Mundo

Cuba y Venezuela: Entre consignas y silencios frente a un conflicto inminente

Por Carlos Manuel Estefanía.

Este 20 de agosto de 2025, en la denominada XIII Cumbre Extraordinaria del ALBA-TCP, Miguel Díaz-Canel pronunció un discurso que a primera vista podría sonar como una defensa noble de la soberanía latinoamericana. Habló de barcos de guerra norteamericanos, de amenazas a la paz regional, de la necesidad de unirse frente al “imperio”. Nada nuevo. Pero, como suele ocurrir con la retórica oficialista cubana, lo que no se dice es tan importante como lo que se grita a los cuatro vientos.

Díaz-Canel presentó a Venezuela como una víctima sitiada por Estados Unidos. Denunció, con tono solemne, la “farsa imperial” que acusa a Nicolás Maduro de narcotráfico y llamó a la unidad de los pueblos. Para el mandatario cubano, el ALBA no es solo una alianza, sino un “escudo” que protege a la región del dominio extranjero. Hasta aquí, las consignas de siempre.

Sin embargo, detrás de estas frases rimbombantes se esconden realidades incómodas. Porque reducir la tragedia venezolana a una conspiración externa es negar lo evidente: el colapso económico, la hiperinflación, el hambre y el éxodo de millones de venezolanos no se deben a un “cerco imperial”, sino a años de corrupción, autoritarismo y pésima gestión del chavismo.

El discurso se viste de “antiimperialismo”, pero al mismo tiempo calla sobre otra dependencia: la de Cuba y Venezuela respecto a potencias como Rusia, China e Irán. ¿Qué soberanía se defiende si los resortes económicos y militares dependen de capital y apoyo foráneo?

La memoria de Granada

Para entender mejor el contraste, conviene recordar un episodio histórico: Granada, 1983. Ante la inminente invasión estadounidense, Fidel Castro habló claro. Reconoció que había cubanos en la isla, pero subrayó que eran en su mayoría obreros de la construcción, acompañados de un puñado de asesores militares. Les dio instrucciones específicas: no intervenir en los asuntos internos de Granada y defenderse únicamente si eran atacados en sus campamentos o lugares de trabajo. Castro, incluso en medio de la tensión, reconoció la naturaleza civil de esa misión y lamentó el asesinato del primer ministro Maurice Bishop.

Ahora comparemos. Hoy en Venezuela, no hay cifras oficiales sobre la presencia cubana. Pero según estimaciones de la oposición, en 2019 había entre 2.000 y 2.500 cubanos desplegados en el país, sobre todo en inteligencia y control de las Fuerzas Armadas. A esto se suma la cooperación en salud, educación y deportes, que convive con un rol mucho más oscuro: la vigilancia y el sostenimiento del aparato represivo de Maduro.

La diferencia es notoria: mientras Fidel Castro en 1983 habló con franqueza de la presencia cubana en Granada, delimitando su papel a la autodefensa, Díaz-Canel calla. Oculta, manipula, transforma lo que en realidad es injerencia directa en “solidaridad internacionalista”.

El costo del silencio

Este silencio no es gratuito. Implica consecuencias graves:

  • Reforzar alianzas entre regímenes autoritarios y aislados.
  • Exportar métodos de represión que los cubanos ya conocen demasiado bien.
  • Aislar aún más a Cuba y Venezuela del resto de la región y del mundo democrático.
  • Implicar irresponsablemente al pueblo cubano en el caso de estallar una guerra regional.

Mientras tanto, se agita el miedo de la posible invasión para exigir obediencia interna. Se construye una dicotomía maniquea: “nosotros, los pueblos libres” contra “ellos, el imperio”. Y se invoca a Martí, a Bolívar, a Chávez y a Fidel, como si sus sombras pudieran legitimar gobiernos que han confiscado derechos y libertades.

Lo que no se dice

Díaz-Canel no llama a los cubanos a empuñar las armas, como Fidel lo hizo en otras épocas, o como él mismo hiciera para aplastar las protestas populares mayoritariamente pacíficas del verano de 2021. Tal vez porque sabe que ya no habría respuesta. La épica de las trincheras ya no convence a un pueblo agotado por el hambre, la inflación y la falta de futuro. Por eso, traslada la causa a otro escenario: Venezuela. Es allá donde se juega la narrativa de “plaza sitiada”, aunque el precio lo paguen los ciudadanos comunes.

Conclusión

El discurso del ALBA-TCP no defiende la paz ni la soberanía: defiende la supervivencia de dos regímenes tambaleantes. A diferencia de Granada, no hay una instrucción clara de autodefensa, sino un silencio cómplice sobre la verdadera dimensión de la presencia cubana en Venezuela. Se glorifica la “solidaridad”, cuando en realidad se trata de sostener con mano extranjera a un gobierno que ha perdido la confianza de su propio pueblo.

La verdadera solidaridad con Venezuela no consiste en blindar a Maduro, ni la verdadera soberanía en repetir consignas caducas. La solidaridad real es con los pueblos que reclaman democracia y libertad, no con quienes los reprimen mientras se alían con el narcotráfico. Y esa, lamentablemente, sigue siendo la gran ausente en los discursos oficiales del régimen cubano.

 

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

Compartir

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*