Por Gloria Chávez Vásquez.
Locura es hacer la misma cosa una y otra vez
esperando obtener resultados diferentes.
Albert Einstein.
Los amantes del cine recordarán la película francesa/italiana dirigida por Phillipe de Broca El rey de corazones (Le Roi de cœur 1966) protagonizada por Alan Bates y Geneviève Bujold. Es la historia de Charles Plumpick, un soldado británico que debe evadir a los alemanes durante la II Guerra Mundial. El protagonista se esconde en el manicomio de un pueblo fronterizo cuya población lo ha abandonado. El soldado logra engañar al enemigo, mezclándose con los lunáticos que dicen ser –entre otros– el Duque de los Tréboles y Monseñor Margarita. El soldado se presenta como El rey de Corazones y los alemanes creen que es otro loco.
De vuelta a la plaza del pueblo, un poste le cae en la cabeza y Plumplick pierde la memoria; los reclusos escapan del manicomio, ocupan la ciudad y asumen los roles de la gente del pueblo. Plumpick inicia una vida “normal” como El rey de corazones, con los lunáticos, sin saber que los alemanes han colocado una bomba en el centro del pueblo.
Evolución de la locura
Locura o enajenación mental es la incapacidad de distinguir entre la realidad y la fantasía; entre lo que está bien y lo que está mal. No se limita a comportamientos extremos o irracionales. En ocasiones son engañosos –como en el caso de la psicopatía y la sociopatía–. Esto no solo impacta a las personas diagnosticadas –algunos de ellos depredadores o asesinos en serie– sino que perjudica el entorno social que las rodea.
La demencia ha llamado la atención de la sociedad durante siglos, y su percepción ha pasado de ser un término clínico a un concepto social que puede ser interpretado de diversas maneras. La falta de una definición precisa ha llevado a malentendidos sobre lo que realmente significa ser o estar “loco”. Lo que sí está claro es que los pensamientos y acciones de quien padece este desequilibrio son irracionales. Su locura es incontrolable y por tanto requiere intervención médica y psiquiátrica.
Las creencias sobre la locura a menudo son erróneas y, en muchos casos, perjudiciales. Pero, tanto desde el punto de vista médico, como del concepto social, refleja la lucha interna de un individuo que va más allá de una condición médica, reflejo de los miedos y deseos no solo individuales sino colectivos. De lo cual se deduce que sus raíces no solo son físicas o psíquicas sino también espirituales.
La necesidad de aceptar y apoyar, en lugar de culpar a quien vive estas experiencias es una norma ética y social. La psiquiatría se ha encargado de auscultar la salud mental de pacientes sumidos entre la confusión y la locura o que de plano han perdido la capacidad de vivir en la realidad. Pero, el materialismo científico ha limitado el tratamiento a las terapias psicoanalíticas y medicamentos, haciendo a un lado la parte espiritual.
Historia de locura
Cada época experimenta la locura de manera distinta y la aborda –en sus catarsis– en el deporte agresivo, el teatro, la pintura, la música entre otras actividades. En la Edad Media la demencia se filtraba a través de las creencias religiosas o paganas. En el cristianismo, por ejemplo, era una posesión demoniaca. Los racionalistas asumían con simpleza, que el comportamiento irracional era la antítesis del racional.
En el Renacimiento se asociaban la locura y la razón y se reflejaba en el arte de algunos pintores como El Bosco en “La Nave de los Locos”, en las incipientes piezas del teatro bufo, en los chistes, en la burla a los demás. Se pensaba entonces que había algo de genialidad en la locura y algo de locura en la razón. Shakespeare detectó en Hamlet, una locura mezcla de misantropía, deseo de venganza y depresión.

En 1656 se erige, por primera vez, un Hospital General en Paris. Mas como medida para enforzar la ley que como protección, se encierra en el mismo lugar, a locos, vagabundos, homosexuales, viejos, prostitutas, todo aquel que padezca enfermedades venéreas o se le perciba como peligroso. No existe el concepto de “enfermo”, sino de “indeseable”. No se trata de corregir, porque no se sabe cómo; son incorregibles y hay que encerrarlos. Quien está en tratamiento médico es mal visto y pasa a la categoría de “anormal”. Comienzan las clasificaciones con las que funciona la sociedad, como las castas o los estratos sociales.

