Por Carlos Carballido.
Los apasionamientos políticos son una cosa y los hechos son los que definen la legitimidad de cualquier proceso, sobre todo las elecciones presidenciales que, a fuerza, ganan su validez únicamente si el recurso y curso transcurren de manera transparente y civilizada.
Las de este 2020 han sido todo lo contrario. Normalmente en Estados Unidos, las votaciones transcurrían en paz solo con algunas incongruencias como la derrota de Richard Nixon por J.F. Kennedy, en 1960, el cual se supo que logró cierta componenda con la mafia para el robo de votos. Nixon terminó por aceptar la derrota para evitar, según sus palabras, una “crisis institucional” en EEUU.
Al escribir estas líneas, llevamos casi dos días sin saber quién es el ganador entre Joe Biden y Donald Trump sencillamente porque la Comisión Electoral decidió unilateralmente detener los conteos en un punto dónde apenas la mayoría de los estados aún no lograban el 80 por ciento de los cómputos. El otro hecho es que a partir de las 4 de la mañana del siguiente día empezaron a aparecer boletas enviadas por correo que se sumaron a las estadísticas de manera apresurada y abultada y que casi el ciento por ciento favorecían al candidato demócrata.
A estos innegables hechos se añadieron otros dos al final del día realmente preocupantes para cualquier proceso electoral transparente. Primero el reconocimiento que la Guardia Nacional de Wisconsin, estado en disputa, ayudó a trasladar cajas de boletas impresas erróneamente de un condado a otro, para rescribirlas y meterlas al sistema. Casi al unísono, el grupo legal Judicial Watch muestra que en Estados en disputas un promedio de 1.8 millones de boletas no estuvieron debidamente registradas como requiere la Ley Electoral. Y la abrumadora mayoría de ellas corresponde también al candidato Joe Biden. En estructuras humanas ese tipo de estadística, llamada de Pasos o de Escaleras son matemáticamente improbables. Al menos un porcentaje debió corresponder al candidato contrario, pero no es el caso.
La duda aquí radica en si realmente puede definirse una elección como justa y transparente cuando a nivel masivo se han descubierto estos “macro” errores. Independientemente de su afiliación política, la respuesta es NO. Son hechos y se han comprobado.
La identificacion de estos macro errores, no niegan que miles de otras movidas fraudulentas, a niveles de condados y colegios electorales locales, también hayan pasado inadvertidas.
La noche de las elecciones la tendencia de Trump a ganar por pequeño margen era casi un hecho hasta que milagrosamente todo conteo se paralizó. No hay lógica en el acontecimiento ni mucho menos explicaciones que se justifiquen en esta era de adelantos electrónicos. Texas, por ejemplo, contabilizó casi 11 millones de votos a última hora y declaró al ganador con absoluta precisión.
Lo que ha ocurrido en estás elecciones estadounidense es sencillo: las bases que definieron nuestra sociedad y sus instituciones han sido absolutamente burladas y – sin apreciarse un meaculpa en el panorama- puede inferirse que así será en lo adelante como una copia al carbón de la peor de las Repúblicas Bananeras que conocemos.
Trump ha demandado legalmente estas irregularidades que ya no son hipotéticas sino factuales y en un nivel casi nacional. Pero el daño ya está hecho. Ha sembrado un precedente de desconfianza en el elector común norteamericano. La República Federal Constitucional que es EEUU se convirtió, en menos de 48 horas, en una Democracia Monopolista del Partido Demócrata a cualquier precio y a cualquier modo de lograrlo.
Si Joe Biden tuviera un ápice de decencia, debería aceptar una derrota a tiempo. De ser confirmado como ganador solo logrará un gobierno gansteril basado en una ilegitimidad moral. Y este hecho sería el puntillazo final para EEUU como nación libre. Así de simple.
Carlos Carballido es periodista, columnista y Vicedirector de ZoePost.
Pingback: Biden debería aceptar su derrota o cargará con una presidencia moralmente ilegítima – – Zoé Valdés
Señor José, Agradecemos su participación pero usted NO es el editor de este periódico. Su errata es muy mal intencionada. Sírvase usar estos trucos en otro sitio. Disculpen los lectores de este comentario.