El 14 de enero de 2025, Karine Jean-Pierre, secretaria de prensa de la Casa Blanca, emitió una declaración sobre las medidas adoptadas por el gobierno de Biden para apoyar al pueblo cubano. Estas incluyen la decisión de eliminar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, una exención temporal al Título III de la Ley Helms-Burton, y la rescisión de restricciones relacionadas con el compromiso de ciudadanos y entidades estadounidenses con Cuba. Según el propio comunicado estas acciones forman parte de un esfuerzo conjunto con la Iglesia católica bajo el liderazgo del papa Francisco y se enmarcan en el objetivo de promover los derechos humanos, mejorar el sustento de los cubanos y fomentar el diálogo entre el gobierno de Cuba y la Iglesia.
A simple vista, esta medida podría interpretarse como oportunista, incluso por parte de los aliados del gobierno cubano. El gobierno estadounidense ha esperado hasta el último momento para implementar una política hacia Cuba que, se supone, será desmantelada por su sucesor en pocos días, sin un rédito moral significativo más allá de presentar a Trump como el villano de la película Sin embargo, el análisis puede ser más profundo. Esta acción podría interpretarse no solo como una política de gobierno, sino como la consecuencia natural de una estrategia orquestada por lo que se conoce como el «estado profundo» estadounidense, que utiliza a Biden como una marioneta y que tiene la capacidad de neutralizar al próximo presidente, tal como lo hizo en su primer mandato.
La reciente declaración política de la administración Biden hacia Cuba ha sido presentada como un esfuerzo por apoyar al pueblo cubano y promover derechos humanos. Sin embargo, una interpretación crítica sugiere que, en realidad, lo que está detrás del presidente Biden podría estar interesado en mantener con vida el régimen cubano como parte de una estrategia más amplia para debilitar la identidad y los valores en la isla.
Mantener un Régimen en Crisis
El régimen cubano ha enfrentado una crisis profunda en los últimos años, caracterizada por el descontento social y la presión internacional. En lugar de buscar un cambio significativo que conduzca a una democratización genuina, las acciones de Biden podrían interpretarse como una forma de estabilizar un sistema que, si bien es opresivo, también actúa como un foco útil para intereses globales de conflicto y división.
Control a Través de la Dependencia
Al permitir que el régimen cubano continúe existiendo, Biden podría estar inadvertidamente fomentando una dependencia económica que debilita la capacidad del pueblo cubano para desarrollarse de manera autónoma. La política de remesas y el apoyo a los empresarios independientes, aunque aparentemente beneficiosos, podrían estar diseñados para crear una situación en la que el régimen tenga manga ancha para continuar su obra desindustrializadora del país, mientras que la población siga siendo obligada a depender de la ayuda externa, fortaleciendo así la narrativa de victimización del propio gobierno de la isla.
Debilitamiento de la Identidad Hispana
Cuba es un bastión de cultura e identidad hispana, con una rica herencia que se manifiesta en su música, arte y tradiciones. Al mantener a flote un régimen que ha sido responsable de la represión cultural y la emigración masiva, Biden podría estar contribuyendo a un proceso de descomposición cultural. Un régimen debilitado, que no puede mantener su cohesión, podría llevar a una fragmentación de los valores hispanos que han definido a la isla durante siglos.
Un Juego Geopolítico
La administración Biden, en su afán por establecer una hegemonía en América Latina, podría ver al régimen cubano como un medio para hundir por contagio a otros países de la región que, por una u otra razón, representan un reto a la hegemonía económica, política y cultural estadounidense en el hemisferio occidental. Al mantener vivo un régimen que se presenta formalmente como un «enemigo» de los valores democráticos occidentales, Biden está demostrando, de hecho, lo que cada vez es más claro: que el régimen cubano debe su nacimiento y su sobrevivencia no tanto a los comunistas que, en teoría, le inspiraron y a los que hoy ha sobrevivido de manera inexplicable, como a los EE. UU. Ese, más que la China de Xi Jinping, la Rusia de Putin, o la Venezuela de Maduro, es su máximo salvador en un contexto donde la intervención, más que lo que fue en el lejano Vietnam, estaba justificaba en nombre de la libertad y la democracia, las presuntas banderas de la política internacional norteamericana. Una intervención exterior que, en el caso cubano, siempre fue a medias o intencionalmente mal planificada, como lo demostró el chasco de Bahía Cochinos-Girón, y la neutralización, cuando no la eliminación, por parte de los propios Estados Unidos de los grupos beligerantes cubanos que operaban desde el exilio.
Conclusión
La política de Biden hacia Cuba, lejos de ser una expresión de apoyo genuino al pueblo cubano, puede interpretarse como una estrategia más compleja destinada a mantener el régimen cubano, con el objetivo de debilitar la identidad de una población mestiza y no anglosajona, así como de promover una agenda geopolítica. La comunidad internacional y los cubanos deben estar alerta ante estas dinámicas y cuestionar las verdaderas intenciones detrás de las acciones estadounidenses. Si la administración Biden realmente aspira a un futuro próspero para Cuba, es momento de replantear su enfoque y considerar el apoyo a un cambio auténtico, explorando vías innovadoras para reavivar el movimiento democrático, en vez de financiar a activistas externos. Esto implica implementar estrategias creativas y novedosas, en lugar de perpetuar un sistema que ha causado tanto sufrimiento.
Carlos M. Estefanía es disidente cubanos radicado en Suecia.
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