Por Betania/RZP.
La poética del encuentro y la identificación, que definen la poesía de Juana Rosa Pita, ilumina el enigma escalonado que es cada poema de esta su reciente entrega en que vivencias, visión y voz se revelan de súbito al lector aunadas, tal como su autora en sí misma “armoniza admirablemente en cada libro la reflexión y el sentimiento”, en palabras de Roberto Juarroz. El primer movimiento, ‘Semblanzas y semillas’, ofrece riqueza de rostros célebres como “Rarezas de Dante”, “Javier Marías ante el mar eterno” y “Borges del miedo al trance”, o familiares como “Abuela Juana Rosa” o rostros que asoman en la multitud como “Semblantes del dolor”, de súbito entrañables. Y termina con un conjunto de “Semillas de luz” como este: “Quien siembra estrellas un lote / de paciencia y cuidados infinitos”.
El segundo movimiento, ‘Acercanza’, muestra la fecunda mediación del amor y los diálogos orientados a la plenitud y la trascendencia: cual “Dúo de chelo y piano” se entrelazan dos destinos, como sorbos de luz en “Canción de la voz amante” o endecasílabos en “Escrito para ti” y “Quema de naves”, en que se lee: “…Te has ganado / patente de ternura en este empeño / de interpretar el solidario oficio / de revivir la historia malherida”. Y el tercero, ‘Corazón que escucha’, abre con el “Verbo de único amor” que propicia el viaje, el vínculo, las transformaciones. “Nuestra felicidad / como la de los Incunables, / es ser acariciados”, dice un armónico. Contrapunteo después en “Briznas de confianza”. Pero junto a Chopin, Venecia es mentora de Juana Rosa, y en “Nuevos sorbos venecianos” da el alimento sustantivo al alma de cada lector: “Un milagro es el fruto / de la fe inconmovible / ante toda razón adversa”. Rasgo esencial de su obra desde el inicio es ser faro en la niebla de los tiempos “Su poesía siempre ilumina”, escribe Gian Piero Stefanoni.