Por Luis Artime.
«Existe una temeridad peligrosa y con consecuencias, aparte de la absurda imprudencia que arrastra consigo, y es la de menospreciar lo que somos incapaces de concebir.»
Esta es una sabia advertencia que Montaigne nos dejó, con su habitual perspicacia, aplicable a una de las actitudes más frecuentes de cierta clase de antisemitismo inconsciente, que se manifiesta habitualmente con expresiones como :
«¡Otra vez la tabarra de los judíos!»
«¿No se ha lamentado suficientemente ese crimen?»
«Masacres ha habido siempre en la historia».
«¿Y qué pasa con los hutus, los cristianos, los palestinos etc..?»
Dicho así, parece un poco tirado por los pelos. Pero no. Una ojeada a algunos comentarios no muy lejanos de este muro, certifican su autenticidad.
Cuando Georges Steiner afirmaba que ‘la barbarie camina frecuentemente de la mano de la cultura’, aunque hacía referencia a una Alemania culta y nazi, ponía el dedo en la llaga de nuestra convicción de que la cultura es sinónimo del ‘progreso’ y de la ‘razón’, y de cómo esa piadosa ilusión contribuyó decisivamente al olvido y la ocultación de la interminable historia de los enemigos del pensamiento humanista.
O sea, de esa genealogía que está en el origen de todos los desastres del siglo XX y que hizo posible la catástrofe humana de la Shoah.
Cuando alguien expresa el cansancio que le provoca toda nueva alusión a esa tragedia, demuestra que no ha entendido nada.
Alain Finkielkraut resumió con una sombría precisión todo este asunto en una aterradora paradoja :
«¿De qué son culpables los judíos? De Auschwitz.»
Bueno, no tanto como ser culpables… Pero, el hecho de que más de un intelectual antisionista europeo (vale decir, una persona que se rehúsa a poner por encima de su país los intereses mesiánicos del estado israelí) haya tenido que pagar con su honor, con su empleo, con su libertad y su patrimonio la valentía de poner en tela de juicio o de negación las contradictorias versiones de los 6 millones de muertos y la no menos absurda historia de los hornos crematorios (no lo olviden, contada primero por los espadones criminales del ejército rojo), ha tenido el efecto de transformar la tragedia de los judíos que si padecieron los horrores del estatismo nazi en una farsa legislacionista que dicta verdades históricas.