Por Zoé Valdés/ El Debate.
El presidente «enamorado» es ya un cadáver político, haga lo que haga, vuelva o no vuelva (escribo esta columna el domingo) no levantará cabeza ni ganándose el Nobel de la Paz, y si se lo obsequian será para taparle las vergüenzas, como a Obama, aunque a Obama se lo dieron por ser negro. No voy a llorar por su finiquitada existencia. Lamentablemente no soy Almodóvar, que lloró como un niño.
Yo he llorado como una niña, que es muy diferente a llorar como un niño o como un «eso» (no pongo la palabra para evitar demandas), porque vengo de una época donde los niños no lloraban, se sintieran lo que se sintieran, la prueba es Reinaldo Arenas, de los más valientes, y los «eso» sólo lloran de dolor –según cuentan– después de castrarlos o fragmentarlos, lean el libro ‘Transmanía’ de Dora Moutot y Marguerite Stern, recién publicado en Francia y que goza ya de acoso y derribo (eso sí es acoso y derribo por aire, mar y tierra), censura, en una palabra, por parte de la prensa, y de la mismísima alcaldía de París, que ha quitado todas las pancartas de anuncios del libro; las autoras han perdido sus trabajos, como yo en múltiples ocasiones por defender a Cuba y por defender a España, y les están haciendo bola negra en todas partes, una de ellas es además influencer y las marcas la han baneado. Ahí sí que hay para llorar como una niña.
He llorado también como una niña cuando mi padre se hallaba en la cárcel en Cuba y yo debía escribir poemas comunistas para evitar que me señalaran, y para que no creyeran que yo era como él, a tal punto que me lo creí, y hasta me creí también mis poemas, pese al llanto de mi madre, y de mis medios hermanos, y de su madre, que también lloraban como niñas y niños.
He llorado como una niña cuando debí ir de forma obligada a trabajar de sol a sol en el campo para pagarle mis estudios al comunismo, porque en Cuba los estudios no son gratis, se pagan con trabajo forzado…