Cultura/Educación

DLA. Julio Mendoza: El místico del tareco

Por Zoé Valdés/Diario Las Américas.

En un rincón improbable del mapa, donde la luz de neón de Las Vegas tiembla sobre el desierto como un espejismo enfermo, vive y crea un cubano que no hace sólo arte, también convoca espíritus. Julio Mendoza, mítico, duende. Escultor, moldeador. Exiliado, del todo. Místico del tareco.

Sí, del tareco. Esa palabra tan cubana que evoca objetos rotos, cosas que ya no sirven, pero que en manos de este chamán de la materia se transforman en portales oblícuos. El tareco, para Mendoza, no es la basura del mundo moderno: es su archivo espiritual. Su reliquia. Su grito enterrado, transformado en ave fénix.

Nacido en Cuba—y marcado por los ritos orales, los santos, las sombras de lo no dicho—Julio huyó, como tantos, hacia el norte “revuelto y brutal”, fugado de la isla espantada de comunismo. Pero en vez de olvidarse -ningún cubano olvida nada- se volvió más cubano, como si eso fuera todavía más posible. No de postal, sino de raíz. No del Malecón, sino del monte. En Las Vegas, una ciudad que hace del simulacro su himno, Mendoza ofrece lo real: piezas que sangran, que lloran, que respiran historia y salitre. Obras que hablan en lengua yoruba, en español rústico, en silencios faulknerquianos, mezcla de Faulkner y Lorca.

Esculturas que no se miran: se sienten. Presiento su taller—un templo camuflado entre garajes y suburbios—pareciera más un altar que un estudio. Allí, Mendoza trabaja con materiales desechados: madera vieja, metales oxidados, huesos. A primera vista, parecen restos de ruinas, escombros de derrumbes solariegos. A la segunda, son reliquias vivas. Cada pieza es un acto de redención, un exorcismo.

“La Máscara del Tareco”, se me ocurre como título para una obra suya, más visceral, como un rostro tallado que no representa a nadie en particular y a todos a la vez. Sus ojos vacíos no mirarían: penetrarían. “La Espiral del Alma” pudiera ser una estructura que sube y baja al mismo tiempo: una metáfora del viaje del espíritu en el cuerpo de un desterrado. “La Columna del Viaje Interior”, otro cuento imaginario en su obra, quizás pudiera ser su obra más autobiográfica, se levantaría como un mapa de madera que nadie puede leer sin haber vivido el desgarramiento del exilio. Pero el artista es él, yo sólo soy quien propone emprender un viaje mediante frases sugeridas…

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