Por Carlos M. Estefanía.
Prensa latina ha publicado en su sitio el artículo: Exalta historiador huella de Suecia en Cuba, lo firma Martha Cabrales Arias, está fechado en este 6 de marzo de 2021, en Santiago de Cuba. El artículo aborda el tema de los suecos en Cuba, omitiendo de manera injustificada el nombre del investigador cubano que puso el tema sobre el tapete.
La periodista, no sé si haciéndose la sueca o por mera ignorancia, prefiere abordar el tema desde lo que le revela un compatriota de aquellos inmigrantes nórdicos, el periodista y escritor, especializado en temas hispanoamericanos, Thomas Gustafsson. Es considerado el último periodista sueco que entrevistó a Fidel Castro, pero también uno de los pocos que hizo otro tanto con Oswaldo Payá.
Nacido en 1961 en Kalmar, y habiendo radicado un largo tiempo en España Gustafsson, se ha hecho de un nombre como especialista en temas hispanoamericanos. Entre sus más de cinco mil artículos y 15 libros publicados, no le faltan materiales referidos a Cuba, muchos de ellos puros refritos, algo que también solía hacer Umberto Eco cuando escribía sobre signos, no seamos muy severos.
Un ejemplo de esta práctica, que no es la peor que podríamos atribuir al intelectual, es su libro dedicado a Cuba que publica y publica en rediciones enriquecidas, va cambiando de nombre, así tenemos Cuba, conflicto y salsa en el caribe, de 1997, donde se hablaba no solo de la historia que todos conocemos, sino también de emigración sueca a Cuba, e incluso del emergente sino del movimiento democrático, citando entre sus figuras más destacadas a Elizardo Sánchez Santa Cruz. Luego tenemos Cuba, una reedición del anterior sin muchos cambios, es de 1998 y más tarde Cuba una guía turística, publicada por primera vez en el 2006. A continuación, aparecerá Bayate: La colonia sueca en Cuba (2007): y por último Cuba un viaje a través de la historia, de 2017.
Sin duda algunas el periodista es todo un cubanólogo en su país, pero de ahí a que pueda sentar cátedra sobre los suecos que emigraron a Cuba hay un gran trecho. Otra sisa es que se hubiera dedicado a investigar las razones políticas, económicas e incluso religiosas que obligaron a sus coterráneos a trasladarse no solo a Estados Unidos, sino también a regiones tan ajenas en lo geográfico o lo cultural como son las de Cuba, Brasil o Argentina. Lamentablemente esa tarea le queda por hacer.
En sus declaraciones a la colega de Prensa Latina, el periodista sueco menciona su interés por lograr un acercamiento mayor entre su pueblo y el cubano a partir de la profundización de los lazos derivados de la presencia de sus coterráneos en diversos puntos de Cuba. Lástima que no le preocupara por igual el proceso inverso, el del arribo por motivos similares de cubanos a su patria, asunto que parece no interesarle mucho. A pesar de que unos cuantos buenos artículos de Gustafson en la prensa sueca sobre lo que debía Suecia a Cuba como segunda patria de sus hijos y las peculiaridades de la realidad cubana a mediados de los noventa habrían contribuido a detener el modo desagradecido en que fueron tratados cientos de cubanos que intentaban inmigrar a Suecia por la vía del asilo humanitario, a partir de 1994 y el retorno de la socialdemocracia local al gobierno.
Nada de esto interesa a Cabrales Arias, por supuesto. Ella prefiere descubrir el agua fría contando a su incauto lector, que según “las indagaciones de Gustafsson” -que no son de él, como veremos más adelante-, hubo suecos, muy democráticos e ingeniosos -como si fueran superiores a los cubanos que les dieron un pedazo de su tierra- residiendo en Isla de Pinos, en la antigua provincia de La Habana, en Camagüey y cerca de Santiago de Cuba y sobre todo lo que denomina ‘la gran colonia sueca agrícola de Bayate’: La gran noticia.
Lo que no dice ni Gustafsson ni su entrevistadora es que toda esta información se la debe el sueco, a un escritor cubano, al que el periodista no suele mencionar en sus charlas y artículos sobre el asunto de aquellos migrantes (como hoy se les dice a los emigrantes) escandinavos: a Jaime Sarusky Miller.
Hace unos años tuve la oportunidad de charlar con Sarusky durante una de las investigaciones que aquel venía a hacer al Instituto Latinoamericano de la Universidad de Estocolmo, me contó que él habría facilitado al periodista todo el material del que disponía sobre la “colonia” (como suelen llamar desde este lado) sueca en Cuba, incluidas las fotografías de Cuba que hoy encontramos en redes con la nota de propiedad “archivo Tomas Gustafsson”, las mismas con la que este ilustra sus artículos referidos a al asunto. Lo único que pedía Sarusky a su muy establecido colega es que le ayudase a publicar en sueco el resultado de sus investigaciones. Cosa que por lo visto nunca consiguió, quedándose Gustafsson, ante sus conciudadanos, como experto en una materia. Una exclusividad que se prolonga hasta nuestros días, como demuestra el artículo citado de Prensa Latina.
