Cultura/Educación

China en la Feria del Libro de Venezuela: Apología del modelo autoritario de mercado

Por Carlos Manuel Estefanía.

La presencia de China como invitada de honor en la Feria Internacional del Libro de Venezuela ha sido celebrada con entusiasmo por las autoridades, quienes la presentan como parte del proceso de «modernización socialista» y un ejemplo de cooperación Sur-Sur. Sin embargo, más allá de los discursos oficiales y las actividades protocolarias, se vislumbra un uso instrumental de la cultura para promover una visión idealizada del modelo chino, omitiendo deliberadamente sus aspectos más problemáticos. Lejos de ser un ejercicio de intercambio plural y crítico, la feria se ha convertido en una vitrina para legitimar, a través de la literatura, alianzas geopolíticas y estrategias autoritarias compartidas.

Intercambio cultural o propaganda diplomática

La programación incluyó la presencia de autores chinos y publicaciones académicas sobre el «socialismo con características chinas», muchas de las cuales se presentaron sin matices ni espacio para el debate. En lugar de fomentar un diálogo intercultural genuino, se privilegió un enfoque monocorde, más acorde con los intereses diplomáticos que con la diversidad intelectual que debería garantizar una feria del libro.

No se dieron cabida a voces críticas que abordaran cuestiones esenciales como la censura sistemática, las limitaciones a las libertades civiles o las profundas desigualdades sociales que persisten bajo el modelo chino. ¿Dónde estaban los estudios independientes que analizan el papel del Estado en la represión laboral, la vigilancia masiva o las contradicciones entre planificación centralizada y rentabilidad capitalista?

El modelo chino: ¿una receta replicable?

El gobierno venezolano ha manifestado su interés en adoptar ciertos mecanismos del modelo chino, como las zonas económicas especiales, en un intento de salir de su colapso económico. Sin embargo, esta imitación acrítica ignora diferencias estructurales fundamentales: China cuenta con una base industrial consolidada, instituciones tecnocráticas relativamente eficientes y acceso privilegiado a capitales globales, mientras que Venezuela enfrenta una economía devastada, hiperinflación crónica, fuga masiva de talento y una institucionalidad erosionada.

Pretender trasplantar recetas foráneas sin considerar el contexto local ni generar consensos sociales abre la puerta a nuevos fracasos. La reproducción de modelos autoritarios con ropaje tecnocrático no garantiza desarrollo ni estabilidad, y mucho menos justicia social.

Cultura y poder: un escenario instrumentalizado

Más que promover la reflexión crítica, la feria ha sido utilizada como una plataforma para reforzar la narrativa oficial venezolana, presentando a China no solo como socio económico, sino como referente ideológico. En este contexto, la cultura cumple una función legitimadora, sirviendo para naturalizar modelos que restringen derechos, sofocan la disidencia y subordinan la producción cultural a los intereses del Estado.

Se trata, en definitiva, de una cultura subordinada al poder, donde el pluralismo es reemplazado por el alineamiento político y la diversidad de pensamiento es sacrificada en aras de la unidad discursiva.

Cuba y China: entre la convergencia ideológica y la dependencia estratégica

El caso de Cuba, cuya dictadura fue la verdadera gestora de la revolución bolivariana en Venezuela, ilustra un acercamiento estratégico al modelo chino que resulta igualmente alarmante. El gobernante Miguel Díaz-Canel ha destacado en repetidas ocasiones el modelo chino como referencia y aliado estratégico para Cuba, especialmente en el contexto de la grave crisis económica que atraviesa la isla. Esta admiración por un régimen autoritario refleja una falta de voluntad para buscar alternativas que realmente promuevan la libertad y el desarrollo sostenible.

Díaz-Canel y el gobierno cubano han intensificado su alineación con China, calificando al gigante asiático como “socio claro” de América Latina y el Caribe, presentándolo como una alternativa frente a la influencia y las políticas de Estados Unidos. Sin embargo, esta postura parece más un intento de aferrarse al poder que un compromiso genuino con el bienestar del pueblo cubano.

El desarrollo de las relaciones con China se ha convertido en una de las principales prioridades de la política exterior cubana. En reuniones bilaterales, Díaz-Canel ha agradecido el apoyo de China para enfrentar la crisis derivada del endurecimiento del embargo estadounidense y los efectos de la pandemia, pero esta dependencia del apoyo chino es peligrosa. Refleja un estado de sumisión en lugar de una asociación equitativa.

Aunque el régimen cubano no ha replicado plenamente las reformas económicas de China, Díaz-Canel ha abogado por equilibrar la centralización y descentralización, atraer inversión extranjera directa y priorizar la producción nacional. Sin embargo, estas iniciativas carecen de un verdadero compromiso con la democratización y el empoderamiento del pueblo. La falta de reformas significativas es indicativa del temor a perder el control estatal sobre sectores estratégicos y de la resistencia interna dentro del Partido Comunista.

Cuba ha promovido la cooperación multilateral con China en plataformas como el Foro China-CELAC, presentando a China como socio para la autosuficiencia y la estabilidad regional. Este enfoque, sin embargo, plantea serias dudas sobre la capacidad de Cuba para articular una agenda de desarrollo que realmente beneficie a su población, en lugar de simplemente servir a los intereses de un régimen autoritario.

