Sociedad

Con motivo del fallecimiento de José Manuel, Chema, Castiñeira, publicamos de nuevo el artículo de Armando de Armas

Armando de Armas y Chema

Por Redacción ZoePost.

Falleció el ilustre cubano José Manuel, Chema, Castiñeira. Con motivo de su desaparición física volvemos a publicar el artículo que le dedicó su amigo Armando de Armas.

“El exilio es el parque del dolor y el jardín de las pérdidas.” Zoé Valdés.

En paz descanse.

¡Pioneros por el comunismo seremos como Chema!

Por Armando de Armas.

José Manuel, Chema, Castiñeira, Che-ma en mi novela El Guardián en la Batalla. Castiñeira es un personaje en más de una obra mía, empezando por la primera, la novela La tabla, donde se nombra Bobadilla.

Castiñeira parece, por la vida que le ha tocado, un personaje de ficción, así que dada la amistad que nos une por muchos años, y las experiencias compartidas, pues nada más normal que aparezca como un personaje en mis libros.

Actor, a la altura de los mejores, protagonista de la película El robo, ICAIC, 1965, basada en la obra de teatro El robo del cochino, de Abelardo Estorino, decidió un día darle el pasaporte a Fidel Castro para el otro barrio con un rifle durante una de sus visitas a la barriada de Punta Gorda, donde el tirano tenía una de sus mansiones (en el 30 aniversario de la Revista Cine Cubano aparece la foto de Chema, jovencísimo galán, al lado de Consuelito Vidal en la portada, pero la censura se encargó de que no apareciera su nombre, sólo la foto, protagonista anónimo).

Eran tres en la conspiración y uno de ellos era el consabido chivatón, por lo que cogieron a Chema con las manos en la masa, es decir, en el rifle.

Pasó varios años en presidio, al cumplir regresó a vivir al hermoso chalet de la familia atestado de libros (allí tuve acceso por primera vez a la novela de caballería, sobre todo al Amadís de Gaula, nombre de mi alter ego en muchos de mis libros), pero por poco tiempo, pues una noche, tras apropiarse de un fusil 22 de un hermano comunista, mató de un disparo un gato que hacía varias noches que no le dejaba conciliar el sueño, como si en un acto de malabarismo metafórico se desquitase matando al gato que le quitaba el sueño por no haber podido matar al caballo barbado que daba la pesadilla a Cuba. No había caído aún el felino fulminado al pavimento, y ya rodeaba el chalet un aparatoso operativo de la policía política con soldados artillados hasta los dientes. La muerte del gato le costó a mi amigo dos años más de presidio; acusado no de matar al gato sino de tenencia ilegal de armas y explosivos.

Le conocí personalmente (aunque ya le conocía sobradamente de oídas pues se había convertido en una leyenda entre la juventud anticastrista en Cienfuegos) al salir en libertad de su segunda condena. Estaba yo sentado en un banco de Prado y San Fernando cuando de repente empezó a rajar uno de esos aguaceros típicos del trópico, la lluvia en hebras dándome en el rostro, aneblado en la luz de los relámpagos que restallan en el horizonte. Como es normal la masa humana corrió a guarecerse bajo los portales a ambos lados del Prado, pero yo permanecí allí solo, impasible bajo la lluvia y a la luz, vestido de blanco, las piernas abiertas y los brazos extendidos sobre y a lo largo del espaldar del banco. Alguien vino corriendo desde los portales y se me sentó al lado, era el mítico Chema.

Me dijo. ¿Te importa que me siente a tu lado? Dije, no. Preguntó entonces. ¿Sabes quién soy? Respondí, sí, Chema. Volvió a inquirir. ¿Sabes que puede ser perjudicial para ti que yo permanezca aquí a tu lado? Me volví por primera vez hacia él, y le dije. ¡Chema, a mí me da lo mismo 8 que 80! Entonces eufórico me invitó a que nos tomáramos una botella de ron en el bar de la Pizzería Gioventu, que quedaba a nuestras espaldas.

Afuera, tras los cristales empañados, la lluvia se derramaba como una puta dadivosa sobre la ciudad del sur. A mitad de la botella me dijo que al ver que yo no corría a guarecerme del estacazo de agua, pensó para sus adentros, coño, un tipo que no teme a la lluvia, tiene que ser mi amigo, y agregó además, con su voz de actor, que por si fuera poco entre las neblinas del agua vislumbró parado a mi lado un caballero de lanza y armadura plateada. En realidad, viejo conspirador, sólo empezaba así, eficazmente, mi reclutamiento para un ambicioso proyecto anticastrista que tenía en mente con jóvenes que él estimaría antisociales, lúcidos, endurecidos y enfurecidos.

Chema una noche se despidió de mí en Cienfuegos, la víspera de partir al exilio, y ya subido de tragos, me dijo, jamás podré comerme un bistec de esos gigantones pensando en que tú pudieras estar pasando hambre en Cuba. Después supe que en Miami se comía unos churrascos enormes, en el Latin American de Coral Way, al lado de Radio Mambí, sin cargo de conciencia alguno por mi situación alimentaria. Cuando arribé a Miami unos tres años después me sentía traicionado, no quise verlo ni saber dónde estaba. Hasta que un día manejaba por la 49 de Hialeah y un tipo en un van con el logo de Radio Mambí me mete una cañona innombrable y le persigo con malas intenciones hasta el próximo semáforo, y cuando el tipo se baja con las mismas malas intenciones, resulta que era el Chema y nos fundimos en un gran abrazo…

Este artículo pretende ser un humilde homenaje a Chema, ahora que aún vive en este plano y también, claro, un recordatorio de que siempre hubo auténticos resistentes en el ámbito de la cultura. Por supuesto, como eran auténticos no los vitorearon, los vetaron, y para colmo ahora pretenden borrarlos con aquello -que ya aburre- de esta es la primera vez en Cuba que… en fin.

No recuerdo que nadie dijera nunca ¡todos somos Chema! Recuerdo, eso sí, que cuando Chema estaba preso y casi todos marchaban su hijo un día en la escuela, ante el grito inducido de la masa infantil -muchos de ellos ahora dizque disidentes- ¡de pioneros por el comunismo, seremos como el Che!, gritó sin más, ¡seremos como Chema.

La foto que ilustra el artículo corresponde a uno de nuestros más recientes encuentros en un restaurante en Homestead; cerca de la residencia donde lo cuidanSólo aceptó la invitación porque le prometí que no tendríamos que ponernos el bozal de la nueva dictadura covidiana. ¡El gran fallo de mi vida fue no haber podido matar a Castro!, se lamenta ese día en la mesa al aire libre frente a un canal, mientras bebe una cerveza y mira pasar un monstruoso saurio en las sucias aguas, un saurio como un simio acuático y antediluviano ajeno a los avatares del tiempo histórico.

 

Armando de Armas: Escritor cubano exiliado, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental. Editor Educación/Cultura ZoePost.

 

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