Por Zoé Valdés/Diario Las Américas.
Sita Gómez, cubano-estadounidense, nació en París en 1932. La biografía de la artista indica que es hija del médico Domingo Mauricio Gómez-Gimeranez (nominado tres veces al Premio Nobel de Medicina) y Else-Marie (Formo) Gómez. Sita es una mujer cubana, de las gigantes, de las universales, de las que harán historia por su arte, por su inmensa cultura, y por su firmeza y valores patrióticos. “Una verdadera patriota”, así la calificó Lincoln Díaz-Balart cuando la homenajeó, y en ella a su padre.
“El día de mi nacimiento, mi padre corrió al consulado para inscribirme como ciudadana cubana nacida en el extranjero. Yo iba a ser la única hija de mi padre, y él aseguró que yo fuera cubana desde el primer respiro. Hasta la Segunda Guerra Mundial nuestro hogar en París era visitado frecuentemente por artistas, escritores, diplomáticos cubanos, todos ellos nostálgicos por su patria…”, esto le contó la artista hace algún tiempo en una entrevista sustancial al editor y coleccionista de arte, Gustavo Valdés, quien escribió un número de la Colección Essential sobre ella.
El ciclo de vida de una pintora nómada de espíritu, y en algunas ocasiones también reales por necesidad objetiva, ha sido extraordinario en trayectoria y contenido humano.

Sita acaba de publicar su libro de memorias en inglés, ‘A Historical Memoir’, que tendrá próxima aparición en español, y probablemente también en francés. Su vida se lee como una novela, ilustrando así las reconocidas frases atribuidas a Marcel Proust: “La vida es una novela”, que completó con aquella otra: “La novela es todo. Todo es novela”. Sita Gómez es una novela que pinta y una pintura novelada. Se cuenta, y juro que no sé si esta anécdota la oí de su propia boca, o en la de otra persona, o si me la he inventado, que no creo esto último, que el pintor Fernando Botero durante su juventud y su estancia en Estados Unidos fue vecino de Sita Gómez. Botero por aquella época ya pintaba, sólo pájaros, Sita también desde muy anteriormente -como también lo hacía ya adelantándose a los geométricos u ópticos Carmen Herrera, de quien Sita fue una gran amiga.

El pintor colombiano visitaba a Sita y con deleite la observaba pintar esas mujeres envueltas en carnes, todas como surgidas de la República, en una especie de pasarela de las honradas e impuras, sensuales al estilo de Miguel de Carrión, y se extasiaba hechizado con esas excelsas formas excesivas. Sita, al verlo tan embobado con sus damas voluminosas y tatuadas lo incitó a que se atreviera también él con las gordas colombianas, el resto es historia. Historia beneficiosa para Botero, y en la discreción también para Gómez. Tuve la dicha de conocer a Botero, además soy amiga de Sita Gómez, a quien le produje un documental. A Botero se le iluminaba el rostro cuando le mencionaba a Sita Gómez, a la que él denominaba su “hermana de volúmenes”.

Andar París con Sita Gómez, ataviada como una mujer de los años veinte, con esa elegancia que no se le despinta ni se le estruja jamás, con un desgarbo que es garbo al mismo tiempo, y la mano tumbada hacia la cadera, siempre fabulosa en su sentido de estar, con la otra mano agitando una banderita cubana, ha sido para mí uno de los grandes regalos que me ha dado la vida. Haberla visitado en su casona, una mansión victoriana en Staten Island, NY, repleta de sus cuadros, de gatos, de recuerdos, soleada y entrañable, es también uno de esos tesoros que guardo en la urgencia de mis diarios.

Cada año recibo cartas de Sita Gómez, y para tenerla a mi vera vuelvo a ver el documental, para cuya filmación estuve presente; en aquel entonces pude observar cómo esa gran dama de las artes en apariencia fina y delicada se convertía en una Artemisa griega, o en Artemisia Gentileschi, diosa cazadora una y pintora la otra, para así alcanzar la dimensión telúrica con la que había imaginado a sus mujeres, esas que hicieron de sus vidas meros escudos de honor libertarios.
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