Por Ariel Montoya.
Rubén Blades, el cantautor marxista cultural de Panamá está molesto, también muy incómodo pero con él mismo. No supera que José Raúl Mulino, de derecha, haya ganado las elecciones presidenciales de este pasado domingo 5 de mayo de 2024 en una campaña llena de señalamientos de corrupción y ante una cantera de partidos de izquierda atravesados por la espada del desgaste político, la ineficiencia administrativa y la sordera estatista imposible de evolucionar desde sus oxidados postulados.
“Ganó la corrupción, pero democráticamente…”, publicó Blades horas después de conocidos los resultados de los comicios quien también, incansablemente, ha soñado y se ha postulado para la Presidencia de la República en su país.
Esto quiere decir, que privó más en la conciencia de la mayoría de los votantes, la aún efervescente gestión del derechista Ricardo Marinelli en su Gobierno, cuando había circulante en las calles e inversiones y fuentes de trabajo, a pesar de los señalamientos de corrupción en su contra, que la discursiva administración del Partido Revolucionario Democrático (PRD), ahora saliente y hundido electoralmente más que nunca junto a su candidato el actual Vicepresidente, Gabriel “Gaby” Carrizo.
Panamá, fundada en 1519 por Pedrarias Dávila, ha vuelto a convertirse en una nación de trascendencia histórica y política, no solo por ser una zona financiera de alta envergadura o por poseer su canal interoceánico, sino también por su urbanismo moderno en general —es el primer país centroamericano que posee metro— pero además, es el sitial del “Tapón del Darien” el paso pesadilla de miles de venezolanos que huyen a diario del podrido gobierno de Nicolas Maduro rumbo a Estados Unidos. Sigue siendo también un cruce de culturas. Antropológicamente es considerado el traspaso chibcha, o sea de grupos étnicos suramericanos sobre todo de Colombia al istmo y el fin del asentamiento y expansión náhuatl, pues para algunos Mesoamérica comprende del sur de México hasta Costa Rica y hasta esa nación.
Como sea y a pesar de sus confluencias urbanas es un pais con pobreza, corrupción y graves problemas sociales. También posee una identidad híbrida, entre el ser latinoamericano (perteneció a Colombia hasta 1903) y el centroamericano, adherido políticamente a esta región pues es miembro permanente del entumecido Sistema de Integración Centroamericano (SICA).
Pero pese a todo este avituallamiento urbano y bursátil, existe atraso como en el resto de la región. Su nuevo mandatario enfrentará un torbellino de situaciones sumamente complejas, entre las cuales deberán sopesar la conciencia personal en cuanto a su relación de amistad y política con Martinelli y la gestión presidencialista propia que deberá ejercer de cara a la nación entera, imprimiendo su propio sello en su administración y su compromiso con llevar adelante una gestión limpia, transparente, emprendedora y eficiente.
Un buen pie para el inicio de su mandato, es el anuncio ya hecho de trabajar de cerca con el empresariado para impulsar la economía sin hacer a un lado a los pobres, intentando unir voluntades y dejando atrás las diferencias con sus adversarios políticos en campaña para enfocarse en su trabajo al frente de la nación.
Una de las inquietudes más grandes que enfrentan hoy los panameños es como será su relación con Martinelli, pues ya dijo que no será “títere de nadie”. Recordemos que el ex candidato acusado endosó su candidatura a pocos meses de las elecciones, luego de que fuera condenado por lavado de dinero. Pese a todo, Mulino demostró su habilidad política al lograr la transferencia y canalización de su popularidad, procurando a partir de julio próximo enfrentar la intensa realidad social del pais, desacelerar la crisis económica y aplicar políticas públicas que den un giro económico positivo.
A Martinelli la gente lo apoda “el Loco”, por algunas excentricidades fuera de lo normal para un mandatario. De hecho, tras su acusación, se refugió e instaló en la embajada de Nicaragua pidiendo asilo político, llevándose sus embalajes domésticos, haciendo campaña abiertamente por Mulino y acompañado de “Bruno” su perrito mascota. Queda por ver si Mulino lo dejara gobernar bajo su sombra, como han pretendido tradicionalmente otros expresidentes en Latinoamérica cuando endosan al nuevo príncipe, lo que no siempre deja buenos resultados.
Para Adolfo Vargas, historiador de Honduras y conocedor de la realidad centroamericana, esta victoria representa un valioso giro hacia la derecha, asestando un “monumental y glorioso triunfo” contra el socialismo, sus cabecillas y el Foro de Sao Paulo.
“Esta victoria representa el fin de lo que fue Noriega y sus colaterales remanentes y a quien Mulino combatió en el pasado. Pero además, representa la grandeza de ese pueblo canalero justo ahora cuando el comunismo se desploma, demuestra que el efecto de líderes como Javier Milei se impone frente a la catastrófica derrota de la izquierda en ese pais”, me decía Vargas.
Ojalá que el salsero Rubén Blades, quien por cierto debió decir “Nicaragua sin Ortega” y no “sin Somoza” allá en el umbral de los años 70 tras el resultado final de los tiempos en su panfleto musical “Plástico”, comprenda que los trapos sucios se lavan en casa, ya que si el pueblo votó por la derecha debe respetarse su decisión, debiendo esta recomponer sus errores y repensar y reinventar su futuro ante nuevos desafíos. Está molesto, odiando a su propio pueblo a quien tildó de “irresponsable” por no votar por la izquierda, esa obtusa ideología que en manos de fogosos promotores se vuelve incendiaria, furibunda y hasta venenosa. Definitivamente, la izquierda no cambia, tampoco respeta del todo a la democracia.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional.