Por Osvaldo Gallardo.
Presentación de Zoé Valdés – El Caimán ante el Espejo, JFK Library, Hialeah
No sé muy bien cómo se presenta a un Caballero de las Letras y las Artes de Francia en esta pequeña biblioteca de Hialeah, donde solemos llegar con la camisa medio arrugada, un libro bajo el brazo y la voluntad —ya heroica— de seguir creyendo en la palabra. Esta biblioteca, que para Grisel Torralbas, su directora, es un espacio amable en la comunidad hispana más grande y colorida de la nación, y para mí es un importante repositorio cultural de lo mejor de nosotros. Quizás por eso mismo Zoé Valdés encaja muy bien aquí: porque, más allá de los honores, es una escritora que ha hecho de la libertad su única patria, y de la resistencia creativa su mayor condecoración.
“Aléjate de quien te recomienda: Escribe. Escribir cura.”
Ese verso suyo podría servir como brújula esta tarde. Porque si algo ha hecho Zoé Valdés durante décadas es escribir contra la enfermedad de la mentira, del silencio impuesto, de la nostalgia domesticada. Escribir para curar, para romper, para no olvidar.
Zoé es, sin duda, la escritora más libre del exilio cubano. Libre hasta la desobediencia; libre hasta el escándalo; libre hasta lo que a veces incomoda. Su obra es una especie de certificado de independencia espiritual, un gesto que —en plena era de consignas, silencios obligados y culturas vigiladas— nos recuerda que la literatura tiene que repiquetear la verdad, como una campana llamando al culto o avisando del fuego, aunque duela o desconcierte.
Ella resumió la asunción de una libertad creativa que fue negada tras aquel huracán político que arrasó con la vida cultural cubana. Desde entonces, Zoé ha escrito como quien abre ventanas en un edificio clausurado: con urgencia, con aire fresco, con riesgo. Y quizá por eso uno siente que Zoé “vive en el futuro y regresa al presente”: va por delante, incomoda, provoca, advierte. Siempre tiene una opinión —sobre lo humano, lo cubano y lo que está más allá de lo cubano y lo divino— y la dice sin anestesia. Es polémica, controvertida, combativa, pero también profundamente humana, tierna y literaria.
En una entrevista dijo algo que la define mejor que cualquier elogio:
“No creo en nada que tenga que ver con este mundo cada vez más politiquero y más sombrío; sólo creo en la literatura, en los escritores que me dan miedo de la vida y me hacen confiar en el arte.”
Ese es su verdadero territorio: la literatura como acto de fe, como brújula en medio del ruido, como timón que encauza la tormenta.
“Lo peor de ser un exiliado es que ningún lugar del mundo consigue ser el adecuado.
Lo mejor es que el lugar adecuado está en ti mismo.”
Esta sentencia poética suena a autorretrato. Zoé ha convertido el exilio en un espacio creativo, en una casa portátil hecha de palabras, memorias y rebeldías.
Y lo cierto es que, más allá de la figura pública que todos conocemos, su aporte literario es innegable. Zoé Valdés renovó la subjetividad femenina en la literatura cubana, abrió espacio para una voz que escribe sin pedir permiso, que mezcla bolero y blasfemia, sensualidad y filosofía callejera, memoria y furia. Su estilo —a la vez popular y culto, desgarrado y lúdico— ha influido en autores más jóvenes y ha marcado la narrativa del exilio, donde la experiencia personal se vuelve espejo de un país entero.
En sus novelas hay una sensibilidad única: personajes femeninos que respiran con fuerza propia, un imaginario que convierte la vida cotidiana en materia poética, y una valentía que atraviesa cada página. Podría decirse que Zoé escribe como vive: sin filtros, sin miedo y sin nostalgia domesticada.
Así que, aunque yo no sepa muy bien cómo se presenta a un Caballero de las Letras y las Artes en este rincón modesto de Hialeah, sí sé que aquí entendemos muy bien a los que han tenido que reinventarse lejos de su isla y cerca de su verdad. Por eso esta tarde celebramos no sólo a la autora, sino a la mujer que convirtió el exilio en literatura, la libertad en oficio y la palabra en refugio.
Escribió Marguerite Yourcenar: “El que escribe, escribe para intentar salvar algo del tiempo que pasa.”
Zoé Valdés lleva más de treinta años salvando, contra toda tormenta, lo que el tiempo de Cuba y del exilio intenta borrar.
Bienvenida, Zoé. Este espejo del caimán también te refleja.
Muchas gracias.















