Por José Rey Echenique.
Los sesenta años de la dictadura de los Castros han dañado profundamente a la sociedad cubana, para casi nadie, con un poco de sentido común, ya esto es un secreto.
Muchos cubanos hemos escapado de la isla, porque la supervivencia dentro de sus fronteras es verdaderamente insoportable. Cualquiera podría dar testimonio de la agonía que significa, enfrentarse a un mundo de adversidades diariamente, con la sola intención de conseguir algo de comer para la familia. La sensación de ahogo y de impotencia es perenne y tal parece que el subconsciente conspirara de manera ingeniosa para la fuga.
No todos, pero me atrevo a afirmar, que la mayoría de los cubanos han fantaseado alguna vez con la idea de escapar del país y de triunfar en otras geografías. Cuba es una isla, y la represión ideológica e institucional, sumada a la cerrazón geográfica propia de la insularidad, provoca estas compulsiones del ánimo, una especie de anulación del amor y del sentido de pertenencia que nos obliga a escapar, adonde sea posible. No olvido el poema de Virgilio Piñera, La Isla en peso, en el que se representa con tremenda lucidez y profundidad poética el alma del cubano.
A lo anterior se añade el hostigamiento constante de la propaganda comunista del único partido, que extendida en el tiempo y cada día más intensa, ha creado un microclima ideológico que ha afectado la percepción de la realidad de varias generaciones de cubanos. La propaganda y las ideologías no son ingenuas, van penetrándolo todo, como aguas lentas, humedecen las conciencias, hasta que son anegadas las mentes de los individuos.
El brainwashing, al que la dictadura de los Castros sometió al pueblo, tal vez sea uno de los más efectivos que hayan tenido lugar a todo lo largo de la historia del mundo contemporáneo. No exagero, seis décadas han transformado los valores genuinos de la sociedad cubana; han corrompido la historia de una manera quirúrgica, e, incluso, han cambiado el lenguaje para narrar esa misma historia. No hay cabos sueltos. No es casual que hoy, ningún cubano recuerde a una Cuba libre; o que casi nadie, y mucho menos los cubanos dentro de Cuba, tengan idea de qué hacer cuando el país se libere de este largo anochecer totalitario.
La propaganda, ha condenado al infantilismo a los cubanos dentro de la isla. Los ideólogos del partido han incluso establecido horarios, bien definidos: los muñe, a las seis de la tarde; la mesa redonda, a las siete; el noticiero estelar, a las ocho; la telenovela, a las nueve; etc. Esta penetración absolutamente calculada y vigilada, en la vida doméstica de los individuos, ha servido para cambiar su concepción del mundo; ha obligado al cubano a perderse en un espejismo de ideas completamente alejada de la realidad que vive hoy el mundo.
El problema está cuando salimos de la isla y descubrimos que esos espejismos domésticos no nos permiten interactuar en el mundo exterior; descubrimos que hemos vivido en una burbuja y nos resulta difícil abrir la mente para desaprender muchos hábitos adquiridos, que nos impiden adaptarnos a la nueva realidad.
El infantilismo de muchos cubanos los lleva a abrazar ideas como si blandieran en el aire varitas mágicas. Es como si en nuestra genética hubiese arraigado el desespero histórico; o la ansiedad de conseguirlo todo rápido y de darle una solución mágica a asuntos, que pertenecen al ámbito de la madurez como nación. Cuba, no ha tenido una normal evolución histórica en el tiempo. Algo se ha truncado, yo diría, más allá de lo visible.
Séneca tiene un pensamiento que nos viene como anillo al dedo a los cubanos y dice así:
Para el que no sabe a dónde va, ningún viento es favorable
Grande es esta cita. La traigo a colación porque hay muchos opositores al régimen que precisamente no tienen un plan país, y no tienen un plan país porque, como es obvio, no saben a dónde van, y por tanto no pueden desmarcarse del sistema de ideas del socialismo y de la falacia de la igualdad social. Muchos de estos opositores, hombres honestos, osados, no se dan cuenta de que van directo a la espiral del error, el mismo error que le abrió las puertas al régimen dictatorial que hoy somete a nuestro pueblo.
Tal vez el ejemplo más visible de esta espiral del error lo tenemos en la figura de Juan Guaidó de estirpe socialista y de izquierdas. El resultado ha sido previsible, a más de un año de su reconocimiento como presidente interino de Venezuela, no ha avanzado en lo más mínimo. Hoy es un pelele, dando sermones al dictador Maduro, con una voz quebrada y lamentable.
Lo que hay que extirpar de Cuba es el sistema de ideas socialistas, ese sistema de ideas que apareció en nuestro país por la década del 20 del siglo pasado. Solo así, saldremos del largo anochecer totalitario y nuestro pueblo tendrá la libertad para abrazar el derecho genuino a su propia felicidad, algo que ha tardado demasiado, pero que, estoy seguro, no es imposible de lograr.
José Rey Echenique es narrador, poeta, ensayista, y co-autor de El Libro Rojo del Marxismo Cultural.