Por Zoé Valdés/El Debate.
De haber sido el país más rico de la región después de Argentina y Venezuela en 1957, a convertirse tras el triunfo de los comunistas en 1959, en el país más pobre de la región, encima de Haití entonces, ahora por debajo de Haití, con un régimen a la cabeza que sólo se le ocurre sobrevivir mediante la limosna.
Eso sí, una limosna consecuente, que enriquece a los de arriba y deja en evidente pobreza a los de abajo; porque Cuba, cuando mendiga, mendiga de verdad, por todo lo alto y para las altas esferas, y que los bajos estratos sigan «jamándose» (comiéndose) un cable.
Pues bien, al parecer es la enésima vez que los castristas declaran que han llegado al final de sus posibilidades, y que no pueden alimentar a la población.
¿Cuándo pudieron? Nunca. Esa población que lleva 65 años siendo aniquilada por hambre, de a poco, aunque eso, sí, aplaudiendo y exclamativa, siempre que un máximo dirigente les va a visitar a un pueblo recóndito: «¡Ay, mira, que me erizo!», como ocurrió hace poco mientras el títere efebo (ajado ya) de Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, hacía el paripé de ir a resolver problemas a una zona recóndita del campo cubano.
Que no nos hagan pasar por tontos, en Cuba empezaron las escaseces y el caos alimentario desde los primeros años de aquel triunfo de unos apestosos barbudos que el mundo contempló admirado como una gran solución y que no fue más que el producto de marketing de un loco, de Fidel Castro: una revolución –como él mismo dijo en uno de sus numerosos discursos– «de los humildes y para los humildes»…