permanecer a aquellos que lo hacemos por opción y a los que no tienen quien los ayude a emigrar… basta, basta, basta, no es justo, es inaceptable seguir viviendo así.
Que a tus pies isla mía se rindan los que han hecho angostos y difíciles de transitar los caminos para tus hijos, que se convenzan que solo en el respeto a la libertad y a los derechos de cada ser humano es donde podremos construir una Cuba para todos; que nuestros corazones se vuelvan a tu creador y recuperemos en El las condiciones de vida necesarias para danzar con regocijo como hermanos y hermanas humildemente orgullosos de sabernos parte de una historia de gracia y dolor, donde gestionar la vida ha sido uno de nuestros mayores esfuerzos “durante tantos años, y que han sido escuela para nosotros “…y ojalá todo lo vivido y lo que seguimos viviendo de cruz, de peso y de dolor, de angustias, de escasez, de violencia y de indolencia a todo nivel, llegue a su fin y se torne generosamente en bendición para las generaciones futuras y que juntos podamos decir como nuestra poetisa lo hizo tan bellamente: Como Diana, libre y diosa, no quieres más diadema que la luna; ni más escudo que el sol naciente con tu palma real… ((Dulce M. Loynaz. Poema CXXIV).
Sor Nadieska Almeida H.C. Monja cubana, vive en Cuba.
LA PARUSIA es lo que llega, y predicho Apoc ha algun lustro, no verlo es dar el toque definitivo al alma. THE END