Por Carlos Manuel Estefanía.
Tuve una profesora de sueco como segunda lengua. Me llevaba unos diez años; Yo tenía treinta y tantos. Era de origen báltico, pero ni por su forma de hablar ni por su aspecto físico habría podido distinguirla de una sueca común. Había nacido en Suecia, fruto directo de la tragedia que narro a continuación.
En el otoño de 1944, cuando la Segunda Guerra Mundial alcanzaba uno de sus momentos más sombríos, cerca de 40.000 personas originarias de Estonia, Letonia y Lituania desafiaron el mar, el frío y su destino, cruzando el Báltico en busca de un refugio seguro en Suecia. Esta oleada migratoria, que marcó un hito en la historia contemporánea sueca, estuvo cargada de desesperación, valentía y el desgarrador dolor del desarraigo.
El avance implacable del Ejército Rojo sobre los territorios bálticos reavivó recuerdos terribles de la anterior ocupación soviética: represión, deportaciones masivas, desapariciones y la anulación de toda libertad. Quienes ya habían vivido esa pesadilla sabían lo que se avecinaba, y prefirieron arriesgar sus vidas en el mar antes que volver a caer bajo el yugo estalinista.
Los testimonios de quienes lograron cruzar el Báltico hablan por sí solos. Una embarcación sobrecargada, llena de miedo y esperanza, llegó a Gotland tras una angustiosa travesía de treinta horas. En su interior viajaban 273 personas de todas las edades: desde un anciano de sesenta años hasta un recién nacido de apenas cuatro días. Durante el viaje, las lágrimas se mezclaban con la sal del mar, los motores apenas susurraban frente al rugido de las olas, y los sollozos de niños hambrientos y sedientos atravesaban la noche.
Del sueño de independencia a la pesadilla de la ocupación
Las repúblicas bálticas habían alcanzado su independencia tras la Primera Guerra Mundial. Aunque gobernadas por regímenes autoritarios, vivieron años de desarrollo económico, cierta estabilidad social y tímidos avances en derechos para las minorías. Todo cambió en 1939, cuando el pacto secreto entre Hitler y Stalin —el infame Molotov-Ribbentrop— vendió su destino. En cuestión de meses, los tanques soviéticos entraron en Estonia, Letonia y Lituania.
A pesar de las promesas de respetar la soberanía de estos países, en 1940 fueron anexados a la Unión Soviética tras farsas parlamentarias dirigidas desde Moscú. A ello siguió una represión brutal: expropiaciones, purgas políticas, desapariciones forzadas y deportaciones masivas hacia Siberia.
Cuando Hitler rompió el pacto e invadió la URSS en 1941, muchos bálticos recibieron a las tropas alemanas como libertadoras. Pero esa esperanza se desvaneció pronto: los nazis sometieron a los pueblos a un saqueo sistemático y exterminaron a gran parte de las poblaciones judías y gitanas. A medida que el avance soviético se reanudó en 1944, no quedó otra opción para decenas de millas de personas que escaparon.
El arte de la fuga
Huir no era fácil. Bajo la atenta mirada de las autoridades alemanas, muchos habitantes construyeron en secreto pequeñas embarcaciones, intercambiando motores por bicicletas, botellas o incluso máquinas de coser. Salían de noche, cuando la marea y el descuido de un centinela ofrecían una oportunidad. Algunos remaban durante horas por el golfo de Finlandia; otros, lamentablemente, no lo lograron: murieron víctimas del frío, las tormentas, las minas marinas o los ataques de guerra.
Los primeros en huir fueron los estonios, por su cercanía a la costa sueca. Muchos eran pescadores, campesinos o descendientes de los antiguos estlandssvenskar —suecos establecidos en Estonia generaciones atrás. A medida que la situación se volvió más crítica, también se sumaron letones y lituanos, a pesar de que su travesía era más larga y peligrosa.
El éxodo se intensificó a finales del verano del 44. La caída de Vilna, Riga y Tallin marcaba el regreso del terror soviético. Familias enteras abandonan sus hogares con el alma hecha trizas. «Mi padre acarició por última vez al caballo. Mi madre se despidió de nuestras tres vacas», recordaba un testigo. “Todo lo que habían construido con tanto esfuerzo quedaba atrás, como parte de una vida que ya no volvería”.
Una acogida con luces y sombras.
Suecia, aunque neutral, abrió sus puertas a los refugiados bálticos, sin cierta tensión interna. Aproximadamente 37.000 lograron llegar. Fueron recibidos en centros de acogida, sometidos a exámenes médicos y luego asignados a trabajos en el campo, en los bosques o en la industria textil. La integración fue notable: en seis meses, el 80% de los estonios ya estaba empleado.
Sin embargo, en 1945 la situación se tornó delicada. Bajo la presión de Stalin, y tras haber reconocido Suecia la anexión soviética de los países bálticos, el gobierno sueco se vio tentado a extraditar a los refugiados. Si bien se evitó una deportación masiva, 146 combatientes que habían vestido uniforme alemán fueron entregados a la URSS en un episodio que aún hoy genera debate: la baltutlämningen , expresión que podríamos traducir como “la entrega de los bálticos”.
Legado de resistencia y cultura
La mayoría de los balter som flydde —“los bálticos que huyeron”, como se les conoció en Suecia— permanecieron en el país y contribuyeron activamente a su desarrollo. Fundaron escuelas, periódicos, asociaciones. Preservaron su lengua, sus costumbres, su identidad. Transmitieron a sus hijos y nietos un legado de dignidad, coraje y memoria. De ese linaje venía mi profesora, profundamente orgullosa de sus raíces y, por qué no decirlo, anticomunista hasta la médula. En eso sí se diferenciaba del resto de su generación étnicamente sueca.
Las historias de quienes cruzaron el mar no son solo capítulos de guerra: son testimonios del coraje humano, de la necesidad de escapar del totalitarismo y de la capacidad de los pueblos para reconstruirse, incluso tierras en desconocidas.
Fuente : Artículo de Åke Persson, «Flykten över Östersjön – när 40 000 balter komtil Sverige» , publicado en Populär Historia , edición 11/2014.
Carlos M. Estefania es un disidente cubano radicado en Suecia.
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”La vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan”
Redacción de Cuba Nuestra
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