En resumen, la exaltación del modelo chino por parte de Díaz-Canel es, en última instancia, una reafirmación ideológica y diplomática en un escenario internacional adverso. Este acercamiento representa una tabla de salvación ante la crisis, pero también un claro indicador de la falta de alternativas reales que promuevan la libertad y el desarrollo sostenible en Cuba.

China en 2025: ¿socialismo de fachada, capitalismo de Estado en esencia?

China sigue reportando cifras macroeconómicas alentadoras: un crecimiento del PIB del 5,4% en el primer trimestre, aumento de exportaciones y expansión industrial. Pero estos datos, analizados críticamente, revelan la consolidación de un modelo de capitalismo de Estado autoritario, profundamente alejado del ideal socialista. El crecimiento económico se acompaña de una concentración del poder, despolitización del trabajo y represión sistemática de cualquier forma de organización independiente.

El déficit fiscal del 4% del PIB y las políticas de estímulo al consumo interno indican que el Estado actúa como garante de la estabilidad, pero no como redistribuidor de riqueza. Las reformas no han empoderado a los trabajadores ni democratizado la producción; por el contrario, han reforzado la lógica de acumulación y subordinación al mercado global.

La clase trabajadora: pieza sacrificable del milagro económico

La aparente estabilidad del mercado laboral chino esconde una realidad profundamente desigual. Millones de trabajadores migrantes viven en condiciones precarias, sin representación sindical ni derechos garantizados. El Estado no solo no promueve la organización obrera, sino que la criminaliza, justificando la represión en nombre del orden y la eficiencia.

Este modelo niega la centralidad histórica del trabajo en cualquier proyecto socialista. El proletariado chino, lejos de ser un sujeto emancipador, ha sido reducido a fuerza de trabajo disciplinada y vigilada, sin capacidad de incidir en las decisiones que afectan sus vidas.

Autonomía tecnológica: ¿emancipación nacional o hegemonía imperial?

La apuesta por la «autonomía tecnológica» busca posicionar a China como potencia global en sectores estratégicos. Sin embargo, lejos de representar un avance hacia un socialismo del conocimiento, este proceso reproduce las lógicas del capitalismo competitivo: centralización del poder corporativo, apropiación estatal de la innovación y subordinación de la tecnología a fines geopolíticos y comerciales.

Además, el uso intensivo de inteligencia artificial, sistemas de vigilancia y reconocimiento facial refuerza una arquitectura estatal de control social sin precedentes, incompatible con cualquier noción de libertad o democracia.

Geopolítica del autoritarismo: ¿una alternativa al neoliberalismo?

El enfrentamiento entre China y Estados Unidos ha sido leído por algunos sectores como una disputa entre modelos antagónicos. Pero esta visión ignora que el modelo chino no representa una ruptura con el capitalismo global, sino una adaptación autoritaria al mismo. La expansión de su influencia —en África, Asia y América Latina— no se basa en la solidaridad internacionalista, sino en la lógica del endeudamiento, el control de recursos y la influencia estratégica mediante inversiones dirigidas.

A través de iniciativas como la Franja y la Ruta, China reproduce patrones de dominación económica, sin necesidad de intervención militar directa, consolidando un imperialismo financiero de nuevo cuño.

La retórica socialista vaciada de contenido

Pese al discurso oficial, China carece de elementos fundamentales de cualquier proyecto socialista genuino: no hay democracia económica, ni poder obrero, ni planificación participativa. La planificación centralizada responde a intereses tecnocráticos, y el Partido actúa como una élite burocrática cuyo objetivo central es la estabilidad, no la emancipación.

Desde una perspectiva crítica, puede afirmarse que el llamado «socialismo con características chinas» es, en realidad, un capitalismo autoritario altamente funcional al sistema global.

Conclusión: entre la fascinación y la advertencia

Tanto Cuba como Venezuela parecen ver en China una tabla de salvación económica y un modelo de legitimación política. Sin embargo, esta admiración irreflexiva puede tener consecuencias profundas. El modelo chino no es exportable sin costos sociales y democráticos, y su aparente éxito económico oculta una profunda contradicción: crecimiento sin derechos, planificación sin democracia, eficiencia sin justicia.

La inclusión de los llamados «socialismos» cubano y venezolano en esta narrativa de admiración hacia el modelo chino resulta incongruente. Ambos países, que según la propaganda que tantos amigos les ha granjeado en el mundo, habrían luchado por construir sus propias identidades socialistas, corren el riesgo de perder esa presunta esencia nacional al disponerse a imitar, abierta y declaradamente un sistema que sacrifica libertades en nombre del desarrollo. En el fondo, sería más de lo mismo, solo que ahora el sacrificio de la libertad que hasta el momento había tenido lugar en esas naciones latinoamericanas ya no estaría ligado a sus respectivas involuciones económicas.

Más que importar fórmulas autoritarias, los pueblos latinoamericanos deben construir modelos propios, basados en su historia, sus necesidades y su pluralidad. La transformación social no puede basarse en la imitación de regímenes que sacrifican la libertad en nombre del desarrollo.

La Feria del Libro de Venezuela debería ser un espacio para celebrar el pensamiento crítico y el debate plural, no una tribuna para repetir consignas y aplaudir sin reservas modelos autoritarios. En tiempos de crisis, la cultura debe ser semilla de emancipación, no ornamento del poder.

Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.

”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”

Redacción de Cuba Nuestra
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