Por Galán Madruga
¿Qué es lo que retorna históricamente en Cuba, una y otra vez, desde el origen de la nacionalidad? He estudiado casi todas las formas solidarias, simbólico-imaginarias y espirituales del cubano en el trascurso de dos siglos, y no hallo entre ellas una mejor tendencia aglutinadora que la del «retorno de la salvación». Pero no de la salvación como eslogan ético y moral, sino como un ejercicio de campaña en medio de un combate en el que discurre un discurso sin fronteras. Si en Cuba hay realmente una historia simbólica, en la que lo espiritual viene a ser lo trascendente, esta es la de la lucha por el dominio de un discurso mesiánico. Un discurso atribuido a la vida en tanto el cubano se enfrenta a su muerte, sea identitaria, social, política o individual. En un artículo publicado hace un tiempo en este lugar, titulado La salvación, habíamos dicho que «la idea de la salvación tiene una historia en sí misma, posee un discurso peculiar según el momento y según lo que se trate salvar». En este caso nos referíamos a varias entidades simbólicas y espirituales acuñadas en conceptos como patria, pueblo, socialismo o Cuba. Y más adelante, en ese mismo artículo, proponíamos que: La idea de la salvación en Cuba se inició con la polémica filosófica de los años 1840.
Todo el que lea la impugnación a Víctor Cousin hallará sin problemas el pragmatismo de un cuerpo filosófico sobre la salvación. De ahí el discurso teleológico para una Cuba en pos de la independencia. Quienes revisen los propósitos ideológicos del patriciado regional en pos de la defensa de la patria chica, del terruño, también encontrará en el fondo el incentivo de la idea de la salvación. Es una idea extraña, porque lo que se trata de salvar es un «ideal»: la idea de cómo la mentalidad colectiva cubana ha ido creyendo en la salvación de Cuba. De ese análisis se derivaban dos subcategorías simbólicas del imaginario cubano que durante las guerras de independencia se pusieron de relieve bajo un discurso ético, y que quedarían sustantivadas en los lemas correspondientes: «Cuba libre» y «libertad para Cuba».
Como lo ha señalado teóricamente Hans Jonas en El principio de la responsabilidad, los cubanos se adherían desde entonces a un principio ético sobre la responsabilidad libertaria e independentista, siempre y cuando –como lo vería Martí– se actuará conforme a los actos de la vida auténtica. Trátese de ambos aspectos simbólicos, todas las fuerzas políticas cubanas que se movilizaron para pugnar después en la República y luego en la Revolución admitían estos lemas como fuerza protectora. Si algo hubo y hay hoy en Cuba en «lo abierto» potencialmente activo, es precisamente la idea oculta de la salvación como forma simbólica y espiritual, como forma de reguardo en lo individual y colectivo. Esto conlleva ante todo a un explicitación teórica. Nada de lo que hace el hombre puede fabricarse en el pasado o en el futuro. Lo que forja el hombre física y mentalmente lo concibe de hecho, aquí y ahora. Nunca habrá un espacio para la acción y ejercitación que sobrepase el espacio aquí y ahora. Martí hace explícita esta formulación teórica del «retorno» cuando afirma, ante el interlocutor sagaz: «Haga, que esa es nuestra manera de pensar».
«Haga» impregna de sentido la frase, un adiestramiento. Es por eso que la acción en sí misma (fuera de su estado físico y mental) constituye el retorno eterno de la vida. Si el hombre va a la iglesia a rezarle a Dios solo puede hacerlo aquí y ahora, si va a emitir un comunicado político a la chusma lo dice aquí y ahora, si va a urdir el amor lo forja aquí y ahora, y si va a escribir un libro no podrá elaborarlo en otro lugar que aquí y ahora. Todas son maneras adiestramiento. De modo que la salvación no implica en este sentido un ideal, como ha sido asumido a lo largo de la historia, sino más bien una práctica ritual y simbólica del cubano para existir ante las continuas amenazas contra la identidad y la patria.
Es decir, de lo que se trata es de ver la salvación como la ejecución espiritual de una «cosa» siempre en el presente. Por eso, como dice Nietzsche, el hombre se ve restringido a accionar en un espacio material determinado (en lo abierto) en su cultural y en sí mismo. Por eso no hay otra forma de vivir si no es aquí y ahora. Pero el deslizamiento de que el hombre puede prever el futuro, predecirlo incluso, conforma la base fenomenológica de todas las utopías y mesianismos. ¿Cómo puede ser libre el hombre en el futuro si su acción por la libertad es ejecutada aquí y ahora, no en otro lugar? Este «otro lugar» en que el hombre no puede pastorear la acción, llevarla de la mano, es el espacio imaginario creado por la Ilustración, en cuyo apócrifo lugar surge el término «cultura». Una cultura que piensa en cómo protegerse de la incertidumbre del destino y la muerte. Por ende, vistas las cosas desde el prisma de la ilustración, lo que se trata de liberar en resumidas cuentas no es al hombre, ni a su acción y práctica cotidiana, sino al espacio simbólico en que se crea la cultura. Y la “cultura” se convierte en espacio inequívoco mediante el cual el hombre no puede enterarse de lo que es, de que para vivir tiene que ejecutar libremente acciones aquí y ahora.
