Por Joel Alonso del Río.
Un día nos levantamos con la noticia de que algo estaba pasando en Wuhan, China; lo vimos como un acontecimiento de tantos que permean las redes y los telediarios, pero no podríamos imaginar las consecuencias de este virulento producto Made in China de la dinastía Xi.
Lo más parecido a esta expansión virulenta fue el Imperio Otomano en el siglo XVI y el Comunismo del siglo XX. Ambos, musulmanes y comunistas siguen haciendo estragos en los días de hoy, como los mayores enemigos de la humanidad.
Ahora, una nueva amenaza se cierne sobre el mundo, un virus llamado Covid-19.
El llamado a quedarse en casa se hizo viral, y nos encerramos, nos dijeron que no podíamos salir, y no salimos, que debíamos usar mascarillas y mantener la distancia con los demás, y lo hicimos, mientras recibíamos transfusiones diarias de información y lo que debíamos hacer o no hacer.
Mientras permanecíamos cerrados a punto de la claustrofobia se multiplicaban las antenas de telefonía digital 5G y el grupo terrorista de izquierda Antifas organizaba marchas y actos vandálicos en diferentes ciudades del mundo.
Mientras todo esto sucedía seguíamos desde nuestras casas comprado más y más productos Made in China, llenando así las arcas del gigante asiático.
En este tiempo viajé el mundo entero desde mi televisor, y a veces me paraba por la ventana o salía al balcón para ver las calles desiertas y la policía vigilando que alguna persona estuviera en la calle. Nunca había vivido un toque de queda, y recordaba de los libros aquellos tiempos en que La Habana estaba tomada por los ingleses desde agosto de 1762 a julio de 1763, y a partir de las 9pm comenzaba el toque de queda con el sonido del cañonazo desde la fortaleza de La Cabaña. Si hubiéramos sido colonia de los ingleses…
Yo que siempre me cuidé tanto de ser un buen ciudadano para no ir a la cárcel, y ahora me hallaba en prisión domiciliaria. Ahora podía entender a Payá Sardiñas y tantos otros en Cuba cuando les prohibían salir de sus casas.
A mitad de la noche sentía a mis vecinos aplaudiendo, y me dije: «Ya no pueden más». Y sentí compasión de ellos porque nunca han vivido en un archipiélago como lo es Cuba, sin poder salir.
Al pasar los meses esto se convirtió en un estilo de vida, a mí que siempre me ha gustado la calle, ahora me sentía una monja de clausura.
En mi juventud me pasó por la mente ser monje, y a mi esposa ser monja, pero sin un Abad, la obediencia nunca fue mi fuerte y me resistía a estar encerrado, esta era la oportunidad perfecta para hacer nuestros sueños realidad. Todo este absurdo tomó una connotación nueva, hacer de mi casa un oratorio donde yo era el único novicio, y mi esposa, la madre superiora.
En ese momento comprendí que depende de mi ser feliz y si cambia mi actitud ante la vida, puedo sobrevivir. Charles Darwin decía que no sobrevive el más inteligente, el más fuerte, sino el que más capacidad de adaptación tenga.
Una espiritualidad nueva emergía como emergen los organismos vivos de las materia putrefacta.
Había tenido que recurrir a la misma estrategia de supervivencia de cuando vivía en Cuba, la enajenación, pero sin pipas de cerveza a granel ni orquestas populares. Lezama Lima, Lecuona y Dulce María Loynaz me acompañaban casi todo el tiempo, nadie podía comprenderme más que ellos. Dentro de mi oía una voz que decía: «¡Vive!», y agarrado a los barrotes de mi ventana mirando hacia afuera: «al fin soy libre».
Qué es este encierro comparado con el que viví yo, y viven millones de cubanos.
