Cultura/Educación

Y después del Delta

Por Ulises F. Prieto.

La palabra rivales refiere a los que están en distintas riberas de un mismo río. Acabo de terminar la lectura del libro “Brothers” de David Landau. El título es explícito. Trata sobre los dos vástagos de la familia creada por el influyente periodista Adolfo Rivero Rodríguez (Riverito) y su esposa Delia Caro Valdés. Ellos fueron Emilio A. Rivero Caro y Adolfo Rivero Caro. Las historias que David Landau narra me resultan tan cercanas, con amigos e incluso familiares dentro, que en algún momento temí leer mi nombre allí. Por suerte no fue así. A nadie le gusta verse metido dentro de una tragedia. La historia tiene una estructura de tragedia griega, pero todo fue cierto. Agradecí que estuviera escrita en inglés porque así pude evitar desconcentrarme con las inevitable expresiones cubanas de los personajes (personas). Las dos frases que aparecen en la portada anuncian el drama. La primera pertenece a Adolfo, la segunda, a Emilio. Traduzco: “Les dije que te fusilaran.” “Y así me salvaste la vida.”

En el delta, un río con un solo nombre se divide en varios, cada uno busca y recorre su propio cauce independiente para llegar al mismo mar. David Landau hace decir a la madre Delia Caro un inverosímil juego de palabras en inglés (o tal vez fue tan sólo un typo creada por el conocido entusiasmo del spellcheck de Word): “They don’t seem Rivers (no parecen Ríos)”. La historia de Emilio es recta y por ello sufrida. Va tomando las decisiones de acuerdo a la moral convencional. Cuando el golpe de Estado de marzo de 1952, se siente insultado porque se ha mancillado a la República, y considera que debe entregarse a limpiar el sacrilegio. El nacionalismo es una religión pagana y requiere sacrificios humanos. Pero le hubiera bastado con volver al orden anterior. En cambio Adolfo ve que el problema ya estaba en el mismo orden anterior, y la salida de Batista no sería el fin, sino un medio. Había enfermado de comunismo.

Constantemente se lee como Emilio intenta proteger a su familia, incluso salvarla de ellos mismos. Sabe que el Directorio organiza un ataque al Palacio Presidencial, e intenta persuadir con medias palabras a su padre, Riverito, para que no pase demasiado tiempo allí, y que se mantenga alejado de Batista en esos días. Cuando por fin ocurre el ataque intenta comunicarse con él. Cuando en el mismo año 1959, se da cuenta de la estafa de la revolución (es historia, iban hacia el comunismo), saca a sus padres de Cuba, e intenta comunicarse con su hermano, y lo logra. También le desea el mayor éxito dentro del sistema, a pesar de que ya estaba pensando en enfrentarse al Castrismo con todos los medios posibles. Una vez que su hermano Adolfo ya ha recorrido todo su cauce de éxito dentro del sistema, y cae en desgracia, Emilio lo acepta de vuelta, y se inventa una especie de retruécano donde argumenta que su hermano, solicitando para él la muerte, le había salvado la vida. La vida de Emilio fue tan triste como su muerte. Murió solo en D.C.. Nunca pudo recuperar completamente su vida y su familia después de dos décadas dentro de las cárceles de Castro. Sin patria y sin familia. Exactamente por lo que luchó. Lo perdió todo y ahora se disuelve en el olvido. En la reciente película Plantados se le menciona, pero de pasada.