Por eso la libertad no es una dimensión inmutable y ecuménica que puede ser arrebatada y luego rescatarse. La libertad está en la conciencia de toda acción y ejercitación aquí y ahora. Cuando a un esclavo se le da azotes y se le priva de su libertad física (y cuando se le encierra en un barracón y se le usa en el corte de caña a la fuerza) se le despoja de una libertad psicológica. Esta es la razón de por qué en Cuba hallamos hoy, en ciertos sectores y fuerzas opositoras al régimen de Fidel Castro, una nueva forma de mesianismo camuflado bajo la frase «libertad para Cuba». Se trata de una libertad psicológica. Es cuando la vida ha de ser protegida. Hasta los esclavos buscan un líder. Proviene de una ética del viejo eslogan «Cuba libre». Algo que fue y que puede aparentemente retornar como tal. Pero no se trata de un retorno de la libertad en sí, del eslogan, de la frase, del discurso, sino de una vieja práctica convertida en creencia, como si fuera una religión dentro del espacio cultural cubano.
Se cree en la libertad, pero no se asume. Como la vieja acción que practicaron primero los criollos, luego los mambises, después los revolucionarios del 30 y a continuación los miembros del M-26-Julio y la ideología de la Revolución del 59. Todas ellas fueron acciones bajo el eslogan «libertad para Cuba», lo cual constituye hoy una continuidad sin fin, aun cuando se elabore un discurso de oposición al régimen vigente, demostrando el fracaso ético de la Revolución. Dentro de ese espacio cultural cubano el «mesianismo» es una tendencia rectora para salvaguardar la integridad de la cultura y librarla de la injerencia destructiva desde dentro y fuera de la Isla. Los cubanos siempre hemos visto el mesianismo como una idea pasada de moda, pero sin estar conscientes hacemos uso de ella. Por eso no podemos cambiar el rumbo de la vida cultural, ni de las ideas. La idea sobre la libertad trascendente abre paso al mesianismo que se extiende desde antes. De hecho, lo que se retorna en Cuba es un sistema de prácticas mesiánicas de ambas partes del espectro político. Por eso dentro del espacio de la cultura cubana se lleva clavada como una espina la orfandad de un guía y/o salvador.
Debido a que no se está consciente de que la libertad es más bien un ejercicio (de que no existe la «libertad para Cuba» en el ideal trascendente), el cubano evoca el protectorado de alguien, de una entidad, institución o persona. Es como un deporte en el cual cada generación perfecciona sus métodos y técnicas con el propósito de progresar. El mesianismo que actualmente vemos velado entre los cubanos ha mejorado su método y técnica, y fatídicamente Cuba es una cultura de masas, cuando pierde su protector entra en fase de muerte. Ante esas señales de muerte, las masas buscan, por medio de estas prácticas, a otro protector que la salve. De ahí que el mesianismo por sí mismo constituya una de las más importantes prácticas de la cultura cubana. Por supuesto, sin saber que se trata de una práctica que retorna, varios prominentes disidentes cubanos promueven el mesianismo confundiéndolo con «Libertad para Cuba».
En el fondo, lo que sucede es que no se puede hacer nada por la libertad de Cuba frente a una cultura integrada a ese mesianismo protector. Por eso no queda otra alternativa para algunos opositores que reproducir el mismo esquema de prácticas anteriores. Con la frase «libertad para Cuba» el mesianismo ya no cuenta con una forma de conocimiento y meditación, sino con una práctica que se desprende de ese conocimiento y esa meditación a posteriori. Martí, por ejemplo, impregnó de conocimiento al mesianismo cubano, las generaciones posteriores a él reflexionaron y meditaron sobre ese conocimiento y las generaciones actuales lo reinventaron y disfrazaron con un bello discurso, convirtiéndolo en una práctica sin nombrar. Así es como logran permanecer protegidos en un espacio donde reina el peligro de la libertad. La responsabilidad ante este peligro, como hemos dicho en otras oportunidades, consiste en enfrentar el miedo a ser plenamente libres. Este miedo es el parásito que desangra la individualidad en la historia de Cuba.
El miedo a ser libre es la clave de todo. MIEDO, YO NO LE TENGO MIEDO a la Libertad, a andar por el Mundo “por lo que de la mocha”, he sido emigrante cubano y emigrante iberico, y ahora estoy feliz de poder luchar, pluma en mano, por la LIBERTAD QUE HOY DISFRUTO.