Por Manuel C. Díaz.
“No se te ocurra ir en julio”, me dijo una amiga cuando supo que yo viajaría a Roma. Todo lo que ella recordaba de la ciudad eterna era el calor. Y la sandalia que se le quedó adherida al asfalto ardiente de la Vía Petroselli cuando trataba de cruzarla para llegar a la Boca de la Verdad. “Por poco me mata un carro”, me aseguró. No le pregunté si había recuperado la sandalia, pero recuerdo que pensé: “¿A quién se le ocurre recorrer Roma, en verano, calzando un par de sandalias plásticas”?
Desafortunadamente, cuando me hizo la advertencia, ya mi viaje estaba planeado para julio: sí; había mucho calor cuando llegué. Siempre lo ha habido. Roma, además de eterna, es calurosa. Y sí, la Vía Petroselli ardía cuando mi esposa y yo la atravesamos corriendo para llegar a la Boca de la Verdad antes de que cerrara y poder retratarnos frente a ella como si fuéramos Gregory Peck y Audrey Hepburn en la película Roman Hollyday.
La Bocca Della Veritá, como es su nombre en italiano, no es una de las principales atracciones turísticas de Roma, pero siempre está llena. Está colocada en una de las paredes del portal principal de la iglesia Santa María de Cosmedin. Es una antigua máscara de mármol que representa un rostro masculino con barba, en el cual los ojos, la nariz y la boca están perforados y huecos.
Cuenta la leyenda que los maridos celosos llevaban a sus mujeres hasta allí y las obligaban a introducir sus manos en la boca abierta de la máscara para comprobar si le eran fieles o no. Si la mujer mentía mientras tenía la mano introducida en la abertura de piedra, ésta se la cercenaba.
En realidad, más que histórica o cultural, la fama de la Boca de la Verdad es fílmica. Y es que, además de la escena de Roman Hollyday -que le valió un Oscar a Audrey Hepburn- está la que recrearon Marisa Tomei y Robert Downey Jr. en Only you, una deliciosa comedia romántica de 1994.
Desde entonces, todas las parejas que la visitan tratan de reproducir esas escenas con sus celulares y hacen largas colas para retratarse frente a ella. Hasta ahora no se han reportado casos de manos cercenadas.
De la Boca de la Verdad, salimos hacia el Foro, la Plaza del Capitolio y el Coliseo, tres importantes lugares de Roma que están cerca de la Iglesia Santa María de Cosmedin. Ya en una visita anterior habíamos recorrido las ruinas del Foro en su totalidad: el Templo de Saturno, el Senado, el Arco de Séptimo Severo, la plataforma de los oradores públicos y el Templo de Julio Cesar. Esta vez nos conformamos con verlo desde un mirador que está en las alturas del Monte Torpeo.
Después de tomar algunas fotos, subimos a la Plaza del Capitolio, donde en una época se alzaron los templos de Júpiter y Juno, y en la que hoy día están los edificios del Ayuntamiento y el Palacio del Conservatorio. A un costado está el monumento a Vittorio Emanuele II, que fue construido entre 1885 y 1911 para celebrar la unificación de Italia.
De allí salimos hacia el Coliseo por la Vía Foro Imperali, que le da la vuelta al Monumento. El Coliseo, como siempre, estaba repleto de turistas. Se veían por todas partes: caminando entre los pasillos de las gradas superiores; en la planta baja, retratándose frente a sus semiderruidas paredes; y descansando en el césped que rodea el lugar. Los que pagan la entrada pueden, además de ver la arena, descender hasta las cámaras subterráneas donde estaban las jaulas de los animales, y también visitar una exposición fotográfica que hay en el tercer piso donde se documenta la historia de este importante símbolo de Roma.
A sólo unos pasos del Coliseo está el Arco de Constantino, el más grande de los arcos triunfales romanos, erigido en el año 313 para conmemorar la victoria de Constantino sobre Majencio. Desde la base del Coliseo se pueden tomar buenas fotos de este histórico arco.
Del Coliseo salimos caminando hacia el Panteón y la Plaza Navona porque era lo que más cerca nos quedaba, y porque de todas maneras pensábamos cenar allí esa noche. Como ya no teníamos tiempo de ir a nuestro hotel a cambiarnos y regresar, decidimos aprovechar todo lo que quedaba de la tarde y la noche.
Cuando llegamos al Panteón comenzaba a oscurecer, pero todavía estaba abierto. El Panteón es uno de los monumentos más antiguos de Roma. Reconstruido por el emperador Adrián, fue dedicado a los dioses del Olimpo griego. Desde afuera, con sus ocho columnas de granito, la fachada es impresionante. A su interior, sin embargo, le falta el esplendor de otras iglesias cristianas. La ausencia de oropel en sus capillas no impide la admiración que despierta su cúpula, una obra maestra de arquitectura que desafía la física al extenderse 141 pies sin soportes.
A pocas cuadras del Panteón está la Plaza Navona, quizás la más concurrida de Roma. Esa noche no era la excepción; estaba repleta. Se diferencia de las demás por su forma ovalada, una consecuencia de las dimensiones del estadio romano sobre el cual fue construida.
Todas las fuentes de la Plaza Navona son de Bernini. En uno de los extremos se encuentra la de Neptuno, en el otro la del Moro, y en el centro la de los Cuatro Ríos, la más grande de las tres, y la que simboliza los ríos Ganges, Nilo, Danubio y De la Plata. Después de recorrerla de un extremo al otro, escogimos uno de los muchos restaurantes que la rodean. No me animo ni a describir el menú. Todos son iguales. Turísticos en la peor acepción del término. Y caros. Pero esa noche no teníamos otra alternativa. O comíamos algo allí, o nos íbamos con el estómago vacío para el hotel.