Autor El Bosco
Técnica Óleo sobre tabla
Estilo Gótico
Tamaño 58 cm × 33 cm. Museo del Louvre. París
En el siglo XVIII los enfermos mentales no eran aun categorizados, ni tratados, pero ya en el XX el tema se analiza en conferencias, simposios, libros, ensayos y tratados con títulos interesantes de ciencia o de ficción como: “Belleza de la Locura”, “Dando Sentido a la Locura”, “Lo que envenena a la locura”, “Las voces de la Locura” o “Últimas cartas desde la locura de Vincent van Gogh”.
Históricamente, se ha definido lo normal, marginando a quienes no encajan en los cánones racionales. Ahora se “estudia” la locura, las formas de la experiencia, cómo se vive, cómo se concibe el fenómeno. La locura de Hitler se atribuye a su complejo de inferioridad, su xenofobia y su obsesión con el poder. La locura colectiva, en la que interviene más de un “loco”, se estampa en la historia como un hecho que se pudo haber evitado –como el Holocausto judío o el Holodomor soviético –sin olvidar el actual exterminio de cristianos en el Medio Oriente.
En años recientes, sin embargo, la relatividad de los protocolos médicos, influenciados por ideologías filosóficas, religiosas y políticas ha restado tracción a la hora de tomar las riendas de estos casos. Ejemplos de “nuevas” locuras, como asumir el comportamiento de un bebe o un animal, han sorprendido a la ciencia. Hay quienes, a falta de ideas o solución, pretenden normalizarlas, a sabiendas de que esta condición es un trastorno mental tan grave como la esquizofrenia, el trastorno afectivo bipolar o la depresión severa. Irónicamente, la vida metropolitana en pleno siglo XXI, ya sea en Londres, Paris o Nueva York, ha acomodado, a sus dementes, –más por negligencia o negación de servicios que por benevolencia– en las calles, donde son libres de hacerse daño a sí mismos o a otros, con impunidad.
Una nueva clase de locura
La desinformación científica ha logrado que lo que antes se veía como «cosa de locos», hoy en día se perciba como “rebeldía” o “anarquía”, ignorando así, los comportamientos histéricos o paranoicos del terrorismo urbano. La “normalización” de locuras modernas, como el cambio de género, es tan solo la señal de que la sociedad y su medicina han fracasado en tratar condiciones mentales como la disforia.
En su incapacidad de comunicar sus ideas, el alienado mental actúa solo o “en rebaño”, se une a sectas satánicas o pandillas para destruir la propiedad privada o asediar a quien percibe como su enemigo. Una manifestación de esa psicosis es la de los adolescentes que masacran a sus maestros y compañeros de escuela. El caso más reciente de enajenación colectiva consiste en defender o proteger a los criminales en detrimento de sus víctimas.

El aspecto metafísico
En comprender la locura no se ha tenido en cuenta su aspecto metafísico. Por eso sus características patológicas nos parecen tan elusivas. A falta de una solución para sanear esta condición, se ha optado por “normalizarla”.
Pero hasta que no se añada el aspecto espiritual al científico y se reconozca la necesidad de la metafísica en la psicología no tendremos más remedio que definir el amor como una obsesión. O interpretar el desequilibrio mental como creatividad o rebeldía. O hacernos a la idea de que la locura es el antídoto de la mediocridad. O jactarnos de ella como una genialidad, al estilo de E. Allan Poe durante sus borracheras.
La definición, más cuerda hasta ahora, no deja de ser la de un autor anónimo: la locura es como un torbellino en la mente, que arrastra todo a su paso y deja solo caos y destrucción.
Gloria Chávez Vásquez escritora, periodista y educadora reside en Estados Unidos. Su novela más reciente Mariposa Mentalis está disponible en Buscalibre.com en Editorial Verbum y en Amazon.com.