David Landau hace varias referencias a distintos autores dentro del texto, pero el paralelo más cercano a la historia es la parábola del hijo pródigo. Casi todo hombre tiene tendencia a la justicia, pero también casi ningún padre puede resistirse a aceptar de vuelta al hijo descarriado, en detrimento del otro que nunca vas a perder, porque es justo. Esa injusticia es también parte de la naturaleza humana. Leemos como aquella familia sigue contando con Adolfo, aún cuando la mayor parte de sus problemas y miedos están causados por el comunismo imperante en la Isla, del que él es miembro y defensor. Adolfo se entrega tan profundo al sistema que cuando capturan a Emilio, Adolfo recomienda el fusilamiento de su hermano: “el hijo de su padre y de su madre”, como se lee en el encuentro entre Esau y Jacob. Es el tabú de la fundación de Roma. Todos somos hijos de Caín. El texto de Landau es aséptico y no da respuestas explícitas a la pregunta de qué fuerzas internas llevan a un hombre a hacerse comunista.

Adolfo Rivero Caro es el menor de los hermanos. Su padre Riverito es una personalidad en la Cuba de entonces, con un gran don de gente que le permite mantener buenas relaciones con todos a todos los niveles de la sociedad. Todos en La Habana lo conocen y muchos se alegran cuando aparece. Pasan los gobiernos, y Riverito continúa presente en la pulpa. Su hermano Emilio es también un hombre de éxito. (La referencia al título de la película no es casual. Algún día se reconocerá quién fue el verdadero guionista). Adolfo es un gran lector, su inteligencia es evidente. Cualquiera, incluso él mismo, percibe que ese joven está destinado para grandes logros, pero cómo superar a sus mayores que todo lo abarcan. Donde quiera que llega es el hijo de Riverito. Entre las lecturas, una le ofrece un destino trascendente, sin tener que seguir las reglas de tradición. Tal vez el marxismo fue un buen atajo. Es una simplificación, claro.

Conocí a mi amigo Alejando Rivero casi al final de la novela de David Landau. Pocos meses antes de que su padre Adolfo Rivero Caro por fin abandonara La Habana para salir hacia París. De todos modos supe de aquellas historias un par de años después, cuando ya éramos amigos. Es peligroso que la gente te conozca en Cuba cuando perteneces a esa familia. Vivíamos en uno de esos internados que se suponen escuelas, en las afueras de La Habana. Los viernes antes de salir de fin de semana para la casa, había una sección de adoctrinamiento, que le llamaban debate de prensa. No lo sabíamos, pero esos debates eran un buen método para aprender a conservar el matrimonio en el futuro. Cuando tu mujer te pregunta algo debes saber la respuesta que ella quiere que le des, y claro, debes dársela con total sinceridad. 

Una vez salió un artículo sobre Ricardo Bofill y Adolfo Rivero. El título era: “Pájaros del mismo plumaje”. No recuerdo el autor, pero tenía la prosa de Edmundo García. Hablaba que en español teníamos la expresión “lobos de la misma camada”, pero que como Adolfo sabía mucho inglés habían preferido usar la traducción de la que se usa en esa lengua, pájaros del mismo plumaje, dejando intuir que les estaban llamando pájaros a Ricardo Bofill y a Adolfo Rivero. Cuando aquello Bofill aparecía en todas partes. Su foto en los periódicos junto al adjetivo fullero, en el noticiero caminado hacia la Oficina de Intereses, pero no mencionaban demasiado a Adolfo. Aquel día Alejandro escuchó con calma cómo gente con los que dormía todos los días emitían juicios sobre su padre, sin conocerlo. Nadie sabía que era su padre, por suerte. No tendría que defenderlo. Con suerte podría quedarse callado y esperar a que escampara. Así fue. Cogió el periódico, montó en la guagua que lo acercara a su casa y cuando llegó le dijo a su padre:

– Vaya, saliste en el periódico.

Probablemente Adolfo dilató aquella contenida sonrisa, cariñosa y ligeramente cínica, que todos ellos heredaron de la matriarca Delia Caro.

 

Ulises F. Prieto es Profesor de Matemáticas y escritor.

 

Compartir

2 Comments

  1. Pingback: Y después del Delta – – Zoé Valdés

  2. Pingback: Zoeños de la Razón dedicado al libro 'Brothers', de David Landau -

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*