Al otro día, temprano en la mañana, salimos hacia el Vaticano con la idea de parar también en la Plaza de España. Estábamos descansados, así que fuimos caminando. Desde nuestro hotel, el Albani, bajamos por toda la Vía Veneto, pasamos frente a la Embajada Americana y al Hard Rock Café, y salimos a la Plaza Barberini. Desde allí seguimos hasta el Obelisco de Salustiano y la Iglesia Trinita del Monti, que están en lo alto de los famosos spanish steps, por cuya escalinata se puede bajar hasta la Plaza de España.
Aquí nos detuvimos un rato para tomar fotos de la Fontana Della Barcaccia, también de Bernini, y de la vía Condotti, por la cual bajamos hasta salir al Puente Humberto, casi frente al Castillo de San Angelo, una impresionante fortaleza que servía de refugio a los Papas en tiempos de peligro. Del Castillo salimos a la Vía de la Conciliación, que conduce directamente a la Plaza de San Pedro.
La perfección arquitectónica de la Plaza de San Pedro se hace evidente desde que uno se para frente a ella. En el centro se alza el Obelisco Egipcio, traído desde la antigua ciudad de Heliopolis por Galígula. A ambos lados del obelisco, y a la misma distancia, hay dos hermosas fuentes. Y rodeando la plaza, formando una colosal elipse, están las columnatas de Bernini, compuestas por 284 pilares y coronadas por las estatuas de 140 santos y mártires.
Y si la Plaza y la fachada de la Basílica impresionan por la amplitud de la primera y la magnificencia renacentista y barroca de la segunda, el interior de la iglesia sobrecoge el ánimo. La amplitud de sus naves, la elaborada decoración de sus mármoles y los detalles en oro de sus mosaicos, abruman al visitante.
En cuanto se entra, a la derecha, está uno de los más grandes tesoros del Vaticano: la Piedad, de Miguel Ángel. No hay que ser un crítico de arte para admirar esta maravilla. La perfección de sus formas es asombrosa. Los dobleces en los pliegues de la manta de la virgen alcanzan un realismo nunca visto en una escultura. Y aunque la pureza del rostro de María es conmovedora, es el cuerpo exánime de Jesús sobre el regazo de la madre lo que convierte esta pieza en una obra de inspiración casi divina.
Más adelante, en el centro de la nave principal, está el altar papal, cubierto por el dosel de bronce de Bernini con sus legendarias columnas torcidas. Y en la tribuna, refulgente, el Trono de San Pedro.
A la derecha del altar está la entrada a las Grutas del Vaticano, a las cuales se accede por una estrecha escalera. Es aquí donde se halla la tumba de Juan Pablo II, junto a la de San Pedro y a las de otros 60 Papas que también están enterrados allí.
Comparada a las otras, la tumba de Juan Pablo II impresiona por su sencillez. Frente a ella pasan, diariamente, entre quince y veinte mil visitantes. Sin embargo, pude comprobar cómo las personas, a pesar de la cantidad que ese día llenaban el estrecho pasillo de la cripta, se comportaban con solemnidad. Un respetuoso silencio parecía haberse asentado en la cavernosidad de la gruta.
De la Basílica de San Pedro salimos, en plan de despedida, hacia la Fuente de Trevi, inmortalizada por Anita Ekberg en la película, La Dolce Vita, de
Fellini. Era nuestro último día en Roma y queríamos despedirnos como siempre lo hemos hecho: lanzando unas monedas a la fuente y pidiendo regresar. Sé que es solo una leyenda, pero hasta ahora nos ha dado resultado. Hemos seguido regresando. Así que nos sentamos en el muro, de espaldas a la fuente, y lanzamos las monedas sobre el hombro izquierdo. ¿Regresaremos? Yo espero que sí. Las leyendas a veces suelen ser ciertas.
Manuel C. Díaz es escritor y crítico literario. Fotos del archivo del autor.
Pingback: ROMA -Eterna y calurosa- – Zoé Valdés
Magnifica descripcion y dicho por mi que soy romana de adopcion seguramente lo es, la proxima vez que venga no se pierda el rosal a forma de arco que en su fondo se ve la cupula de San Pedro, lo curioso de esto es que se ve a traves de la cerradura de la puerta, se encuentra en el Aventino (barrio patricio) donde estan los Caballeros de Malta y es todo veridico no hay ninguna foto, es real
Thank you!
Excelente crónica de viaje, maestro. Bien descrito todo el recorrido con notas adicionales de estos puntos alucinantes de la milenaria Roma que tuve la oportunidad de visitar hace más de 4 años. Nunca he caminado tanto en mi vida en esos 15 días de recorrido de apretada agenda. Visitamos Venecia, Florencia, Tuscany, San Gimignano (Torre medieval), Siena y tocamos las monumentales columnas pulidas de su Basílica construida en el tope de la montaña, la Torre Pisa, Nápoles, las ruinas de Pompeya, todo un día caminando por sus calles empedradas y llenas de historias y modos de vida y mucha muerte por la erupción sorpresiva del Vesubio. La costa de Amalfi, Y de regreso a Roma, el Vaticano, el Coliseo, La fuente de Trevi, etc. Tan impresionado estoy que todavía no me decido a incluir este viaje de mezcladas emociones en mis memorias. Fue un viaje al pasado de nuestra cultura. Gracias por hacerme revivir estos momentos de embriaguez total.
Muchas gracias
Gracias a ti.