Por Zoé Valdés/El Debate.
Desde su fundación a principios del siglo XX, los Premios Nobel han sido considerados el pináculo del reconocimiento internacional en campos como la paz, la literatura y la ciencia. Sin embargo, la historia de estos galardones está marcada no sólo por los logros que celebran, sino también por los silencios, las omisiones y las contradicciones que revelan sobre las dinámicas políticas mundiales frente a dictaduras, sobre todo de izquierda.
La evolución de los Premios Nobel, especialmente el de la Paz, examina cómo, en muchos casos, la política internacional parece oscilar entre gestos simbólicos y un vacío de acciones concretas que no estarán conectadas casi nunca entre sí con movimientos de gobiernos hacia esos regímenes.
Alfred Nobel, inventor de la dinamita y empresario sueco, legó su fortuna para premiar a quienes «hubieran conferido el mayor beneficio a la humanidad». El Nobel de la Paz, otorgado en Oslo, Noruega, pretendía celebrar a aquellos que contribuyeran a la fraternidad entre naciones. Sin embargo, desde sus primeros años, el galardón ha estado marcado por decisiones controvertidas y ausencias notables.
Figuras como Mahatma Gandhi nunca recibieron el premio –no estuvo del todo mal, digo yo, con lo que se ha ido descubriendo a posteriori–, mientras que líderes envueltos en conflictos lo recibieron en medio de polémicas.
Dos polémicas seguras han sido el otorgamiento a Barack Obama, según se ha dicho sólo por ser un presidente negro, sin haber hecho nada como presidente, y que para colmo desató al tiempo una buena cantidad de bombardeos y conflictos bélicos, y el del presidente colombiano Juan Manuel Santos, por haber conducido –abreviemos– a los terroristas de las FARC a la presidencia de su país, como es el caso actual…
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