Por Manuel C. Díaz.
Cuando uno piensa en Salamanca, lo primero que viene a la mente es su Universidad. Y con razón. Después de todo, no sólo es la más antigua y prestigiosa de España, sino que por sus aulas pasaron, como alumnos o profesores, las mentes más brillantes del continente.
Es también, junto con las de Bolonia, Oxford y La Sorbona de París, una de las cuatro más antiguas de Europa. Quizás sea por eso por lo que a pesar de que Salamanca tiene una hermosa Catedral, una histórica Plaza Mayor, radiantes palacios, numerosos museos y hasta un milenario puente romano, es la Universidad la que predomina. Y no es sólo por su centenaria reputación; no. Ese predominio se debe en gran medida a los miles de estudiantes que llenan las calles y plazas de la ciudad contagiando a todos con su juvenil entusiasmo y creando con su presencia un bienvenido ambiente de moderna intelectualidad. Sin embargo, Salamanca es mucho más que una legendaria ciudad universitaria. Es también una de las más bonitas y hospitalarias de España.
Al centro histórico de Salamanca puede accederse desde diferentes puntos de la ciudad. Puede hacerse desde la estación de trenes o desde el paradero de ómnibus. Nosotros lo hicimos desde nuestro hotel, el Parador de Salamanca, que está situado en la parte sur del río Tormes, precisamente frente al Puente Romano, una de sus más antiguas entradas.
Justo al final del puente, en su parte derecha, se encuentra la Iglesia de Santiago, y frente a ella, pasando una estatua del Lazarillo de Tormes, la llamada Puerta del Río. Desde ahí, subiendo por la calle Tentenecio, se llega a la Catedral Vieja, construida durante el siglo XII, en una mezcla de estilos en el que predomina el románico en sus columnas, capiteles y arcos exteriores, y el gótico en sus bóvedas interiores.
Pero es la Catedral Nueva, cuya construcción comenzó más tarde en el siglo XVI, la que con su magnificencia arquitectónica reina sobre la ciudad. Sus torres y cúpulas pueden ser vistas desde todas partes. En las noches, iluminadas, son todavía más impresionantes.
Como la Catedral está al comienzo de la ciudad vieja, fue lo que primero que visitamos. La visita comprendía las Capillas de Santa Bárbara, fundada en el año 1344 por el obispo don Juan Lucero y la de Santa Catalina, donde se celebraban los concilios Compostelanos en el siglo XIV.
Cuando terminamos de recorrer el interior de la Catedral, salimos a la calle Rúa Mayor (donde están todos los restaurantes al aire libre) y llegamos a la famosa Casa de las Conchas, una curiosa edificación que aúna elementos góticos, renacentista y mudéjares, y que fue mandada a construir por don Rodrigo Maldonado de la Talavera, caballero de la Orden de Santiago. Su nombre se debe a que su fachada está decorada con más de trescientas conchas de vieira y múltiples blasones. Hoy en día es una biblioteca pública.
A un costado de la Casa de las Conchas está la Iglesia de la Clerecía y la Universidad Pontificia, y a solo dos cuadras de ellas, el Patio de las Escuelas, una pequeña plaza rodeada de edificios pertenecientes a la Universidad.
En el centro de esa plaza hay una estatua de Fray Luis de León, uno de los más ilustres profesores (Unamuno fue otro de ellos) de Salamanca, y de quien se cuenta que, habiendo sido arrestado por la Inquisición (lo acusaron de haber traducido partes de la Biblia al lenguaje vulgar) mientras impartía sus clases, al regresar de la cárcel de Valladolid cinco años después, comenzó su interrumpida disertación de esta jocosa manera: “Como decíamos ayer…”.
Es frente a esta estatua de Fray Luis, en la fachada del edificio principal de la Universidad, donde se encuentra -perdida entre las demás figuras de piedra- la imagen de la llamada “rana de la suerte”. Según un antiguo ritual universitario, los estudiantes que al comenzar el curso localizan a la rana en la fachada en un primer intento, aprueban todos sus exámenes. Todavía lo siguen haciendo. Y no sólo los estudiantes, sino también los turistas. Yo estuve media hora buscándola sin éxito, hasta que un vendedor ambulante de llaveros se compadeció de mí y me la señaló con una diminuta linterna de rayos láseres que, al parecer, usaba para ayudar a turistas despistados. En agradecimiento por su ayuda le compré un par de llaveros con la imagen de la dichosa rana.
De la Universidad salimos hacia la Plaza Mayor, una de las más grandes y bonitas de España. Fue construida en 1730 por los hermanos Alberto y Nicolás Chirriguera, y es el punto de reunión preferido de los salmantinos.
Con su elegante Ayuntamiento dominando la parte norte, el resto de los portales está ocupado, en su planta baja, por numerosos restaurantes, heladerías, joyerías y tiendas de regalos; los pisos superiores son residencias privadas.
En el centro de la plaza puede verse una placa conmemorando la designación de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Estuvimos un rato caminando por sus alrededores, y cuando ya nos íbamos, los tonos dorados de la fachada del Pabellón Real refulgían bajo el sol que comenzaba a ponerse.
Salimos por la puerta (hay seis entradas a la Plaza) que daba a la Iglesia de San Martín y terminamos de visitar los lugares de interés que nos faltaban, como el Mercado Central, la Torre de Clavero, el Palacio de Orellana y el Convento de San Esteban.
Ya cuando comenzaba a oscurecer, en lugar de regresar al Parador, decidimos quedarnos a cenar en uno de los restaurantes de la Rúa Mayor. Y lo hicimos en las mesas al aire libre del Mesón de las Conchas. Como queríamos probar algún plato típico de la zona, pensábamos pedir (por recomendación de unos amigos) un cabrito cuchifrito, pero no lo tenían en el menú.
Terminamos ordenando una ración de pimientos rellenos de bacalao (venían con una de salsa de naranja), una ración de morcilla de Salamanca con piñones y un par de cañas bien frías. La sobremesa la hicimos caminando de vuelta hacia el hotel, bajo una noche hermosamente estrellada. Cuando llegamos al Puente Romano y nos disponíamos a cruzar el río Tormes, se nos ocurrió volver la vista hacia la ciudad para verla por última vez. A lo lejos, completamente iluminada, la Catedral de Salamanca resplandecía en la distancia.
Fotos del Archivo Personal del Autor.
Manuel C. Díaz es escritor, crítico de arte y literatura y cronista de viajes.
Deliciosa crónica sobre una ciudad bellísima. Don Manuel tiene buen ojo y buena pluma. Lo felicito y le agradezco por compartir esas vivencias.
Muchas gracias!