Nô Om

Por Aiko Abe.

El teatro al fondo, en la callejuela, se encontraba por fin abierto. Había pasado cerrado bastante tiempo debido a las intensas lluvias en Gion y el resto del país. Bajé caminando desde el santuario de Yasaka hasta el teatro; anhelaba ver a ese actor y no a otro, aquel era el único día en el que él actuaba, sólo ese día. La obra duraba seis horas, un extenso y lírico canto del Nô que según los especialistas ese actor interpretaba como nadie, como ningún otro.

Las seis horas pasaron volando, no importó que el actor estuviera oculto debajo de su máscara, él estaba ahí, actuando exclusivamente para mi. Mi madre me lo había descrito sumamente ágil, con una voz atiplada, y esos aires entre resueltos y amanerados. Conseguí sentarme muy cerca de la escena, lo más que pude. Por instantes pretendí advertir que sus pupilas se posaron en las mías.

Al finalizar la obra el actor salió en numerosas ocasiones a reverenciar los silencios entre los aplausos. Yo quise retenerlo, extender el brazo y sujetarlo por una punta de su traje de seda, atraerlo hacia mí, para que colocara su cabeza encima de mi pecho y respirara acompasado en mi piel.

Todavía envuelta en el ensueño de la obra y dominada por la magnífica actuación del mejor actor que había visto en mi vida, salí de la sala hacia el tenue sol, como envuelta en una húmeda nube. Avancé en dirección contraria al templo, busqué una dulcería que recordaba de niña, a la que mi madre me llevó por última vez antes de partir de Gion y dejar de ser para siempre una joven y amante geisha.

Mientras saboreaba golosa un refinado dulce de jengibre de color rosa poudré evoqué a mamá en su gran e intenso amor por mi padre, en su renuncia y su lealtad… Mi mente viajó como en el Shinkansen a la inversa, la velocidad del tren Bala. Pensé en ambas, en ese viaje que hicimos juntas hacia mi vida definitiva en Tokyo.

Aiko Abe es una joven escritora japonesa.