Por Zoé Valdés.
Fuente La Gaceta de la Iberosfera.
Contra todas las banderas, allá por los años sesenta, numerosas abuelas cubanas de la época enseñaron a sus nietos el verdadero significado de la Navidad: el nacimiento del Salvador del mundo.
Entonces ya el castrismo se había convertido en el peor enemigo de los católicos, Fidel y Raúl Castro, junto al argentino Che Guevara y el resto de los guerrilleros terroristas, dedicaron sus odios y maldades a perseguir y a encarcelar a monjas y curas, a creyentes; ejecutaron a aquellos que inclusive en el paredón de fusilamiento, frente a las armas que les apuntaban iban a ser aniquilados, mientras su último grito clamaba «¡Viva Cristo Rey!».
Todo se ensombreció en aquella isla cuando los cubanos decidieron sustituir a Cristo por Castro
Todo se ensombreció en aquella isla cuando los cubanos decidieron sustituir a Cristo por Castro, veneraron la maldad del segundo, abandonando el amor del primero, y decidieron sumirse en las tinieblas del rencor y el odio. Cambiaron sus creencias religiosas e hicieron del marxismo leninismo una religión muy conveniente a la mafia dominante.
Aquellos cuadros del Sagrado Corazón, donde Dios contempla de frente y con ternura, que reinaban en el centro de las salas, colgados de las paredes de los hogares cubanos, fueron reemplazados por otra imagen, en la que el perfil de Castro mira hacia un infinito errático y poco esperanzador, evadiendo cualquier confrontación visual con el destino de todo un pueblo.
Los cánticos a la Virgen María devinieron himnos de combate dedicados a aquel Fidel que vibra en la montaña. El espanto lideró, la venganza ocupó el lugar de la vergüenza.
A los oportunistas hermanos Castro no les quedó más remedio que retornar a la religión católica
Las décadas se sucedieron en medio del terror, y con el derrumbe del Muro de Berlín y la caída del comunismo en los países del Este de Europa, a los oportunistas hermanos Castro no les quedó más remedio que retornar a la religión católica y sacarle más lascas de las que le sacaron al principio (recuerden que ambos fueron educados por los Jesuitas) y que bajaron de la Sierra Maestra cargando collares con cruces en sus cuellos e hicieron de la imagen de la cruz su fondo de comercio inicial.
Entonces, a inicios de los años noventa, obligaron a los cubanos a regresar a la iglesia, digo bien y subrayo: a la iglesia. Aunque jamás les dieron la directiva de renunciar a la dictadura del proletariado encarnada toda en una barba criminal.
Los cubanos regresaron como carneros obedientes a las iglesias, las tomaron por asalto; los mismos que nos apedreaban e insultaban a mi abuela a y a mí cuando salíamos de misa en los años setenta, ahora se mostraban más fervientes creyentes que el Papa.
Sin embargo, como fieles comunistas siguieron siendo entrañables manipuladores, protagonistas de la abominación y la maldad; en cambio, en ese instante, cercanos por cumplimiento de una orden a los templos, pero no a la Fe en Dios, ni a la creencia en el Salvador del mundo, en nuestro señor Jesucristo.
Hasta que los cubanos no regresen de la mano de la verdad a la compasión de la Fe y al Amor de Dios no podrán ser libres
Hasta que los cubanos no regresen de la mano de la verdad a la compasión de la Fe y al Amor de Dios no podrán ser libres. Porque el paripé y el engaño no tienen nada que ver con el auténtico sentido y la exaltación de la Navidad, que sólo cumple con una razón mayor que ninguna, que significa pureza, también sueño e imaginación, historia, mito, leyenda y realización real de la civilización occidental: el nacimiento de Jesús de Nazaret, del vientre de la Virgen María, sin pecado concebida y enunciada, anunciada e iluminada, por el Espíritu Santo, que sopla donde quiere o quiera. Y no donde quieran los malvados.
Alrededor de mi mesa invité a pocas personas, las que amo, por las que rezo a diario; en mi corazón vibrarán Cuba y los cubanos, además los pueblos que hoy bajo guerras, represión y muerte no podrán llevarse un bocado, en unión de sus familiares. En mi alma recibiré el mayor de los regalos, como cada año, el nacimiento del Salvador del mundo.
Cierro los ojos y el cielo me invade, me colma por dentro; los abro y Él ahora se halla frente a mi: recién nacido en los brazos de su madre. Esta vez volverá a ser niño, tal vez lo bauticen como Milo, por Camilo, o Phil, porque será filósofo en este nuevo siglo, que tanto necesita de sabios que amen y entiendan la vida.
Bienvenido, Jesús, hijo de María… Y de Elisabeth, «recta e intachable delante de Dios».
Zoé Valdés. Escritora y artista cubana e hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vermeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.