Que el sueco obvie el nombre del “descubridor” de los suecos en Cuba, pasa, así de despiadada y desleal puede ser la competencia intelectual por estos lares, lo sé por experiencia propia tras enviar una nota de lector a un afamado periódico local y ver como toda su línea argumental aparecía plagiada en el mismo medio con la firma de cierto doctor.
Pero que la periodista cubana se haga cómplice de la omisión es una muestra de la falta de profesionalidad de quienes integran la nómina de la agencia “informativa”.
Por lo visto a los comunicadores de Prensa Latina ya no solo se les olvidan, por encargo, los intelectuales del exilio sino incluso los que se quedaron en el patio sin rechistar; tal es el caso Jaime Sarusky; fallecido en La Habana en 2013 y sepultado en el cementerio hebreo de Guanabacoa. Había nacido en Florencia, Ciego de Ávila, en 1931 , y barrunto que debió haber visto, no sin cierto resquemor, a más de un paisano con aspecto germano rondando por allí.
Procedente de una acomodada familia judía, no es de extrañar que el futuro escritor se interesara por el asunto de la inmigración a Cuba. Un tema, sobre el que tengo la idea de haber leído algo durante mi infancia en alguna publicación cubana tal vez escrito por el propio Sarusky. Lo que sí tengo seguro es haber tenido en mis manos, su libro Los fantasmas de Omaja, Ediciones Unión, La Habana, 1986. Allí expone los resultados de sus investigaciones sobre las comunidades de inmigrantes norteamericanos, suecos, japoneses, indostanos y yucatecos en Cuba. Una posterior reedición de Los fantasmas de Omaja le valdrá a su autor el Premio Nacional de Literatura de 2004, y un homenajeado en la XX Feria Internacional del Libro de La Habana, en 2011 y es que en el plan de acercamiento entre Obama y La Habana, no venía mal resaltar, con el homenaje al escritor, la también olvidada inmigración norteamericana a Cuba.
Sin duda alguna el tema de la inmigración extranjera a la Cuba precastrista, es problemática, pues sugiere que si bien no todo funcionaba como quisiéramos en aquella república, muchas partes del mundo que hoy idolatramos no estaban mejor, incluso en algunos aspectos estaban peor, que es lo que explica cualquier inmigración.
Esta suerte de “tabú” podría explicar la manera en que un tuerto como Gustafsson puede impresionar a los ciegos de su propia historia, en particular la de los inmigrantes a Cuba, tema que apenas domina el cubano de pie. El poco caso que se le ha hecho al asunto en la isla más allá de las de las publicaciones de Sarusky y alguna que otra investigación compartida por cerrados círculos intelectuales orgánicos, explica en parte nuestro poco autoconocimiento, sobre todo cuando se trata del variopinto ingrediente europeo que participa de nuestra identidad.
Ocurre que profundizar en el asunto, además de ayudar a comprendernos mejor, demuestra que hubo alguna vez una promisoria para los habitantes de tierras que hoy admiramos, como esa misma Francia de la que tantas prostitutas se importaron. Y es que el tema hecha por tierra ese determinismo étnico que nos vienen inculcando desde que nacimos al mundo como tierra independiente, primero en la escuela liberal, fascinada por el anglosajón luego en la comunista embobecida por el comunismo eslavo. Si nos hemos venido a menos, y devenido en pueblo de emigrantes, la causa no está en nuestros genes, sino en lo que un día importamos. En cuanto al periodista sueco, le recomendaría, ya que no está dispuesto a revelar sus fuentes, que se meta en algo más sustancioso y necesario que contarnos lo que ya sabemos de la inmigración sueca a nuestra patria, que aproveche el viaje para actualizar su libro infinito sobre Cuba, estancado en la incertidumbre de lo que pasaría tras la muerte de Fidel Castro. Que actualice su cuadro de las oposiciones en Cuba, por ejemplo, cuál ha sido el destino de los discípulos de ese Payá, cuyas entrevistas bien supo el periodista traer a colación cuando muere el líder opositor, o el modo en que el régimen usa el “coronavirus” para poner a buen recaudo cualquier acto disidente. En otras palabras, que siendo sueco, pero sin hacerse pasar por tal, ayude una vez más a unificar los destinos de su pueblo y el cubano.
Carlos Manuel Estefanía. Nacido en La Habana en 1962, realizó estudios de Filosofía en las Universidades de La Habana y Moscú, licenciándose en 1987 en la especialidad de Materialismo Histórico. Posteriormente realizó estudios de postgrado en materias tales como, economía, relaciones internacionales, periodismo, lingüística, teoría de la comunicación y semiótica. Así mismo recibió cursos por encuentro en la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana, en materias tales como: Historia del Estado y el Derecho, Teoría del Estado, Derecho de Familia, entre otras. En mayo de 2009 recibió el título de Magister en Pedagogía del Español y de las Ciencias Políticas por la Universidad de Estocolmo.
Radica en Suecia desde 1993, donde es fundador e integrante de la directiva de la Sociedad Académica Euro cubana, así mismo, es presidente de la Asociación de Graduados Extranjeros en Suecia. Es además miembro de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en Suecia (PROFOCA) y del Colegio Nacional de Periodistas de la República de Cuba en el Exilio.
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