Ya no tenía que recurrir a aquello que llamaban en la Edad Media “fuga mundi”, aunque me dijeran que ya se puede salir, no iba a salir, esto era un encierro voluntario, para evadir la violencia, la vulgaridad del mundo, el relativismo, en el cual estamos viviendo. Desempolvé mi Biblia, la abrí al azar, y leí una cita del Apóstol de los gentiles: “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina” (Efesios 4, 14) y más adelante seguí leyendo: «Simón. Simón, he aquí Satanás ha pedido permiso para zarandearte como al trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no te falte; y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22, 31-32).
Nos hunden como el corcho en el agua, y mientras más nos hunden con mayor fuerza emergemos a la superficie, porque hay algo que no se mata matando el cuerpo. La Fe, la Esperanza y la Caridad de un pueblo, es la fuerza que nos empuja hacia arriba, hacia afuera, hacia la trascendencia, estas tres virtudes teologales es lo que mantiene viva nuestra espiritualidad que nos hace buscar lo bueno, lo bello y lo verdadero, a Dios, el eterno, lo único eterno que existe.
Es la espiritualidad de la verdadera libertad, la del criterio diferente, la del respeto a la otredad, está siempre estar en salida, hacia afuera, hacia la libertad. Esta palabra fuga era muy familiar para mí, hasta de la escuela me fugaba, y le cogí tanto amor a la fuga, que terminé fugándome de mi país, una fuga forzada, que se convirtió el voluntaria para no albergar en mí el odio y el rencor.
La espiritualidad del encierro aumenta la creatividad, y este Covid-19 me ha despertado mi vocación contemplativa y el amor por el claustro, que despierta en mi talentos, la música, la pintura, la escritura, el bordado, la cocina, a ser más pacientes, por más que quisiera dar un portazo e irme en la primera discusión, tenía al guardia civil afuera moviendo su dedo al ritmo del metrónomo musical.
A la espiritualidad del individualismo, de la distanciamiento antisocial impuesto, se le ha sobrevenido la reacción inversa porque ha aumentado el deseo de vernos, de encontrarnos a escondidas, como los antiguos cristianos en las catacumbas perseguidos por Nerón.
Hoy se levantan otros dictadores como Nerón, en China con Xi, en Rusia con Putin, en Nicaragua con Daniel, en Cuba con los Castro, en Venezuela con Maduro, en Bielorrusia con Lukashenko, y otros, que son capaces de culpar a sus propios ciudadanos de la destrucción que ellos mismos han provocado en el país.
El virus es como el comunismo y todos los sistemas comunistas generados por este, es malo para los demás, solo se favorece a sí mismo, su razón de ser es alimentarse y engordar a costa de sus víctimas, perpetuarse destruyendo a sus presas, y regando por todos lados su excremento, pero no hemos aprendido con el tiempo a usar el excremento como abono para hacer crecer la esperanza en un futuro mejor para todos libres del comunismo que mata a Dios y sume a los hombres en la miseria.
Dios no ha muerto, como había dicho Nietzsche, lo han matado, lo han sacado de la sociedad, de las escuelas, para que el hombre quede vulnerable ante estos virus neo-marxistas que pululan por el mundo.
Su brazo izquierdo ahora está alojado en las universidades. Cuando todos esos profesionales se gradúen y tomen el control del país, y en el pensamiento actual teniendo a la izquierda, al marxismo, al ateísmo, que desembocado en un agnosticismo conduzca al relativismo, sincretismo que lleva a la superstición, liberalismo que lleva al libertinaje, el colectivismo y al individualismo radical, que aleja al hombre de la espiritualidad y de las realidades invisibles y transcendentes.
No teman al Covid-19, pasará, teman más bien al fundamentalismo islámico y el comunismo que siempre se hacen acompañar de la intolerancia. Nosotros seguiremos levantando el Rosario de la Santísima Virgen para ganar esta nueva batalla como ganamos a punta de rezar el Rosario de Lepanto a los musulmanes fundamentalistas y a Rusia comunista tras la consagración del país al Inmaculado Corazón de María.
Joel Alonso del Río es Profesor de Teología de la Arquidiócesis de Miami.
Es la mejor crónica que he leído,es realmente genial.
Por nada