Por Carlos Manuel Estefanía.
Recientemente, tuve la oportunidad de explorar un artículo significativo en la publicación argentina; Revista del Museo de Antropología, titulado «Imposturas, peligros ‘sanitarios’ y estereotipos de clase: El running y la primera etapa de la pandemia en Argentina (2020)»[i], escrito por Gastón Julián Gil. Comento para el lector dicho material a la vez que lo sumo a mi creciente colección de estudios sobre lo que denominamos «políticas pandemistas», es decir, la aplicación de protocolos de dudoso fundamento científico que, lejos de ayudar, terminarán causando más daño que bien.
Mientras los grandes medios ocultaban los casos de represión global contra el trabajador que intentaba ganarse el pan de manera digna, también se ignoraba al pequeño empresario que abría su negocio, en contra de lo estipulado, para no arruinarse, o al cliente que, por alguna razón, se alejaba de su hogar para comprar lo que necesitaba. En este contexto, las redes sociales, esas que tanto se critican por difundir noticias falsas, relataban las arbitrariedades y, a veces, las golpizas que sufrían estos ciudadanos en países que se consideran libres, a manos de una autoridad que demostró cuán extendida está la Simiente totalitaria en el mundo. Solo se necesita una razón para germinar, y si antaño el socialismo o el nacionalismo fueron el agua, el sol y el abono necesario para el brote, ahora basta una orden “sanitaria” para lograr el efecto.
Afortunadamente, con el paso del tiempo, se permite a las ciencias sociales revisar, aunque sea tímidamente, los hechos. Este artículo es un buen ejemplo, centrado en un caso que no había sido observado: el de aquellos que, precisamente por cuidar su salud, decidieron salir a correr cerca de sus casas, sin saber que se convertirían en auténticos “terroristas” en la narrativa. armada por la prensa, en complicidad con los gobiernos, usando para ello fondos públicos, es decir, el dinero de aquellos mismos a quienes se desprestigiaba.
Recordemos la crisis
La pandemia de COVID-19 no fue solo una crisis sanitaria; Fue un período que sacudió las estructuras sociales, exponiendo desigualdades y tensiones latentes. En el caso concreto de Argentina —y quizás en otros lugares— el running, una actividad que debería haber sido vista como un medio para mantener el bienestar físico y mental, se convirtió en el blanco de una feroz persecución. Los corredores fueron transformados en «demonios sanitarios», etiquetados como responsables de la propagación del virus, en un contexto donde la clase media fue señalada como la principal culpable.
Moralización y estereotipos
Los corredores, en su mayoría personas que buscan mejorar su salud, fueron estigmatizados y moralizados en los discursos políticos y mediáticos. En un momento en que la comunidad necesitaba solidaridad y comprensión, se optó por la división y el juicio. Se les presenta como individuos egoístas, más preocupados por sus deseos personales que por el bienestar colectivo. Esta narrativa simplista no solo ignora la complejidad de la práctica del running, sino que también perpetúa una visión negativa de la clase media, caricaturizada como desconectada de las realidades sociales.
Impacto social de la pandemia
La imposibilidad de practicar running durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) no solo afectó la salud física de muchos, sino que también revivió prejuicios en torno a la clase media. La crítica a los corredores se amplificó en los medios de comunicación, que los retrataron como frívolos y elitistas. Los discursos de funcionarios y periodistas incluían términos despectivos como «cheto» e «individualista», contribuyendo a un ambiente hostil hacia quienes simplemente buscaban mantener su rutina de ejercicio en tiempos de encierro.
Desigualdades sociales
El artículo de Gil pone de manifiesto cómo el running se asocia frecuentemente con la meritocracia y el individualismo, ignorando las condiciones sociales que afectan a los corredores. Este enfoque reduce la práctica a un fenómeno superficial, despojando a los corredores de su humanidad y reduciéndolos a estereotipos negativos. En lugar de ser vistos como parte de la solución en términos de salud pública, fueron demonizados, cuando en realidad la actividad física es crucial para el bienestar mental, especialmente en tiempos de crisis.
Conclusiones
La persecución de los corredores durante las políticas anti pandemia en Argentina revela un fenómeno de estigmatización social que va más allá del deporte. Es una crítica a cómo se manejan las políticas de salud pública en momentos de crisis, donde la falta de fundamento científico y la moralización de las actividades cotidianas pueden llevar a decisiones perjudiciales. Ahora que ya se escuchan tambores de nuevas pandemias, resulta crucial que nos pongamos en guardia, promoviendo una resistencia basada en un enfoque que reconozca los derechos de los ciudadanos por encima de los dictados de la sanitaria, y sobre todo, la importancia del ejercicio y la actividad física como componentes esenciales del bienestar colectivo.
En lugar de perpetuar estigmas y divisiones, debemos buscar caminos que fomenten el respeto a los derechos de los ciudadanos, incluido el de salir a correr, lo cual, a la larga, contribuirá a una vida más larga y saludable, fortaleciendo a las personas frente. a los efectos de microbios y liberándolas del uso de medicamentos e inoculaciones cuyos efectos reales todavía se desconocen. Al final del día, a pesar del pánico creado artificialmente, todos somos parte de la misma comunidad, y el bienestar de uno, que se ejercita en las calles, más que daño, contribuye al bienestar de todos. Ocultar esto fue tarea principal de los medios establecidos, motivo suficiente para que, por principio, cuestionemos, cualquiera que ellos sean, sus contenidos.
Nota:
[i] Imposturas, peligros “sanitarios” y estereotipos de clase El running y la primera etapa de la pandemia en la Argentina (2020)
Carlos M. Estefanía es disidente cubano radicado en Suecia.