Por Zoé Valdés.
Estaba sumamente cansada de desandar por Londres, así que decidí ir a tomar el té en la casa de mi buena amiga Miriam Gómez, y quedarme un rato acomodada en su agradable sofá de oloroso cuero. Conversar con ella sobre la actualidad, lecturas, museos, cultura, es de esos lujos maravillosos que nos regala la vida. Al rato, Miriam Gómez (insisto en el apellido tal como lo hacía su esposo Guillermo Cabrera Infante) me embulló para salir a dar una vuelta, e ir a cenar tal vez un poco más tarde a Wagamama, el restaurant japonés cerca de Kensington Park.
Andábamos atravesando la calle, es tan complicado cruzar las calles en esta ciudad. Que si mira primero a la derecha, que si luego a la izquierda. Es lo que más esfuerzo me ha costado en Londres, adaptarme a las calles en sentido contrario. Cuando de pronto Miriam Gómez me anuncia que iríamos a encontrarnos con Adam Ant.
Adam Ant es uno de mis ídolos de juventud. Con él bailé tanto aquello de Goody Two Shoes, que no puedo apenas creer que lo tendré delante de mis ojos, que podré estrecharle la mano.
Finalmente lo tengo enfrente de mí. Ha pasado mucho tiempo y estuvo medio desaparecido, un pequeño desorden mental lo llevó a alejarse de los escenarios. Pero la música siempre estuvo ahí, dentro de su cabeza, vibrándole en el alma.
No ha cambiado nada. Sigue siendo el mismo jovenzuelo excéntrico, elegante, con su bigotito fino y bien cuidado, el pelo brillante, y un sombrerito triste.
Lo observo de reojo, mientras converso con Miriam Gómez, que me cuenta más de él, siempre con disimulo. En estos casos me vuelvo más tímida de lo habitual. Renuncio a pedirle una foto, a que quede constancia de un encuentro tan deseado. Sé que luego me arrepentiré, pero prefiero no romper la emoción del instante.
Miriam Gómez me asegura que lo volveremos a ver, que lo reencontraremos porque es un buen tipo, un artista incomparable, a salvo de egotismos y desmesuras.
Sí, ahí está ese chico sonriente con cuya música tanto bailé, envuelta en ensoñaciones habaneras, cuando apenas poseía una idea dickensiana de Londres, más aquellos zapatos imaginarios con los que él se movía solitario en una habitación, descoyuntado en giros estrambóticos; y de súbito, la espuma blanca inundaba aquel recinto, donde los muebles parecían flotar, y ni siquiera se humedecían sus pantalones rojos de cuero suavísimo de piel de cordero.
El vapor de la calle nos absorbió, ahí quedó Adam Ant, semejante a una de esas figuras antiguas de porcelana, sentado junto a otro amigo, que también sonríe al ver que nos volvemos para admirarlo eternamente.
¿Ven cómo lo he logrado? La vida es mucho más que Cuba y su basura. Por fin pude escribir, sencillamente, sobre Adam Ant, y desaparecer usando aquellos viejos zapatos, los suyos. Por el contrario, no creo que él ansíe demasiado calzarse los que dejé allá, los míos, polvorientos y adoloridos.
Me encantó y me hizo sentir una añoranza tremenda por el centro de Londres que, viviendo tan cerca, no visito desde hace meses con toda esta locura.
Gracias
Muchas gracias.
Gracias Zoe por compartir tus vivencias y sueños cumplidos con tu querida Amiga Miriam. 🥰🥰🥰 desde que empiezas a escribir captas la atención de tus lectores.
Zoe, me encanta leer todos tus post, siempre me actualizo y aprendo algo nuevo contigo, leyendo este, acabo de recordar haber visto fotos de Adam Ant cuando yo era un niño, en esa época yo ni sabia como se llamaba, pero me gustaba todo el arte que el proyectaba con su imagen… Ahora, muchos años después, me doy el gusto de oír su música y verlo virtualmente, gracias a ti.
Muchas gracias.