Cultura/Educación

Suecia se inquieta por la «fortaleza espiritual» rusa de Västerås

Por Carlos Manuel Estefanía.

Mientras en Suecia se discute si instalar más paneles solares o construir viviendas sostenibles, en Västerås ha emergido un templo como caído del cielo entre incienso, permisos municipales y bendiciones patriarcales. Pero no es cualquier iglesia: hablamos del majestuoso templo de la Kazanskaya Ikona Bozhiey Materi (la Virgen de Kazán, para los no iniciados), consagrado el 4 de noviembre de 2023. Y qué casualidad: esa misma fecha se celebra en Rusia el Día de la Unidad Nacional y también la festividad de uno de sus íconos religiosos más venerados.

Lejos de ser un rumor salido de algún canal conspiranoico de Telegram, la noticia viene directamente del sitio web oficial del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Exteriores del Patriarcado de Moscú. Con toda la pompa del caso, anunciaban: Västerås ya tiene su propio Kremlin espiritual.

La ceremonia fue presidida nada menos que por el metropolitano Antoniy de Volokolamsk, que aterrizó en suelo sueco armado no con misiles —como los que vuelan sobre Ucrania—, sino con hisopo, cruz y una voz tan solemne como firme. Todo, claro, con la bendición personal del Patriarca Kirill, a quien las sanciones occidentales parecen afectarle poco, sobre todo cuando se trata de levantar iglesias en el norte de Europa.

El templo fue construido con troncos, siguiendo la tradición arquitectónica rusa, como si lo hubieran arrancado de los bosques de Kostromá para plantarlo en plena tierra sueca. La financiación vino del omnipresente Fondo de Apoyo a la Cultura y el Patrimonio Cristianos, además de piadosos donantes que prefieren invertir sus rublos en madera santa antes que en calefacción.

La inauguración fue toda una pasarela clerical: junto al metropolitano Antoniy estaban el padre Víktor Lutik, capellán supremo en Finlandia; el archimandrita Kliment (Hukhtamyäki), enviado espiritual a las frías Noruegas; el igúmeno Nikita de Estocolmo —a quien, por si acaso, nadie confunde con Jruschov—; y el anfitrión, padre Pável Makárenko, que lucía con orgullo una cruz dorada recién colgada en su pecho, cortesía del patriarca.

Y entre los cánticos, el incienso y las sonrisas diplomáticas, no faltaron los representantes oficiales. Se paseaban por allí el embajador de Bielorrusia, Dmitriy Mironchik, y el consejero de la embajada rusa, Vladímir Lyapin. Porque en Rusia, la separación entre Iglesia y Estado es tan sutil como el humo que perfuma la nave central.

Pero esto no se queda en un simple templo. Ya se ha construido también una casa parroquial multifuncional con escuela dominical, biblioteca y comedor. En otras palabras: un centro cultural ruso en el corazón de Suecia, ideal para reforzar identidad, nostalgia y —por qué no decirlo— adoctrinamiento, todo bajo el paraguas del cristianismo ortodoxo.

Y como si de una entrega de premios se tratara, se repartieron condecoraciones como hostias. El padre Lutik se llevó la Orden de San Sergio de Rádonezh (grado II) y la Medalla Patriarcal de Gratitud. Kliment fue distinguido con la Orden de San Inocencio (grado III) y un diploma que seguro ya adorna su celda monástica.

Todo esto ocurre mientras Suecia ondea banderas ucranianas desde sus edificios públicos y debate su adhesión definitiva a la OTAN. Así, la Iglesia Ortodoxa Rusa planta en Västerås un símbolo de poder blando. Cualquiera puede entenderlo, incluso el más distraído agnóstico: este templo de troncos no es solo un lugar de oración, sino un enclave de influencia rusa, vestido de fe, pero con vínculos que apuntan directamente al Kremlin.

Y mientras el metropolitano Antoniy bendice las paredes y felicita a los fieles por su perseverancia, los vecinos se preguntan: ¿hemos ganado una iglesia o una embajada más? La inquietud se volvió oficial cuando el partido Moderado local propuso expropiar el terreno, argumentando su cercanía con el aeropuerto y otras infraestructuras sensibles. No es paranoia: el experto en seguridad Patrik Oksanen, asesor estratégico con vínculos con la Universidad de Defensa de Suecia, considera el templo una amenaza potencial. Así lo recoge también el periódico de la Iglesia Luterana Sueca, que prefiere mantener las manos limpias en este espinoso asunto.

Las alarmas no vienen solo de opiniones. El servicio de inteligencia sueco (Säpo) ha señalado que ciertos representantes de la iglesia han tenido contacto con agentes rusos. Se teme que el edificio pueda funcionar como punto de vigilancia o de influencia directa del Estado ruso.

La comunidad local no ha tardado en reaccionar. En Västerås el debate ha encendido los ánimos. Algunos residentes ven el templo como un riesgo, sobre todo por su ubicación estratégica. El presidente del consejo municipal, Staffan Jansson, lo dijo sin rodeos: los informes de Säpo son “preocupantes”.

Desde la comunidad ortodoxa rusa, sin embargo, se defienden. Niegan haber recibido fondos del gobierno de Moscú y rechazan cualquier acusación de espionaje. Aseguran que el templo es puramente religioso y cultural. Pero la percepción pública se ha visto empañada por las investigaciones y la cobertura mediática. Como resultado, el gobierno sueco ha suspendido la financiación estatal a la iglesia, dejándola con menos recursos y visibilidad institucional.

La polémica ha traído consigo tensiones sociales. Parte de la comunidad observa con recelo tanto al templo como a sus feligreses, mientras otros defienden su derecho a profesar libremente su fe.

La posible expropiación, si se concreta, sería la primera en Västerås por supuestos vínculos con Rusia. Esto sentaría un precedente delicado sobre cómo Suecia maneja instituciones religiosas que puedan tener lazos con potencias extranjeras.

Algunos ven esta medida como necesaria para proteger la seguridad nacional. Otros, en cambio, creen que sería una reacción exagerada que pondría en peligro los derechos de las minorías religiosas y su integración.

Lo cierto es que la iglesia ha pasado de ser un lugar de recogimiento espiritual a epicentro de un debate nacional sobre geopolítica, religión y soberanía. La historia sigue escribiéndose, y habrá que ver hasta dónde llega este pulso entre fe, poder y urbanismo.

 

Carlos M. Estefanía es un disidente cubano radicado en Suecia.

«Nora kyrka Västerås stift» by Larske is licensed under CC BY-SA 3.0
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