Por Luis Enrique Valdés Duarte.
Ahora que lo antiespañol está tan de moda en España, más que en ningún otro lugar del mundo, y que se robustece en fechas como el 12 de octubre, uno se acuerda de ese ser de luz que plantó cara a lo injusto sin zaherir por ello lo que había heredado con orgullo. Cuestión muy diferente a lo que vemos en nuestros días: el denuesto gratuito, inculto y desmesurado a esta gran nación.
Cuando en el bellísimo poema dedicado a su entrañable amigo Enrique Guasp de Peris, José Martí dice: “…el uno brilla/ Con el fuego del otro: así enlazadas/ Mis palmas vi con tu feraz Castilla.” está, sencillamente, volviendo con el alma a sus orígenes propios: había nacido junto a la habanera Puerta de la Tenaza en cuna española. Como casi todo el mundo sabe, era hijo de un sargento primero del Cuerpo de Artillería de la Real Fortaleza de la Cabaña: Mariano de Todos los Santos Martí y Navarro, natural de Valencia, y de Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera, nacida en Santa Cruz de Tenerife.
La Isla de Cuba era entonces una Provincia de Ultramar con Capitanía General y, probablemente, la más española de todas. No procuro convertir a José Martí en algo que no era; él mismo, al llegar a Nueva York muchos años después, firmaba sus Impressions of America para el periódico The Hour, de una manera muy clara: By a very fresh spaniard. Nadie debe llevarse las manos a la cabeza ante una verdad rotunda: José Martí era español por los cuatro costados. Su oposición a España no interfirió nunca en su admiración profunda, en su amor ni en su agradecimiento hacia todo aquello que, desde la Península, no era arbitrariedad. Es más, también de España le vino su resistencia a ella: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”
Siendo un niño muy pequeño ya tuvo delante algunas circunstancias que empezaron a forjar en él una idea de la justicia. A estas se fueron sumando otras que vigorizaron en su espíritu un paradigma de la honestidad tan alto que lo condujo, irremediablemente, a la inmolación. Esos primeros escenarios y todo lo aprendido en la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal de Varones de La Habana dirigida por Rafael María Mendive fueron la fragua del hierro que le tocó sufrir en carne propia. Es de sobra conocido su empeño constante para liberar a Cuba de lo que entendió era un pésimo gobierno desmerecedor de la Isla y cuanto fue capaz de hacer y dar para conseguirlo.
José Martí se halló ante uno de los conflictos más altos que puede enfrentar un hombre: luchar contra su estirpe. Junto a las semillas de todo lo que España legó a su humanismo hubo otras: semillas de hierro que palpitaron en las entrañas de una mina de Vizcaya cuando él apenas tenía dieciséis años. Tales trances no entorpecieron, repito, su alta estima a lo hispano. A lo largo de toda su obra hay miles de pasajes que así lo evidencian y que reconocen la grandeza de España en casi todos los ámbitos. Se ha intentado muchas veces equiparar su insurrección a un supuesto antiespañolismo: una visión coartada. Aquí conoció el amor, cursó su carrera universitaria –iniciada en Madrid y terminada en Zaragoza- y tuvo grandes amigos.
Se pueden citar muchísimos ejemplos para esclarecer lo que aquí digo, pero basta con unas estrofas del poema VII de los Versos Sencillos:
Para Aragón, en España,
Tengo yo en mi corazón
Un lugar todo Aragón,
Franco, fiero, fiel, sin saña.
Si quiere un tonto saber
Por qué lo tengo, le digo
Que allí tuve un buen amigo,
Que allí quise a una mujer.
Se refiere a Blanca Montalvo, pero tiene más razones que se escapan a los sentires y dan fe de su entereza:
Estimo a quien de un revés
Echa por tierra a un tirano:
Lo estimo, si es un cubano;
Lo estimo, si aragonés.
José Martí no fue antiespañol sino un hombre justo. En sus brazos tuvo cabida cuanto de España amó. Por eso el poema a Guasp de Peris, español de pura cepa, termina con esta hermosísima declaración:
“Ven sin temor, tu marcha no ha cesado:
Caerás en brazos de tu amante amigo.”
Luis Enrique Valdés Duarte es escritor, editor, y activista cultural.
Amé, más que adoré. Con lágrimas. ¡Grandioso artículo!
Bravo! Gracias.
Maravillosa descripción. Maravillosa pluma.
Martí en su inmensa humanidad. Bello artículo, Luis Enrique.
Pingback: José Martí: a very fresh spaniard. Por Luis Enrique Valdés Duarte – Zoé Valdés
Más luz sobre la oscuridad creada en torno a sus ideales y sus móviles. Hermoso, sencillo y real. Luis ❤️
Precisamente se le debe a Marti la convivencia entre espanoles y cubanos despues de la.guerra sin odios no resentimientos
Solo apuntar que debería existir un quinto costado, los ideales, pues no solo lo que se hereda hacen al hombre sino lo que lo forja en su andar.
Fantástico me encantó
¡Gracias! Me ha encantado. ❤️